Rachael sacudió la cabeza, se removió soñolienta, se meneó un poco para encontrar la calidez y seguridad del cuerpo de Rio. No estaba allí. Se dio la vuelta, cuidando de no mover su pierna lastimada. Definitivamente estaba sola en la cama. La casa estaba oscura, lo que no era inusual ya que Rio nunca encendía una lámpara, prefiriendo caminar silenciosamente por la casa, descalzo, desnudo. Parecía tener una gran afinidad con la noche, prefiriendo esa hora sobre cualquier otra. Nada en las sombras lo afectaba o lo asustaba. Parecía que nunca dormía profundamente. Las pocas veces que ella se había despertado en la oscuridad, él ya estaba alerta, siendo el cambio de su respiración suficiente para despertarlo.
Levantó la cabeza y estudió la habitación. El mosquitero que colgaba sobre la puerta se balanceaba como un fantasma danzando con el viento. La puerta estaba abierta. Rio había partido para una de sus muchas aventuras de medianoche. Siempre volvía más relajado, desaparecida la tensión de su cuerpo. Usualmente volvía cubierto de sudor y se dirigía hacia el lavabo para lavarse. Rachael adoraba mirarlo. Debería haberse sentido culpable, una mirona, pero no era así. Simplemente recreaba sus ojos admirando su cuerpo, observando el juego de sus cuerdas de músculos y apreciando el hecho de que fuera tan intensamente masculino.
Algo empujó contra el mosquitero. Una gran cabeza oscura forzó su camino dentro de la casa. Rachael se congeló, con el corazón en la boca. Fritz gruñó, siseó y se alzó para dirigirse con paso inestable hacia Rachael. Estiró la mano hacia el pequeño leopardo nublado, tocó su piel mientras se movía sigilosamente cerca de la cama, todavía siseando. Rachael no apartaba la mirada del enorme, fuertemente musculado animal que se abría camino a través del endeble tejido mosquitero dentro de la casa.
El leopardo era el animal salvaje más grande que se hubiera encontrado nunca. Era un macho, pesando casi cerca de doscientas libras, puro músculo, exótica piel negra desde la cabeza hasta la punta de la cola, sus ojos de un vívido verde amarillento. El leopardo sacudió la cabeza de un lado a otro, buscando con la mirada alrededor de la habitación, ignorando el gruñido del pequeño gato como si estuviera por debajo de su nivel. Entró completamente a la casa, balanceando la cola de un lado a otro. Frotó su hombro contra la silla y el lavabo, todo el tiempo mirando a Rachael con una mirada demasiado inteligente en sus ojos.
Movió la mano muy lentamente, dentro de la cama, deslizándola debajo de la almohada para encontrar el reconfortante metal del arma. Envolviendo sus dedos alrededor de la culata tiró hacia ella con un movimiento lento. Debajo de la cama, Fritz gruñó más fuerte.
– Hush -susurró, tratando de mantener la voz lo más baja posible para que no fuera a provocar que el leopardo atacara.
Para su asombro, el pequeño gato se calló. El leopardo negro continúo frotando su cuerpo contra el mobiliario, mirándola todo el tiempo. Ella yació quieta, incapaz de mirar hacia otro lado. Mientras el animal se le aproximaba, Rachael se olvidó de apuntarlo con el arma. El animal no la acechaba, simplemente se le acercaba lentamente, frotando toda la extensión de su cuerpo a lo largo de la cama. Frotó la cabeza en su brazo, la piel tan suave e increíblemente lujosa. Con el aliento atrapado en su garganta, tuvo que combatir el impulso de enterrar sus dedos en esa piel, de frotar su cara contra el cuello y hombros del animal.
El leopardo comenzó a refregar su cuerpo lenta y sistemáticamente con la cabeza, barbilla y mejillas, frotándose contra su hombro y sus pechos. Se estiró sobre la cama para frotar su estómago y la conjunción entre sus piernas, se tomó su tiempo para refregarse contra su pierna buena y después de oler su pierna herida, tuvo cuidado cuando se frotaba de vuelta hacia arriba por la pierna hasta su cabeza.
El aliento del leopardo se sentía caliente contra su piel mientras le tocaba el hombro, dándole la impresión de que el animal quería que lo rascara. El arma se le resbaló de la mano para reposar en la manta cuando ella hundió los dedos en la espesa piel. Era atrevido y casi abrumador, un salvaje y loco impulso que no pudo controlar. Recorrió con la punta de los dedos la sombra más oscura de las manchas enterradas en la densa negrura de la piel. Tentativamente, empezó a rascar las orejas y el cuello del leopardo, volviéndose lo suficientemente audaz para rascarle el amplio pecho. Podía ver varias cicatrices en la piel, indicando que el gato había participado en más de una pelea, pero el animal era un magnífico espécimen de su clase. Los músculos corrían como acero debajo de la piel, envolviendo su cuerpo en todas direcciones. Debería haber estado aterrada de estar tan cerca, pero la noche había adquirido una cualidad surrealista.
Estaba tan cerca que podía apreciar que sus bigotes eran muy largos, y se hallaban en su labio superior, mejillas, barbilla, sobre los ojos e incluso en la parte de adentro de las patas delanteras. Los pelos estaban incrustados en tejido con terminaciones nerviosas que transmitían información tangible continuamente, muy parecido a un sistema de radar. Durante un ataque, el leopardo podía extender sus bigotes de forma parecida a una red en frente de su boca para ayudarlo a evaluar la posición del cuerpo de la presa para poder administrarle una mordida letal. Rachael tenía esperanzas de que el hecho de que se frotara continuamente contra ella fuera una señal para que lo rascara con más fuerza y no de que el animal se estaba poniendo agresivo.
Fritz asomó la nariz fuera de debajo de la cama y el corazón de ella empezó a latir con más fuerza a causa del temor por el pequeño gato herido. El leopardo más grande apenas le toco la nariz, y refregó la parte de arriba de la cabeza del leopardo nublado con la suya propia. Luego se estiró lánguidamente, arañó el piso alrededor de la cama y repitió la acción de frotar la cabeza contra el cuerpo de Rachael antes de cruzar la habitación lentamente hacia el área de la cocina. Se paró sobre sus cuartos traseros y arañó con sus garras la pared, dejando largos, y hondos surcos sobre la madera. Exactamente iguales a los otros surcos. Se dejó caer nuevamente al piso, dio vuelta la cabeza para mirarla una vez más con su mirada fija, luego, sin prisas, se fue caminando lentamente saliendo de la casa hacia la oscuridad.
CAPÍTULO 9
Rachael se limpió el sudor de los ojos y miró fijamente las marcas de garras en la pared. No había estado soñando. Un leopardo enorme había estado en la casa, caminando como si ésta fuese suya. Había observado a Rachael con una mirada fija y misteriosa. El animal se había frotado contra la cama, contra su piel, contra todo su cuerpo, no una vez, sino dos, contra los muebles, y había acabado estirándose en toda su longitud para marcar con sus garras la pared de la cocina, dejando atrás surcos profundos en la madera. No habría podido imaginar una bestia como esa más de lo que podía imaginar las marcas de garras.
– Justo cuando parece que es seguro volver a la selva -susurró en voz alta, temerosa de hablar muy alto por si el gato volvía- ¿Rio? ¿Rio, dónde estás?