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Rachael comió muy poco y se quedó callada, amasando la piel de Fritz mientras observaba a Rio trabajar. Tenía más armas y más cuchillos que nadie que hubiera conocido antes, y estaba familiarizada con las armas. Las limpiaba con el mismo tipo de cuidado con el que curaba una herida, meticulosamente y con determinación, sin omitir ni un pequeño detalle. Lo observó mientras tomaba varios juegos de ropa y pequeños equipos médicos junto con algunas de las armas y ponía todo en paquetes impermeables

– ¿Qué estás haciendo con eso? -Finalmente le había ganado la curiosidad. Rachael se sentía cómoda con los silencios y estando a solas, pero no tanto como Rio. Parecía que él estaba perfectamente bien pasando horas sin decir una sola palabra.

Rio miró hacia arriba y parpadeó, como si recién se diera cuenta de que estaba allí. Pero a decir verdad había sido consciente de cada movimiento que había hecho. Estaba casi hipnotizado por la vista de sus dedos amasando la piel del gato.

– Distribuyo los paquetes a lo largo de mis vías de escape para el caso de que me quede sin municiones, armas o necesite suministros médicos. Puede ser muy útil.

– ¿Y la ropa?

– Me viene bien si necesito cambiarme -respondió elocuentemente.

– Ya veo. ¿Me vas a decir por qué tu amigo Drake actúa tan extrañamente con los gatos y por qué no te molestó? Por un momento, temí, que repentinamente fuera a tener un estallido violento. Me pareció que tú estabas esperando lo mismo.

– Drake ha vivido la mayor parte de su vida en el bosque. Somos muy primitivos aquí. Reaccionamos a la naturaleza; suena un poquito raro, pero si pasas aquí el tiempo suficiente, lo entenderás -sus manos se detuvieron sobre el cuchillo que estaba afilando-. Deseo que te quedes por mucho tiempo, Rachael.

Su mirada era directa como siempre. Rachael no podría haber apartado la suya aunque su vida hubiera dependido de ello. Su voz era tan baja que apenas lo oía. Por un momento no pudo respirar, su pecho estaba oprimido con una mezcla de esperanza y miedo. Casi suelta lo primero que le vino a la mente. Quería quedarse… necesitaba quedarse. Nunca había deseado a un hombre de la manera que lo deseaba a él. Pero la muerte estaba lista para saltarle en la cabeza y no iba a fijarse quien se encontraba en la misma vecindad.

– Conmigo, Rachael. Quiero que te quedes aquí conmigo.

– Sabes que no puedo, Rio. Sabes porque -Sus dedos se curvaron tan apretadamente sobre la piel del leopardo nublado, que Fritz levantó la cabeza y la miró curvando los labios.

– Entonces al menos quieres quedarte aquí conmigo. Si pudieras, ¿Querrías estar conmigo? -Ella le pertenecía. Lo sabía con cada aliento que tomaba. Lo sabía con cada fibra de su ser. ¿Cómo podría ella no saberlo? ¿No sentirlo? Estaba tan claro para él.

Rachael retiró la mano que tenía sobre el gato y arrastró la manta hasta su barbilla. Era una pequeña protección, pero la hacía sentir más controlada. Rio se paró de esa forma perezosa y lánguida con que solía moverse, la que siempre le recordaba a un felino. Sin dudarlo se acostó al lado de ella, acomodando su cuerpo alrededor del de ella, con cuidado de no tocarle la pierna.

La manta estaba entre los dos, pero Rachael sentía bien su cuerpo a través del fino tejido. Cuando tomo aire, recogió su aroma en los pulmones.

– No me conoces más de lo que yo te conozco a ti. No podemos simplemente pretender que no tenemos pasados Rio, por más que nos gustara hacerlo de esa forma. No soy la mujer que pareces recordar de tus sueños, y tú no puedes ser el hombre que yo recuerdo. Esas cosas nunca son reales.

Los dedos de él se enredaron en su cabello.

– ¿Cómo sabes que no son reales? ¿Cómo sabes que no estuvimos juntos en una vida pasada? Tu cabello se sentía exactamente así, pero lo tenías más largo, hasta la cintura. Cuando lo trenzabas, la trenza era tan gruesa como mi antebrazo. Conozco el sonido de tu risa, Rachael, pero más importante aún, sé lo que te hacer reír. Sé lo que te provoca tristeza. Sé que sientes aversión por los monos. ¿Cómo podría saber eso? -Envolvió sus rulos alrededor de los dedos y enterró la cara contra la sedosa masa.

– Debo haber dicho algo, quizás cuando tenía esa fiebre tan alta. Probablemente divagaba como una loca.

– Justamente lo opuesto. La mayor parte del tiempo, estabas tan callada, que me asustabas. A veces apenas respirabas.

Ella se rió quedamente.

– Tenía miedo que me estuvieras dando el suero de la verdad.

– Para poder conducir mi interrogatorio -levantó la cabeza, sus ojos verdes ardiendo en los de ella- ¿Me tienes miedo, Rachael? ¿Tienes miedo de que te traicione por dinero?

Ella estudió su cara rasgo por rasgo y se encontró sacudiendo la cabeza antes de poder evitarlo.

– No, no tengo miedo de eso.

– Entonces habla conmigo. Dime quien eres.

Levantó una mano hacia su cara, trazó las pequeñas líneas alrededor de su boca.

– Tú dime quien eres, Rio. Déjame conocerte antes de que me hagas preguntas acerca de mí. Veo sufrimiento en tu cara. Has visto la traición, conoces lo que es. Y viniste aquí por una razón. Dime cual es. ¿Por qué tienes que vivir en este lugar?

– Elegí vivir aquí, Rachael, no tengo que hacerlo. Hay una diferencia.

– Has estado aquí por algún tiempo. ¿Kim y Tama viven lejos de otra gente? ¿Lo hace Drake?

– No, Kim y Tama viven en la aldea. La mayor parte del tiempo si su gente se muda, la aldea entera se muda. Todavía tienen moradas cuando viajan. Drake vive cerca de una aldea para nuestra gente.

– ¿Quién es tu gente, Rio? ¿Por qué no quieres estar cerca de ellos?

– Siempre me siento más feliz cuando estoy solo. No me preocupa llevar una vida solitaria.

Rachael sonrió y se acurrucó más contra la almohada.

– No estás dispuesto a contarme nada acerca de ti mismo. Incluso en la amistad se trata de dar y recibir, tiene que haber confianza entre dos personas. No existe eso entre nosotros.

– ¿Entonces que tenemos? -Rio sabía que ella tenía razón, pero no quería escucharla decirlo. Quería que las cosas fueran diferentes, pero si le decía lo que ella quería saber no habría posibilidades para ellos.

– Estoy tan cansada, Rio -dijo Rachael suavemente-. ¿Podemos hacer esto mañana? Parece que no puedo permanecer despierta sin importar cuanto lo intente. Creo que estás poniendo algo dentro de esa bebida que siempre me dices que es tan saludable.

Quería dejar el tema. Reconocía las señales. Estaba habituado a evadir temas que no quería discutir. ¿Y cual era el punto?

Rio yació allí escuchándola respirar, su cuerpo tan duro que estaba seguro que un solo roce más contra su cuerpo podría ser la gota que colmara el vaso. Se quebraría en un millón de pedazos. Dormir en el piso lejos de ella no lo evitaría. Las duchas frías no estaban ayudando. La casa era muy pequeña para que la compartieran ellos dos a no ser que estuvieran juntos, y dormir en la cama al lado de ella sin tocarla era definitivamente imposible.

Intelectualmente sabía que era porque estaba cerca del Han Vol Dan y eso lo estaba afectando debido a su esencia de madurez. Quería echarle la culpa a eso, la llamada de la madurez de una hembra a un macho, pero para decir la verdad, la deseaba de tantas otras formas distintas. Lo hacía feliz y ni siquiera sabía porque. No le importaba el porque. La quería en su casa. A su lado. Con él. Era así de simple.

Mujeres. Siempre se las arreglaban para complicar hasta la más simple de las cuestiones. Se sentó, con cuidado de no molestarla. No podría dormir si no salía a correr en la noche. Cuanto más lejos y más rápido mejor.

Rachael esperaba estar soñando. No era una pesadilla que la asustara, pero era inquietante. No tanto las imágenes, pero la idea en si misma. Se podía ver a ella misma, estirando el cuerpo, arqueando la espalda, en la agonía de la necesidad sexual. No sólo un deseo… un ansia, una obsesión. La necesidad era tan fuerte que no podía pensar en otra cosa que no fuera en encontrar a Rio. Estar con Rio. Las manos de Rio tocándola, deslizándose por su cuerpo, recorriéndola con salvaje abandono. Había calor y fuego y aún así ella no estaba satisfecha. Podía ver su cuerpo ondeando de placer, reluciente y húmedo. Rio rodando con ella, tirando de ella hasta ponerla encima de él, y Rachael tirando la cabeza hacia atrás, empujando sus pechos en invitación mientras lo montaba frenéticamente. Giró la cabeza para mirar hacia atrás a la dormida Rachael, con la cara contorsionada mientras la piel ondeaba sobre su cuerpo.