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Rio se arrodilló al lado del gato lastimado, sus manos se mostraban increíblemente gentiles al examinar al leopardo. Su corazón le dio un vuelco en el pecho. Tenía la cabeza inclinada hacia Fritz, con una expresión casi tierna mientras le murmuraba suavemente. Tuvo una repentina visión de él acunando a su hijo, mirándolo amorosamente, su dedo pulgar atrapado por la pequeña mano del bebé. De repente levantó la cabeza y la miró sonriendo.

Si fuera posible derretirse, Rachael estaba segura de que lo había hecho. El arqueó la ceja.

– ¿Qué? ¿Por qué me miras así?

– Estoy tratando de descubrir que pasa contigo -respondió Rachael sinceramente. Su cara no era la de un muchacho. Sus rasgos eran duros y afilados. Sus ojos podían tener la frialdad del hielo, incluso asustaban, aún así a veces cuando lo miraba Rachael no podía respirar a causa del deseo que despertaba en ella.

La mano de Rio se inmovilizó sobre el pequeño leopardo. Ella era capaz de sacudirlo con una simple oración. Era aterrador pensar el poder que ya ejercía sobre él, especialmente desde que hacía tanto tiempo que había aceptado el hecho de que siempre viviría solo. Su vida estaba aquí, en el bosque pluvial. Era adonde pertenecía, donde entendía las reglas y vivía ateniéndose a ellas. Estudió su cara. Una misteriosa mujer con un estúpido nombre falso.

La bestia rugió y Rio abrazó el temperamento que se alzaba. No quería ver la expresión de su cara, la mirada que le dirigía con una mezcla de emociones cruzándola, femenina y confundida, una ternura que no podía permitirse.

– Las reglas son diferentes aquí en el bosque pluvial, Rachael. Ten mucho cuidado.

Como siempre lo sorprendió, su risa invadió sus sentidos y estrujó su corazón.

– Si estas tratando de asustarme, Rio, no hay nada que puedas hacer que no haya visto ya. No soy fácil de impresionar o espantar. El día que mi madre murió, cuando tenía nueve años, supe que el mundo no era un lugar seguro y que había gente mala en él -Ondeó una mano como despidiéndolo, de princesa a campesino- Ahórrate tus tácticas aterradoras para Kim Pang, o para cualquier otro al que quieras impresionar.

Rio palmeó por última vez al leopardo, se estiró casualmente para rascar las orejas de Franz, antes de levantarse en toda su estatura, elevándose sobre ella, llenando la habitación con su extraordinaria presencia. Se veía muy incivilizado, completamente salvaje y entre casa en los remotos parajes del bosque. Cuando se movía, ostentaba una gracia fluida que sólo había observado en animales depredadores. Cuando estaba en reposo, estaba francamente, completamente quieto. Era intimidante, pero Rachael nunca lo admitiría.

– Te sorprenderías de lo que puedo hacer -dijo quedamente, y había una suave, amenaza subyacente en su tono.

El corazón de Rachael se salteó un latido, pero mantuvo su expresión serena y apenas arqueó una ceja en respuesta, un gesto en el que había trabajado duro para perfeccionar.

– ¿Sabes lo que pienso, Rio? Creo que eres tú el que está asustado de mí. Creo que no sabes que hacer conmigo.

– Sé lo que me gustaría hacer -esta vez sonó brusco.

– ¿Qué dije para disgustarte?

Rio se paró en frente de ella sintiéndose como si le hubiera caído un árbol encima. Hacía tanto tiempo que había cerrado esa puerta, con sus emociones desnudas, magulladas y sangrantes, y no estaba dispuesto a abrirla para ella o para nadie más. No podía creer que aún lo sacudieran, aquellos ocasionales pantallazos de un pasado que no quería recordar. Una vida diferente. Una persona diferente

Rachael observó como sus manos se cerraban en puños, la única señal de su agitación. Inadvertidamente había tocado un nervio y no tenía ni idea de que era lo que había hecho para provocarlo. Se encogió.

– Tengo un pasado, tú tienes un pasado, ambos estamos buscando una vida distinta. ¿Acaso importa? No tienes que contármelo, Rio. Me gusta quien eres ahora.

– ¿Es esa tu manera sutil de pedirme que me mantenga alejado de tus asuntos?

Ella alzó una mano para recoger el cabello detrás de su cuello, obviamente acostumbrada a llevarlo más largo.

– Estaba tratando de decirte que no importaba. No, no quiero que te entrometas en mi pasado. No debería haberte contado tanto como te conté -Le sonrió porque no pudo evitarlo. Estaba actuando de una manera desacostumbrada, contándole cosas que mejor sería que se callara. No debería haber provocado que se sintiera herido debido a su renuencia a contarle la historia de su vida. Dudaba que se hubiera ocultado en el bosque pluvial si no fuera por algo traumático que le hubiera pasado en su vida. El hacía que deseara contarle todo- Lo siento hice que te sintieras incomodo, Rio. No lo volveré a hacer.

– Maldición, Rachael. ¿Cómo te las arreglas para hacer eso? -En un instante podía enojarse y al siguiente lo desarmaba completamente- Y, a propósito, ¿cómo lograste escaparte de los mosquitos? Sólo uso el tejido porque me molesta el ruido cuando zumban alrededor mío, pero tú tendrías que estar cubierta de picaduras.

– Los mosquitos no me encuentran apetecible como tú. Noté que todos los de mi grupo tenían que usar repelente todo el tiempo. Creo que a los mosquitos no les gusta mi sabor. ¿Te molesta que me dejen en paz?

Él asintió.

– Es un extraño fenómeno. Los mosquitos no molestan a la gente de la tribu. Tu madre sabe las historias de la gente leopardo. ¿Naciste aquí? ¿Es tu madre oriunda de por aquí?

Rachael se echó a reír nuevamente.

– Creí que habíamos estado de acuerdo en no entrometernos en los asuntos del otro y no puedes dejar pasar tres segundos sin preguntarme algo. Estoy empezando a pensar que tienes un doble estándar, Rio.

Una lenta, sonrisa curvó sus labios.

– Puede que tengas razón. Nunca pensé en ello de esa manera.

– Y pensar que todo este tiempo yo estuve convencida que eras un moderno y sensible hombre de la nueva era -bromeó ella.

Franz gruñó, levantándose. Al mismo tiempo, Rio dio un salto para ir a situarse a un lado de la puerta, de esa casi imposible forma que tenía de cubrir grandes distancias. Le hizo señas al gato para que se mantuviera en silencio, sacó su pistola y sencillamente se quedó esperando.

CAPÍTULO 7

El silbido vino otra vez, dos notas suaves. El arma nunca se movió, permaneciendo estable y apuntando a la entrada. Rio contestó, usando una combinación diferente de sonidos, pero se quedó inmóvil, a la espera.

– Aparta el arma -dijo Kim Pang y empujó abriendo la puerta. Entró en la casa, sus ropas rasgadas, mojadas y manchadas de sangre, sus rasgos duros una máscara de cansancio. Había estado, obviamente, viajando rápido y ligero. No tenía ningún paquete ni ningún arma que Rachael pudiera ver.

De todos modos Rio permaneció en las sombras, a un lado de la puerta.

– No lo creo, Kim -dijo Rio suavemente- no has venido solo. ¿Quién está contigo?

– Mi hermano, Tama, y Drake Donovan. Has sido lento contestando y Drake está explorando mientras Tama me cubre -Kim permaneció inmóvil, su mirada se movió sobre Rachael, pero no hizo ninguna señal de que la reconociera.

– Tama no está haciendo un buen trabajo, Kim -dijo Rio, pero Rachael podía verlo relajarse visiblemente, aunque no apartara el arma- Hazle la señal para que entre.

Levantó la cabeza y tosió, un peculiar gruñido que sonaba como los animales que Rachael había oído en la distancia cuando anduvo por la selva.

Kim llamó fuerte en otro dialecto, en voz alta y áspera, pero cuando se volvió, estaba sonriendo a Rachael.

– Señorita Wilson, es bueno ver que tuvo éxito saliendo viva del río. Su aparente fallecimiento causó un verdadero alboroto.

Rachael echó un vistazo con aire de culpabilidad a Rio. Había olvidado que había venido a la selva tropical como Rachael Wilson. Rio le sonrió abiertamente, una sonrisa tan insultantemente masculina que le dieron ganas de usar la violencia.