Los ojos de Rio se habían estrechado hasta formar esa mirada fija, cristalina que ella asociaba con un depredador yendo de cacería. Había un gruñido subyacente en la voz que enviaba una vibración helada a su columna y hacía que el cabello de su nuca se erizara. Rachael apartó la mirada, mordiéndose fuerte para evitar arremeter contra él. Era buena manteniendo una expresión serena en su cara, incluso en los peores momentos, pero todavía tenía problemas para controlar su desbocada lengua. No necesitaba ni quería que le resolviera sus problemas. La gente que se cruzaba en su vida tendía a morirse muy joven. No quería cargar con la culpa de otra muerte ocurrida a su alrededor, muchas gracias. Rachael ardía con una mezcla de enojo y miedo, sintiéndose vulnerable e inútil a causa de la herida de la pierna.
Estaba sorprendida por la intensidad de sus emociones. Hasta sus dedos se curvaron como si quisiera rascar, arañar y marcar algo. O a alguien. La necesidad la quemaba, un descubrimiento sorprendente del que no se sentía muy orgullosa. ¿Qué le estaba pasando? a veces cuando yacía en la cama con la pierna latiendo, había algo que se conmovía dentro de ella, un calor y una necesidad que adjudicaba a su admiración por el cuerpo de Rio.
Rachael pasó una mano por su cabello. Siempre había tenido una normal y saludable energía sexual, pero desde que había llegado, y a pesar de la terrible herida que había sufrido, la necesidad se arrastraba por su cuerpo, un siempre presente e implacable anhelo que se negaba a desaparecer. En medio del dolor y la lucha de vida o muerte, le parecía degradante no poder controlar tal necesidad. Aún peor eran esos tensos y violentos cambios de humor, que la hacían pasar de querer azotar a Rio a querer arrancarle la ropa.
– ¿Rachael? ¿Adonde te has ido?
– Evidentemente, a ningún lugar.
– Voy a decirle a Kim que pase.
– ¿Qué significa eso?
– Es un hombre de la tribu, Rachael. Sabe que estoy en la lista de los bandidos. Me hizo saber quien era y está esperando que le de la señal de que está todo despejado antes de entrar.
– ¿Tienes que darle la señal?
– Si no lo hago, entrará dispuesto a pelear, te lo dije, es un amigo.
– En caso de que no lo hayas notado, necesito ropa. No quiero estar aquí sentada vestida solamente con tu camisa en frente de tus amigos -Mientras hablaba se abrochaba rápidamente el frente de la camisa, ocultando su generoso busto.
Rio no dijo nada acerca del tono peleador de su voz. Simplemente sacó la manta de la cama y la acomodo alrededor de ella.
– El padre de Kim es un hombre de medicina, muy bueno con las hierbas. Me enseñó bastante, pero Kim sabe mucho más que yo. Esperemos que pueda ayudarlos a ambos, a ti y a Fritz.
Cuando no lo miró, Rio se agachó a su lado.
– Rachael, mírame -cuando no respondió la tomó por la barbilla y la forzó a mirarlo. Lo último que esperaba ver era el calor y el fuego brillando en sus oscuros ojos. Lo miraba con un hambre cruda, con tal intensidad que lo hizo gruñir, apoyando la frente en la de ella dijo- No lo hagas. Lo digo en serio, Rachael. No puedes mirarme de esa forma y luego esperar que funcione correctamente.
Tenía el más loco deseo, más bien necesidad, de retorcerse y frotarse contra él, como un felino. Era tal la ola de calor que la abrazaba que sacudió su confianza.
– Si pudiera evitarlo, ¿crees que estaría haciendo tremendo papel de tonta? -En ese momento arañarle los ojos le parecía una mejor alternativa que frotar su cuerpo contra el de él. Le dejó ver eso también.
Su cara estaba a solo unas pulgadas de la suya. Se estaba prendiendo fuego por el solo hecho de tocar su piel, sentía el crepitar de la electricidad que surgía entre ellos. Veía en sus ojos un desafío que no pudo resistir. Rio la agarró por la nuca, ahuecó las manos sobre su cabeza y acercó su boca a la de él. Ella no opuso ninguna resistencia. Instantáneamente se fundió con él. Caliente. Electrizante. Loca por él. Colándose en su piel, envolviéndose alrededor de su corazón, tan apretadamente que la sentía como un guante. Devorándolo tan ansiosamente como él a ella.
Fue solamente a causa de que tuvieron que parar para inhalar algo de aire que encontró la fuerza para levantar la cabeza. Rachael hundió la cara contra su garganta.
– Esta vez fue mi culpa -sus labios se movieron contra su cuello. Rio cerró los ojos al sentir el reverberante fuego que agitaba su cuerpo con fuertes oleadas debido al roce de su suave boca. Tuvo que hacer un esfuerzo para poder respirar. Dudaba que una simple bocanada de aire pudiera hacer que su cerebro volviera a funcionar correctamente.
La suave tonada se escuchó más cerca esta vez.
– Borraste a Kim de mi cabeza, Rachael -le dijo frotando su cara en la masa de gruesos rizos.
– Es asombroso lo bien que sabes besar.
No pudo evitar la tonta sonrisa que se desparramó por todo su rostro.
– ¿Es cierto eso? Me sorprendo a mi mismo -La sonrisa se desvaneció y volvió a tomarla por la barbilla- No te estoy entregando ni traicionando, Rachael. Conozco a Kim. No pondrá en peligro tu vida, por ningún motivo.
– El dinero habla, Rio. Casi todo el mundo tiene un precio.
– Kim vive sencillamente, pero más que eso, tiene un código de honor.
Rachael asintió. No había mucho más que pudiera hacer. Rio tenía razón respecto a que no podía huir corriendo con su pierna herida.
– Respóndele entonces.
Rio no apartó la mirada, pero entonó una melodiosa nota que sonó exactamente como las de los pájaros que estaban afuera llamándose uno al otro justo fuera de las paredes de su hogar.
Ella metió su rebelde y greñudo cabello detrás de la oreja, permitiendo que sus dedos vagaran por su mandíbula, y frotaran sus labios.
– Tengo miedo.
– Lo sé. Puedo sentir el latido de tu corazón -Le recorrió la muñeca, con el pulgar deslizándolo sobre el pulso- No tienes que temer.
– El pagaría mucho dinero para tenerme de vuelta.
– ¿Tu marido?
Ella negó con la cabeza.
– Mi hermano.
Se llevó la mano hacia el corazón como si lo hubiera apuñalado. Casi al mismo tiempo puso una expresión inaccesible. Tomó aire, lo expulsó; había una mirada vigilante en sus ojos, una sospecha que no había estado allí antes.
– Tu hermano.
– No tienes que creerme -Rachael se apartó, se recostó contra la silla y ajustó la manta más apretada a su alrededor. La humedad era alta, aunque soplara el viento. A través de la ventana de la que Rio había sacado la manta podía verse una espesa neblina colándose entre el follaje y las enredaderas que rodeaban la casa- No debería habértelo contado.
– ¿Por qué querría tu hermano mandarte a matar, Rachael?
– Me cansas. Esas cosas pasan, Rio. Quizás no en tu mundo, pero ciertamente si en el mío.
Rio estudió su cara, tratando de ver a través de la máscara que había alzado, lo que estaba pasando por su mente, su cerebro recorriendo las posibilidades. ¿Había encontrado su hogar por accidente, o la habían mandado para asesinarlo? Había tenido un par de oportunidades. Le había dado un arma. Todavía estaba allí, debajo de la almohada. Quizás no se había ocupado de él porque lo necesitaba hasta que su pierna sanara.
Se enderezó lentamente y caminó hacia el escondrijo de las armas que colgaba en la pared. Se colocó una funda con un cuchillo en la pierna y la tapó con sus pantalones. Tenía un segundo cuchillo entre los omóplatos. Se puso la camisa encima y metió una pistola en la pretina de sus pantalones.
– ¿Estás esperando problemas? Pensé que dijiste que Kim Pang era tu amigo.
– Siempre es mejor estar preparado. No me gustan las sorpresas.
– Me di cuenta -respondió seca, preparada para enojarse con él por la grosera reacción ante su admisión. Fue lo mismo que si la hubiera abofeteado. Le había revelado algo que nunca había admitido ante nadie antes y no le creía. Podía asegurarlo debido a su inmediata retirada.