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Permanecieron tumbados en el calor de la noche, mezclándose sus olores, sus corazones galopando. Rachael trazó una larga cicatriz con la yema del dedo, justo sobre su hombro izquierdo, mientras onda tras onda la seguía estremeciendo.

– ¿Cómo te hiciste esta?

No podría moverse, su cuerpo lleno de sudor. Se colocó en ella, cambiando levemente de posición para quitarle algo de peso.

– Esta fue con un cuchillo. Estaba sacando a un muchacho de dieciséis años del campamento de Thomas, cuando el chico se asustó y escapó de mí antes de que pudiese pararlo. Un guardia lo alcanzó y balanceó un machete contra él -Colocó su cara más cerca del calor de su pecho- Es de donde vino esta cicatriz- Le enseñó su brazo y la profunda cicatriz que recorría su antebrazo- Pude salvar al chico, pero un segundo guarda me acuchilló por detrás durante la lucha. No fue mi momento más brillante.

Rachael levantó la cabeza lo suficiente para posar la boca en su antebrazo, su lengua arremolinándose sobre la larga cicatriz. Sabía como si acabaran de hacer el amor.

– ¿Y esta otra? -Siguió más bajo, deslizando deliberadamente las yemas de sus dedos sobre sus firmes nalgas, para parar en la pequeña y blanca concavidad sobre su cadera izquierda- ¿Cómo te hiciste esta?

– Una bala -Dijo con una sonrisa, su aliento atormentando su pezón hasta convertirlo en un botón duro- Estaba corriendo evidentemente.

– Bueno, por lo menos demostraste tener buen sentido.

– Eran muchos más que yo. Aquella vez me metí en un avispero. Solamente estaba explorando, buscando indicios, y caminé derecho a ellos. Me pareció que lo más correcto era irme, puesto que no tenía invitación -Se inclinó en su pecho y succionó, solo por un momento ya que ella no se opuso a la idea. Su risa fue amortiguada- He mejorado mis tiempos en carrera desde entonces.

El simple tirón de su boca en su sensibilizado pecho envió su cuerpo a otro orgasmo. Seguía profundamente enterrado en su interior y los músculos suaves como terciopelo lo agarraban y apretaban firmemente, sumando a su propio placer.

Las yemas de sus dedos evitaron la cruda herida en su cadera y fueron a la miríada de marcas profundas en su espalda.

– ¿Y estas?

Rio se quedó completamente inmóvil. Incluso se le cortó la respiración. Esperó un latido, escuchado el aire que se movía dentro y fuera de los pulmones de Rachael. Lentamente levantó la cabeza para mirarla.

– Esas cicatrices vienen de algunas peleas que tuve con un gato grande.

Sus ojos oscuros se movieron sobre su cara. Podía verla asumiéndolo, aceptándolo.

– Un gato como el de la otra noche. Un leopardo grande. No Fritz o Franz.

– No Fritz o Franz -confirmó. Rio se separó muy suavemente de ella, alejando su cuerpo del suyo, rodando para liberarla totalmente de su peso. Permaneció tumbado mirando fijamente el techo- Un leopardo macho muy grande, completamente adulto.

Rachael pudo sentir la calma que lo invadía. La espera. Había algo que necesitaba decirle, pero era extremadamente reacio a ello. Buscó su mano, entrelazando sus dedos.

– ¿Alguna vez has notado que es mucho más fácil contar las cosas que tienes que decir, aunque no quieras, en la oscuridad? -Sus dedos se apretaron alrededor de los de Rio- Sabes que me lo vas a contar, así que adelante -Esperó con el corazón acelerado. Tuvo un flash-back de su cara cambiando, de pelaje y dientes y ojos misteriosos brillando intensamente. Cuanto más tiempo pasaba sin que él hablase, más asustada se sentía.

– Asesiné a un hombre -dijo Rio suavemente, su voz tan baja que apenas era audible. Ella oyó dolor, rígido y crudo en la desagradable confesión.

Por un momento Rachael no pudo respirar. Era la última cosa que esperaba que dijera. Lo que menos podía esperar de un hombre como Rio. No cuadraba con el hombre que se preocupaba primero por sus leopardos. No encajaba con el hombre que la ponía a ella siempre por delante.

– Rio, defendiéndote o teniendo que defender a otros sacándolos de las manos de un hombre como Thomas no es asesinato.

– No fue en defensa propia. No tuvo oportunidad contra mis habilidades. Lo perseguí y lo ejecuté. No fue aprobado por el gobierno y las leyes de mi gente no aprueban tal acto. Desearía poder decirte que siento que esté muerto, pero no es así -Rio giró la cabeza para mirarla- Quizá por eso no puedo perdonarme. Y es por eso que vivo apartado de otros de mi especie.

Un peso parecía aplastar su pecho.

– ¿Fuiste arrestado y acusado?

– Me presenté ante el consejo de ancianos para el juicio, sí. Tenemos nuestras propias leyes y cortes. Fui acusado de asesinato. No lo negué. ¿Cómo podría?

Rachael cerró los ojos, intentando bloquear sus palabras. Asesinato. Asesinato. Lo perseguí y lo ejecuté. Las palabras se repetían en su mente. Destellaban en ella como luces de neón.

– Pero no tiene sentido -murmuró en voz alta- El asesinato no va con tu personalidad. No lo hace, Rio.

– ¿No? -Había diversión en su voz, una burla torcida, sin humor y sarcástica que la hizo retroceder- Te sorprenderías con lo que soy capaz de hacer, Rachael.

– ¿Fuiste a la cárcel?

– En cierta manera. Fui desterrado. No se me permite vivir entre mi gente. No tengo la ventaja de la sabiduría de los ancianos. Estoy solo, pero no en realidad. Estoy cerca de ellos, pero con todo siempre aparte. Mi gente no puede sobrevivir en la cárcel. Solamente hay muerte o destierro para un crimen tan grave como el mío. Fui desterrado. Mi gente no me ve, o reconoce mi existencia. Bueno, con excepción de la unidad con la que voy.

Ella escuchó su voz. No había nota de lástima por sí mismo. Ninguna súplica por compasión. Rio presentó un hecho. Había cometido un crimen y aceptado el castigo que iba con él. Dejó salir el aire lentamente, luchando para no juzgar con demasiada rapidez. Pero todavía seguía sin tener sentido.

– ¿Vas a contarme por qué lo mataste?

– Cualesquiera que fuesen mis razones, no eran lo suficientemente buenas como para tomar otra vida. La venganza está mal, Rachael. Lo sé. Me enseñaron eso. Lo sabía cuando lo busqué. Incluso no le dejé ocasión para sacar una arma para alegar que fue en defensa propia. Fue una ejecución, pura y dura.

– ¿Es lo que estabas pensando cuando le mataste? -Hubo silencio. El pulgar de Rio se deslizó sobre la parte posterior de su mano.

– Nadie me ha preguntado nunca eso. No, por supuesto que no. No lo vi de esa manera, pero sabía que el consejo decidiría matarme o desterrarme cuando volviera y les dijera lo que hice.

Rachael sacudió su cabeza, más confundida que antes.

– ¿Perseguiste a ese hombre, lo mataste y después volviste con tu gente y confesaste lo que habías hecho?

– Por supuesto. No intentaría ocultar algo como eso.

– ¿Por qué no continuaste tu camino, no te dirigiste a otro país?

– He vivido aparte del bosque, aparte de mi gente. No quiero hacerlo otra vez. Elegí esta vida. Es donde pertenezco. Cuando elegí este camino sabía que tendría que ir ante el consejo, y aún así permanecí en él. No pude evitarlo. Todavía no me arrepiento de su muerte.

– ¿Qué es lo que te hizo?

– Mató a mi madre -Su voz se volvió áspera. Rio se aclaró la garganta- Ella corría, como hago yo por la noche, y él la acechó y la mató. Oí el tiro y lo supe. Estaba un poco lejos, y cuando la alcancé era demasiado tarde -Abruptamente soltó su mano y se puso de pie, moviéndose del cuarto a la cocina como si el movimiento fuera la única cosa que podría evitar que estallase- No estoy dando excusas. Sabía que no podía tomar su vida.

– Por Dios, Rio, mató a tu madre. Debiste volverte loco de pena.

Se dio la vuelta para mirarla, apoyando la cadera contra el fregadero.