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– Tengo que salir ahí fuera, Rachael -Su siguiente parada fue el fregadero, donde estaba la vela. Cualquier profesional se daría cuenta de que intentaría apagar esa pequeña luz. Utilizó una de las botellas de agua de la mochila que tenía en el suelo, apuntando cuidadosamente y rociando la vela hasta que se apagó la llama, dejando detrás un pequeño rastro de humo. Otra ráfaga de balas perforó la pared y el fregadero.

– Lo sé. ¿Hay otra vía además de la puerta?

– Sí, tengo varias. Utilizaré la que está en la parte de atrás, la más alejada de su línea de visión. No te muevas de donde estás. Probablemente lleve gafas de visión nocturna y sepa la disposición de la casa.

– ¿Y cómo puede saberlo?

Rio no sabía la respuesta. En ese momento no importaba. Volvió junto a ella y puso uno de los cuchillos en el suelo al lado de los dedos de Rachael.

– Vas a tener que usarlo si se acerca a ti.

– ¿Quieres que se lo lance y lo distraiga para que puedas salir sin que te vea? -ofreció Rachael.

Su voz tembló y él pudo oír la nota del dolor que ella intentaba ocultar con dificultad. Con su agudo olfato percibió el olor de la sangre. La caída al suelo le había causado daño en la pierna y supo que le estaría doliendo. Se inclinó hacia ella, cogió su barbilla y atrajo su boca a la de Rachael. Rio puso todo lo que tenía en ese beso. La cólera y el miedo, pero sobre todo su pasión y esperanza. Se negó a admitir amor, apenas la conocía, pero había dulzura y algo que sabía a amor.

– No intentes ayudarme, Rachael. Es a lo que me dedico, y trabajo mejor solo. Quiero que estés a salvo, aquí en el suelo, hasta que vuelva. Si entra, usa la pistola. No dejes de disparar aunque caiga. Y si sigue viniendo y te quedas sin munición, utiliza el cuchillo. Mantenlo abajo, próximo a ti, y lánzalo hacia arriba a las partes blandas de su cuerpo cuando esté cerca.

Ella le devolvió el beso.

– Aprecio la lección 101 en manejo de armas. Vuelve a mí, Rio. Me enfadaré mucho si no lo haces -A pesar de que estaba aterrorizada y temblaba sin parar, forzó una sonrisa- Estaré justo aquí, en el suelo, con la pistola en la mano, así que silba para que sepa que eres tú el que entra por la puerta.

La besó otra vez. Con lentitud. A fondo. Saboreándola, apreciando que la tenía.

– Que la suerte esté contigo, Rachael -Rio comenzó a arrastrarse, con el vientre pegado al suelo, rodando los últimos metros. La pared de la despensa parecía bastante sólida, pero una sección pequeña casi a nivel del piso, con el espacio justo para arrastrarse, era desprendible. Aflojó las tablas y se deslizó a través del hueco, parándose a recolocar la sección en caso de que el enemigo cambiase de forma.

La noche era cálida. La lluvia había parado momentáneamente, dejando los árboles goteando e intensamente verdes, incluso en la oscuridad. Se metió entre la vegetación, ignorando una gran pitón enroscada en una gruesa rama cercana a la casa y se movió rápidamente a lo largo de la red de ramas, por encima del suelo del bosque. Con frecuencia tenía que permitir que la forma del leopardo emergiese parcialmente, de modo que sus pies se pudiesen agarrar en la madera resbaladiza y pudiese saltar de rama en rama con facilidad.

Rio sabía la zona en la que estaba el enemigo, pero era un área grande. En su forma humana no tenía los sentidos tan desarrollados como para localizar el lugar exacto, pero su forma de leopardo era altamente vulnerable al rifle de largo alcance. Estaba seguro que el intruso estaría esperando al leopardo. Rio tenía la ventaja de conocer cada rama, cada árbol. Los animales estaban acostumbrados a su presencia y nunca revelarían su posición, algo que harían con la del intruso. El viento no lo traicionó, trayéndole el rastro de su enemigo, tomando el suyo y llevándolo lejos.

Reconoció el olor del asesino. No importó que hubiera tomado forma humana, no había duda en la mente de Rio que el atacante era el mismo que había lastimado a Fritz. Obviamente se había entrenado como francotirador y era bueno adivinando la posición de su blanco. Rio avanzó con lentitud, sacrificando velocidad por sigilo.

El follaje abajo y a su izquierda se movió levemente contra el viento. Su enemigo avanzaba cada vez más cerca de la casa, cambiando de posición para evitar entrar en la línea de fuego de Rio. Éste paseaba por encima de él, en las ramas altas, esperando pacientemente ver una ojeada del hombre. Colocó el rifle en posición, observando por la mirilla. Su adversario nunca enseñó más que parte de un brazo, permaneciendo entre la densa flora, permitiendo que los arbustos, las flores y las hojas lo mantuviesen invisible.

Varios árboles a la derecha de la casa, Rio descubrió un par de ojos que brillaban intensamente a través del follaje. Supo inmediatamente que los disparos habían traído a Franz de vuelta. El pequeño leopardo nebuloso estaba volviendo a casa a través de la red de ramas altas. Las hojas se sacudieron. Rio maldijo de forma elocuente, colocando el rifle en su hombro y efectuando una serie de disparos en los macizos de arbustos, donde estaba seguro que el intruso se había colocado esperando la ocasión de efectuar el siguiente tiro. Rio tosió ruidosamente, con un gruñido de advertencia, manteniendo al intruso agachado con una ráfaga de disparos para evitar que pudiese disparar a Franz.

El pequeño gato saltó hacia atrás, desapareciendo completamente, desvaneciéndose en la densa vegetación con la facilidad de los de su especie. Rio se colocó el rifle a los hombros y se alejó deprisa entre los árboles, cambiando direcciones rápidamente, subiendo a un nivel más alto de vegetación, con cuidado de no sacudir la maleza.

Había delatado que estaba fuera de la casa, eliminando cualquier ventaja que pudiese haber tenido. Ahora estaban jugando al ratón y al gato, a menos que hubiese acertado a un blanco que no podía ver, algo que dudaba. Rio se quedó absolutamente quieto, tumbado en un árbol, con los ojos barriendo continuamente la zona. El intruso se habría movido. Nadie habría podido permanecer en el mismo sitio sin recibir un disparo, pero era un profesional y no había delatado su dirección.

Rio estaba preocupado por Rachael, sola en la casa con el leopardo nebuloso herido. No sabía si tendría la paciencia para la espera que un francotirador tenía que aguantar con frecuencia. Podría tardar horas en descubrir al intruso. Tendría que haber comprobado el estado su pierna antes de dejarla. Ahora tenía visiones de Rachael muriendo desangrada en el piso mientras lo esperaba.

Sus ojos no pararon de moverse nerviosos, barriendo el bosque en un patrón continuo. Nada se movió. Incluso el viento pareció calmarse. Comenzó a llover, con un golpeteo suave sobre el dosel de hojas que tenía por encima. Fueron pasando los minutos. Media hora. Una serpiente se arrastró perezosa por una rama a algunos metros de distancia, desviando su atención. Varias hojas cayeron del refugio de un orangután al cambiar de posición para acurrucarse más profundamente en las ramas de un árbol. Un movimiento, a varios metros de él, atrajo su atención.

Casi al momento Rio notó que las ramas de un pequeño arbusto, justo bajo el árbol donde estaba el orangután, habían comenzado a temblar. Estaba muy cerca del suelo, una elección inusual para uno de su clase. Rio miró cuidadosamente y vio los arbustos moverse una segunda vez, apenas un temblor leve, como si hubiese soplado el viento. Colocó el rifle en posición, con cuidado de no cometer el mismo error. Más allá, entre helechos y arbustos, pudo ver los pétalos de una orquídea dañados y rasgados, dispersados encima de un tronco putrefacto.

Rio siguió sin moverse, vigilando el área con fijeza. Pasó el tiempo. La lluvia caía en un ritmo constante. No hubo más movimiento entre los arbustos, pero estaba seguro de que el francotirador estaba esperando allí. Varias ardillas nocturnas voladoras saltaron por el aire, abandonando un árbol justo delante de Rio. Al aterrizar parlotearon y se regañaron unas a otras, aferrándose a las ramas de un árbol vecino. Ramitas y pétalos caían como una pequeña cascada sobre los troncos podridos y los arbustos situados más abajo. Rio sonrió.