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– Hay más en la historia, por supuesto, siempre lo hay. Nunca me has preguntado acerca de mi gente. Ni una vez me has preguntado por qué nuestras leyes son diferentes a las humanas.

Rachael se sentó lentamente, juntó los bordes de la camisa y comenzó a abotonarla torpemente. De repente se sentía vulnerable tumbada en su cama sin apenas ropa y con su olor impregnando su cuerpo.

– Estoy bastante segura de que Tama y Kim siguen las leyes de su tribu. Todos estamos sujetos a cualesquiera leyes que gobiernan nuestro país, pero por aquí, dudo que el gobierno sepa exactamente lo que pasa. Probablemente las tribus se ocupan de la mayoría de sus asuntos -Habló con voz calmada, con expresión serena. No le vendría bien a ninguno de los dos que mostrase que repentinamente estaba muy asustada.

Rio se movió. Fue un movimiento pequeño y sutil, pero claramente felino. Un cambio ágil de su cuerpo, de modo que pareció fluir como el agua, y luego quedarse completamente quieto. Sus ojos se dilataron de par en par, el color cambiando de verde vivo a un verde-amarillo. Inmediatamente su mirada era como el mármol, vidriosa, una mirada fija, misteriosa, enfocada, sin pestañear. Una sombra rojiza dio a sus ojos una característica malvada, animal. Giró su cabeza, como si escuchase algo.

– Puedo oír tu corazón latiendo demasiado rápido, Rachael. No puedes ocultar el miedo. Tiene un sonido. Un olor. Está en cada aliento que tomas. En cada latido de tu corazón.

Y lo estaba matando. Había permitido que se le metiese debajo de la piel. Había sabido en todo momento que tendría que decirle la verdad. Algo había traumatizado a Rachael en su vida. Había visto y vivido con violencia, y sospechó que había intentado escapar. Tuvo que decirle la verdad, enseñársela… no podría vivir con sí mismo si no lo hubiese hecho. Pero su corazón estaba siendo arrancado de su pecho y la rabia que nunca estaba lejos de la superficie brotó para ahogarlo.

Le había llevado tiempo darse cuenta de que lo hacía reír, llorar, sentir. Le había traído la vida.

Casi desde el principio lo hizo sentir vivo otra vez. No podría imaginar volver a una casa vacía. Se había forzado a decirle la verdad, aunque había sido aterrador. A lo largo de su vida Rio nunca había estado verdaderamente asustado, y sin embargo ahora estaba a punto de perder algo que nunca pensó que tendría. El miedo alimentó la cólera que se arremolinaba en su vientre, lo que le hizo querer rabiar contra ella.

Rachael asintió, tragado el apretado nudo de miedo que amenazaba con sofocarla.

– Es verdad, Rio. Pero te equivocas respecto a lo que tengo miedo. No es a ti. No es a lo que dijiste. ¿Crees que es todo nuevo para mí? ¿Que iba a estar demasiado conmocionada por tu confesión? No te tengo miedo. Has tenido suficientes oportunidades para aprovecharte de mí. Para matarme, o violarme, o utilizarme de cualquier manera. Fácilmente podrías haberme llevado a las autoridades para cobrar la recompensa. No te tengo miedo. No de Rio, el hombre.

Él se acercó, llenando el cuarto de energía peligrosa. Ésta emanó de cada poro. No se oyó ni un sonido cuando caminó hacia ella. Se movió con la elegancia fluida de un animal grande de la selva. Cuerdas de músculo ondularon bajo su piel. Se acercó todavía más. Ella podía oír la respiración en sus pulmones, el gruñido bajo y amenazador retumbando en su garganta. Rachael se negó a dejarse intimidar, rechazó mirar a otro lado. Lo miró fijamente con una ceja levantada, retándolo.

Los músculos se retorcieron, se anudaron, su enorme complexión se dobló y cayó al suelo a cuatro patas, todavía mirándola, sin pestañear, sin mirar a otra parte, manteniendo la mirada de la mujer capturada en la intensidad ardiente de la suya. Vio levantarse su piel, como si algo vivo la recorriese por debajo.

– ¿Y qué si Rio no es un hombre? -Su voz salió torcida, áspera. Tosió, un gruñido extraño que ella había oído antes.

Un escalofrío recorrió su espina dorsal. Rachael miró en horrorizada fascinación cómo su cuerpo se estiró y alargó, cómo el pelaje onduló sobre su piel, cómo se alargó su mandíbula formando un hocico y cómo los dientes irrumpieron en su boca. El leopardo era negro con espiras de rosetones oscuros enterrados profundamente en la lujosa piel. No era la primera vez que ella se encontraba cara a cara con la bestia.

Rachael se dio cuenta de que respiraba demasiado rápido. El leopardo estaba a centímetros de ella, con su mirada verde-amarilla fija en la suya. Esperando. Había nobleza, dignidad en el animal mientras esperaba. Su mano tembló cuando la alargó para tocar el pelaje. El animal gruñó, enseñando sus malvados colmillos, pero lo tocó. Conectó con él. Fue algo instintivo y lo único que se le ocurrió hacer en esas circunstancias.

– Desmayarse es inadmisible -murmuró suavemente- Lo he intentado, pero parece que no me funciona. Nunca he sabido cómo lo consiguen otras mujeres. Si intentabas asustarme, créeme, has tenido éxito más allá de tus fantasías más salvajes.

Incluso mientras pronunciaba las palabras, no estaba completamente segura de que fuesen ciertas. Había habido indicios. No había querido creerlos. Parecía demasiado inverosímil. Los científicos tendrían que haberlos descubierto ya, y aún así él estaba parado allí, mirándola fijamente con sus ojos salvajes, su aliento caliente en su cara. Sin duda era un leopardo. Un cambia-formas. La cosa del mito y de la leyenda.

– ¿Por qué quieres que te tenga miedo, Rio? -Bajó la cabeza hacia la suya, ignorando su gruñido de advertencia, y frotó su cara sobre la piel oscura- Eres la única persona que me ha mirado por cómo soy. Me aceptaste incluso cuando no lo merecía. ¿Por qué es tan terrible lo que eres? Conozco a gente mucho más terrible -Las lágrimas le quemaban tras los párpados. No es como si pudiese quedarse con él- Supongo que esto contesta a la pregunta de porqué te mueves desnudo en el bosque. ¿Por la noche te gusta salir como leopardo, verdad?

Era inútil ocultarse de ella en la forma animal. Cuando la miraba a los ojos no había horror por sus revelaciones. Pero podía leer tristeza allí. Rio volvió nuevamente a su forma humana y se sentó en el suelo al lado de la cama.

– No soy ni humano ni animal, sino una mezcla de ambos. Tenemos rasgos de ambas especies y algunos propios.

– ¿Podéis asumir otra forma?

Él sacudió su cabeza.

– Somos leopardo y ser humano al mismo tiempo y tomamos solamente una forma o la otra. Es quién soy, Rachael. No me avergüenzo de ello. Mi gente es poca, pero desempeñamos un papel importante aquí, en la selva tropical. Tenemos honor y compromiso, y nuestros ancianos son sabios en cosas más allá de la ciencia moderna. Aunque es verdad que tenemos que ser cautelosos para que no nos descubran, contribuimos a la sociedad de muchas maneras.

Había orgullo en su voz, pero podía ver cautela en sus ojos.

– Dime lo que le sucedió a tu madre, Rio -Podría vivir, ser amiga y amante de un cambia-formas, pero no podía vivir con un hombre que asesinaba a gente. Ya lo había hecho una vez, y no lo repetiría bajo ninguna circunstancia.

Él pasó los dedos por su pelo, haciendo estragos en su melena de modo que su revuelto cabello estuviese más desordenado que nunca. Mechones de pelo caían persistentemente sobre su frente, desviando la atención al brillo de sus ojos.

– Supuse que te irías en cuanto supieses qué soy.

La sonrisa de Rachael fue lenta y más sensual de lo que ella pensó. Casi paró el corazón de Rio

– Podría haberlo hecho, pero no es como si pudiese ganar alguna carrera en este momento.

Su sonrisa fue contagiosa, incluso en ese momento, cuando podía arrancarle el corazón del pecho y cambiar su vida para siempre. Se encontró formando una sonrisa como respuesta.

– Admitiré que pensé en eso cuando decidí contártelo. Puso la balanza un poco hacia mi lado.

– Hombre listo -Rachael apartó hacia atrás los mechones de pelo que caían por su frente- Cuéntamelo, Rio. Dime la forma en que sucedió, no cómo la gente lo vio.