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La puerta estaba abierta a la noche, la mosquitera se mecía suavemente en la ligera brisa. La lluvia era una caída suave en la distancia. Rachael se incorporó, teniendo cuidado de no golpear su pierna. Se sentía más fuerte, pero la pierna estaba hinchada, y dolía incluso con el movimiento más leve. Arrastrando la camisa de Rio, refunfuñó cuando se enganchó en su muñeca rota y lanzó la manta hacia atrás. El arma cayó al piso con un estruendo, el sonido ruidoso en la quietud de la noche.

Con un pequeño suspiro, Rachael se puso a buscarla, alargando las puntas de sus dedos, intentando no forzar su pierna hasta que fuese necesario moverse. No se oía nada, pero ella sentía el impacto de sus ojos. Enseguida pudo respirar mejor. Rachael levantó la vista, encontrándose los anchos hombros de Rio llenando el umbral de la puerta. Se había acostumbrado a que raramente usara ropa en casa. A que su cuerpo fuera duro como una roca. A que había algo peligroso y diferente sobre él que no podía identificar. Pero nunca podría reponerse del poder seguro de sus ojos.

– Aparte de que dejaste la puerta abierta y un leopardo decidió visitar la casa, tienes que dejar de salir a pasear a medianoche. ¿Nunca te han dicho que el bosque puede ser peligroso por la noche? -Rachael cerró los dedos sobre la manta, haciendo un puño, deseando poder meterlo en su boca y callarse por una vez en su vida. ¿Podría sonar más ridícula, soltándole una riña sobre los peligros del bosque cuando él los sabía mucho mejor que ella? Era sólo que había tenido tanto miedo, y el alivio de tenerlo de vuelta seguro e ileso era abrumador.

Rio entró tranquilamente en el cuarto, totalmente desnudo pero tan seguro como si llevase un traje de tres piezas.

– No voy a dejar que te ocurra nada, Rachael. Debería haber cerrado la puerta cuando estabas sola en la casa, pero estaba justo ahí fuera -Su mirada se movió sobre su cara, haciendo una inspección tensa y malhumorada- ¿Estabas intentando salir de la cama?

Ella forzó una risa suave.

– Rachael al rescate. Iba a colgarme del leopardo por el cuello si te atacaba.

La miró larga y fijamente antes de que una sonrisa lenta se extendiera por su cara. El corazón de Rachael dio un pequeño vuelco.

– Qué idea, Rachael. Estoy teniendo una imagen tuya luchando con un leopardo y es suficiente para ponerme el pelo gris.

A ella le encantaba su pelo. Desgreñado e indomable pero brillante y limpio, como la seda.

– Rio, ponte algo de ropa. De verdad, me estás haciendo la vida muy difícil.

– ¿Porque siempre que estoy cerca de ti tengo una erección? -Sus palabras sonaron graves, como terciopelo suave. El impacto fue físico. Su cuerpo simplemente se disolvió en calor líquido.

Rachael no pudo evitar mirarlo, desvergonzado, natural, solitario. Parecía tan solitario allí quieto como un dios griego, una estatua del varón perfecto, con músculos flexibles, ojos penetrantes y boca pecaminosa. Deseó sentir lujuria absoluta. Nada más, simplemente la típica lujuria. Una aventura caliente que quemase y se apagase dejando sólo las cenizas y los buenos deseos, y libertad detrás. No ayudó que hubiese tenido sueños extraños y apasionados en los que hacían salvajemente el amor.

¿Cómo sabía que lo podía volver loco simplemente recorriendo con las yemas de sus dedos su masculino muslo? ¿Cómo sabía que sus ojos cambiarían, destellarían como esmeraldas brillantes, calientes y brillantes, consumiéndola de deseo? Había visto lágrimas en sus ojos. Había oído su voz ronca por la pasión. Rachael sacudió la cabeza para aclarar sus pensamientos, para liberarse de las extrañas memorias que eran suyas… pero que a la vez no lo eran.

– Aunque admitiré que eres tremendamente tentador y distrayente, no estoy como para sentirme muy sexy, Rio -Era una mentira descarada. Rachael nunca se había sentido más sexy en su vida. Suspiró pesadamente- Me asusta cuando te vas de esa forma. Realmente tengo miedo de que te suceda algo. No es como si estuviese en forma para poder ir al rescate.

Lo único que pudo hacer Rio fue mirarla fijamente en silencio. Su confesión lo hizo sentir indefenso y vulnerable. Nadie se preocupaba por él. A nadie le preocupaba hasta ese punto si no llegaba a salvo a casa por la noche. Esperaba morir definitivamente algún día en una pelea, y dudaba que más de un puñado de hombres lamentaran su pérdida, y eso sería un breve reconocimiento a su habilidad como tirador. Rachael lo miraba con el mundo brillando en sus ojos. Un regalo. Un tesoro. Y estaba seguro de que ella no se daba cuenta.

– Perdona si te asusté, Rachael -murmuró suavemente y cerró la puerta a la noche, cerrando la puerta a su libertad- Tenía algunas cosas en las que pensar. Salí a correr un poco.

– Sí, bien, mientras te fuiste, tuvimos una pequeña visita de un amistoso leopardo de la zona. Por suerte estaba en su mejor comportamiento así que no le disparé. Habrás notado que estoy eligiendo humor y arrojo más que la clásica histeria. Aunque estuve pensando largamente en la histeria.

Rio podía sentir una enorme sonrisa formándose. Comenzó en su tripa y extendió calor por su cuerpo.

– Aprecio el sacrificio. No estoy seguro de lo que haría con histeria. Puede que estuviese más allá de mis capacidades para hacerle frente.

– Dudo seriamente que cualquier cosa esté más allá de tus capacidades. ¿Te perturbé antes? ¿Es por eso que no podías dormir?

Rio cruzó al lavabo como hacía siempre que volvía de sus desapariciones nocturnas. Sus músculos fluían como el agua mientras se movía por la casa sin hacer ruido. Se acordó de encender una vela, sabiendo que a ella le gustaba su olor. La llama osciló y creó sombras que bailaban en la pared.

– Pensé mucho en lo que dijiste antes, que no estaba dispuesto a contarte cosas sobre mí. Quizá tenías razón. Me gusta la manera en que me miras. Nunca nadie me ha mirado de la forma que tú lo haces. Es duro pensar en renunciar a eso, o arriesgarme a no volver a verlo, porque no me mirarás de la misma manera después de que te hable sobre quién y qué soy realmente.

Ella siempre hacía lo inesperado. Rachael rió suavemente.

– Y tú debes haber olvidado con quién estás hablando, Rio. La mujer con el millón de dólares de precio sobre su cabeza. ¿Se te ha ocurrido pensar que en la sociedad soy una paria?

– Sé perfectamente con quién estoy hablando -dijo Rio.

Rachael estiró su pierna hacia delante, con cuidado de no golpearla. Tuvo que utilizar ambas manos, incluso la rota, para mover su pierna completamente de la cama. La sangre bajó de golpe, haciendo que sintiese alfileres y agujas acompañando al dolor palpitante. Eso atrajo inmediatamente la atención del hombre. Rio se dio media vuelta, con un pequeño ceño en su cara.

– ¿Vas a alguna parte?

– Sólo estoy estirando. Pensé que podías prepararme una de esas bebidas. Me estoy volviendo adicta a ellas. Por cierto, ¿qué les pones? Solo para saberlo para el futuro, ya sabes -Enderezó su camisa, tirando de las puntas para intentar cubrir sus muslos desnudos. Los bordes de la camisa estaban abiertos sobre sus pechos, por lo que torpemente intentó abotonarla con una mano.

Rio se puso unos pantalones vaqueros antes de cruzar hacia la cama.

– La bebida se hace de néctar de frutas, de cualquier fruta que coja esa mañana -Se arrodilló al lado de ella y alcanzó los bordes de la camisa, su camisa. Parecía totalmente diferente en ella. Sus nudillos rozaron sus pechos plenos. Podría sentir calor y la carne suave y aterciopelada. Sus nudillos se rezagaron, frotado deliberadamente con suavidad. No había planeado aprovecharse, simplemente había sucedido. No era capaz de resistir la tentación. Levantó la vista hacia la cara de la mujer y sus dedos se cerraron en los bordes de su camisa.

Inmediatamente Rachael se vio atrapada en la vívida intensidad de su mirada. Se cayó, tropezó, se deslizó en su mirada, inclinándose en invitación. La boca de Rio tomó posesión de la suya, fundiéndose juntas, de forma salvaje y tumultuosa, ninguno de los dos en control. Los dedos del hombre se movieron entre sus pechos, desabrochando un botón para poder tomar el suave peso con las manos. Ella jadeó, arqueándose en su palma, empujando para acercarse más, con el cuerpo tan sensible como en su sueño felino. Necesitaba su contacto, se dolía por él, soñaba con él. Se le hacía familiar. Su boca era pura masculinidad, eliminando todo pensamiento de su cabeza, de modo que simplemente cerró los brazos alrededor de su cuello y lo sostuvo contra ella.