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– Debo adoptar tus malos hábitos -dijo Rachael, tirando de la manta hasta que cubrió sus muslos desnudos. Ella se acurrucó contra su pecho y envolvió sus brazos alrededor de su cuello otra vez, girando la cabeza para examinar sus vividos ojos verdes.

Ambos rieron. No tenía sentido, pero ninguno se preocupó. Simplemente se derritieron el uno en el otro. No tuvo ni idea de si ella se movió primero o si fue él, pero sus bocas se fundieron juntas y la alegría explotó a través de ellos. La tierra tembló y se movió. Los monos charlaron ruidosamente y un pájaro chilló de placer. Prismas de color irradiaron a través de las gotitas de agua sobre las hojas y el musgo. Pétalos de flores de lo alto llovieron sobre ellos mientras el viento cambiaba ligeramente, pero ninguno lo notó. En ese momento, solo estaban ellos dos, encerrados en su propio mundo de puro sentimiento.

Fue Rachael quien se separó primero, riendo porque no podía evitarlo.

– Tienes una boca asombrosa.

Había oído aquellas palabras antes pronunciadas por la misma voz, en el mismo tono burlón, ligeramente sobrecogido. Había sentido la yema del dedo trazando el contorno de sus labios antes. Claramente recordaba apartar los platos y tumbarla sobre la mesa, loco por la necesidad, queriéndola tanto que no podía esperar lo bastante como para llevarla al dormitorio.

Los dedos de Rachael se enredaron en su pelo, un gesto que siempre hacía que su corazón diera un vuelco. A veces sentía como si viviera por su sonrisa. Por su beso. Por el sonido de su risa. Se inclinó hasta que sus labios presionaron contra su oído.

– Ojala estuviéramos solos ahora mismo.

Su lengua hizo una pequeña incursión, profundizando en los huecos, sus dientes pellizcando gentilmente. Los pechos empujaron contra su pecho, suaves montículos tentadores, sus pezones dos picos tensos. Había sabido que su cuerpo reaccionaría a la más pequeña broma de su lengua.

– Menos mal que no lo estamos -indicó Rachael, tratando de impedir que su cerebro se derritiese como el resto de su cuerpo. Tenía que ser la humedad. Podía declarar que nunca se había sentido tan sexy y queriendo tentar tanto a un hombre como hacía con Rio. Lo miró fijamente a sus ojos, a sus extraños, seductores ojos, y sintió como si estuviera cayendo dentro de él.

Un leopardo gruñó una advertencia, luego dio un suave gruñido desde dentro de la casa. Rachael y Rio parpadearon, tratando de sacudirse el hechizo bajo el que parecían estar.

– Rio, será mejor que le digas a tu pequeño amigo que pare o va a tener una sorpresa -le llamó Drake.

Rachael estaba impresionada por la grave amenaza de la voz de Drake. Rio se puso rígido, dando bruscamente una orden Franz para que el leopardo nublado saliera de la casa. El leopardo le alzó el labio a Rio, sus orejas aplastadas, exponiendo sus dientes, la cola moviéndose atrás y adelante

– Parece realmente enfadado -Rachael no podía suprimir la nota de miedo de su voz- Es sorprendente como mira y sus dientes son directamente aterradores.

Rio se alejó para dar espacio al gato.

– Todos los leopardos tienen temperamento, Rachael. Pueden estar muy malhumorados y nerviosos, incluso con su hermano más pequeño. Franz esta molesto y no tolera la compañía muy bien.

– El debería estar acostumbrado a mí -dijo bruscamente Drake- El pequeño renacuajo me amenazó. Si se las hubiera arreglado para morderme, hubiera extendido su piel entre dos árboles.

Estaba de pie a la entrada mirando airadamente al leopardo nublado. Sus ojos estaban brillantes y concentrados, casi vidriosos. Había un aura de poder emanando de él. Sus manos agarraron el pasamano de la baranda, curvando sus dedos fuertemente alrededor de la madera.

Rio colocó despacio a Rachael en el sofá, nunca apartando sus ojos de Drake. Había una tensión repentina en el cuerpo de Rio, aunque pareciera tan relajado como siempre. Su sonrisa no alcanzaba a sus ojos. Rachael podía ver que estaba tan concentrado en Drake como éste lo estaba sobre el gato. Ningún hombre movió un músculo, tan quietos que parecía como si fueran parte de la selva, mezclándose en las sombras. Las nubes se movieron en lo alto, oscureciendo los cielos. El viento sopló y el follaje y las enredaderas se movían como plumas atrás y adelante en las sombras crecieron y se alargaron. Unas gotas de agua lograron penetrar por el pesado dosel de las copas de los árboles y salpicaron los pasamanos de la baranda. El sonido de madera rasgada fue ruidoso y desconcertante. Largas astillas rizadas de madera cayeron al suelo del porche. Rachael las miró con sorpresa. Franz siseó y encarándose con Drake, retrocedió mientras se iba sigilosamente y despacio hacia la rama más alta del árbol más grande. Como si sus patas fueran muelles, el leopardo nublado se impulsó hacia la copa de los árboles y desapareció.

Drake permaneció inmóvil, mirando el temblor de las hojas, y luego cogió un profundo aliento, lo soltó y echó un vistazo a Rio.

– Para, hombre, el pequeño renacuajo merecía una patada.

– Fritz fue atacado por un leopardo, Drake. Franz está un poco nervioso. Podías haberle dado un respiro.

– No lo entiendo -interrumpió Rachael- Creía que vosotros erais amigos.

Rio inmediatamente dejó caer la mano en su hombro.

– Drake y yo entendemos, Rachael.

– Bien, yo no entiendo a ninguno de vosotros.

Rio rió suavemente.

– Tiene algo que ver con gatos malhumorados. Venga, vamos a conseguir cuidados para esa pierna.

– ¿Quieres decir poner esa pasta casera pardusca sobre ella? -Rachael sonaba horrorizada- No lo creo. Tendré mis oportunidades con el cuidado que tú me diste.

Miró fijamente al pasamano detrás de Drake. Había señales frescas de garras en la madera y no podía recordar que estuvieran allí antes.

– Seguramente no vas a ser una cobarde -Rio le tomó el pelo, recogiéndola como si nada hubiera pasado.

Él no echó un vistazo a las señales de garra ni siquiera pareció notarlas. Toda la tensión se había ida como si nunca hubiera estado.

– Tal vez podríamos mezclar unos pétalos más y cambiar el color -sugirió Drake, precediendo a Rio a la casa- Tama, ella no quiere tu mejunje curativo. ¿Puedes cambiar el color a un rosa princesa?

Rachael miró a Drake.

– Pasaré de ello, independientemente del color.

Kim le sonrió.

– Esto funciona, señorita Wilson.

– Rachael -corrigió ella, tratando de parecer solemne cuando Rio la colocó sobre la cama. Ya estaba cansada y quería solamente acostarse y dormir un ratito- ¿Cómo de rápido trabaja esto? ¿Duele?

– Tu pierna ya duele -indicó Rio- No hará que el dolor empeore.

Rachael se enroscó, tirando de su pierna como mejor podía para protegerla de cualquier mejunje vudú que Tama había preparado rápidamente.

– Soy un tipo mujer moderna. De la clase que va con la medicina moderna.

– ¿No has oído alguna vez la frase, “cuándo en Roma…”? -la embromó Rio

– Sí, bien pues no estamos en Roma y dudo que sus medicinas sean de ese matiz particular de verde -Rachael lo miró airadamente, apartándole la mano cuando Rio trató de sacar la pierna para inspeccionarla- ¡Para si no quieres perder esa mano!

– ¿Siempre es así? -preguntó Drake.

– Es peor. No pongas un arma en su mano.

– Fue un accidente. Yo tenía fiebre alta -Empujó la mano de Rio lejos otra vez- No voy a ponerme cerca de esa cosa. Te vuelves mandón cuando tus amigos están alrededor.

– Deja de retorcerte. Quiero que Kim y Tama vean lo que pueden hacer -Rio se sentó en el borde de la cama, apoyando su peso casualmente a través de sus caderas para que ella no pudiera sentarse- Hazlo, Tama, no le prestes ninguna atención.

– ¿A qué le pegó un tiro? -preguntó Drake.

– A la radio.