– Y ahora me tienes a mí -dijo ella con evidente satisfacción, acomodándose contra su cuerpo -¿Tienes idea de adonde vamos? Me pareció entenderte que nos podría rastrear.
– ¿Dije eso, verdad? -Ya se movía a través de la red de ramas, con mucha más rapidez de lo que Rachael consideraba seguro.
A pesar de la pesada mochila y el peso adicional de Rachael, Rio ni siquiera respiraba rápido cuando aterrizó en el suelo y comenzó a correr, serpenteando entre los árboles de vuelta hacia el río. Ella enterró la cara contra su cuello, intentando no gritar con cada paso que la sacudía.
El rugido comenzó suavemente, un sonido amortiguado, distante que rápidamente comenzó a ganar fuerza. Rachael levantó su cabeza en alarma, repentinamente asustada del lugar al que pretendía llevarla.
CAPÍTULO 11
El bosque aparecía majestuoso, con árboles imponentes elevándose como grandes pilares de catedral alrededor de ellos. Había árboles más pequeños por todas partes, creando un mosaico de hojas plateadas, explosiones de color y manchas oscuras de corteza. Los helechos como astas de ciervo colgaban de los árboles, el viento leve hacía crepitar los vivos dientes verdes, mientras ellos se apresuraban. La luz de la luna se filtraba a través de las aberturas del dosel de hojas, proyectando reflejos de luz por el húmedo suelo del bosque. Rachael vislumbró hojas de todos los tonos de rojo, verdes y azules iridiscentes, todo para aumentar la refracción y la absorción de luz en el pigmento de la hoja.
Rachael se aferró a Rio mientras este corría ligeramente por el bosque. La oscuridad nunca parecía incomodarlo. Se movía a un paso seguro, constante. Ella oyó gruñidos de ciervos, la señal para alertar de depredadores en la zona mientras pasaban, haciendo maldecir a Rio por lo bajo. Dos ciervos muy pequeños salieron de los arbustos que tenían delante y corrieron hacia la maleza.
El rugido del río aumentó. El croar continuo de las ranas se sumó al barullo. El estómago de Rachael se sacudió locamente.
– Rio, tenemos que parar, solo un minuto. Me voy a poner enferma si continuamos.
– No podemos, sestrilla, tenemos que alcanzar el río. No puede rastrear nuestro olor en el agua -Rio continuó moviéndose sobre la mojada y gruesa vegetación del suelo.
Estaba oscuro y húmedo con pequeñas charcas de agua aquí y allí. Estas y los barrizales del bosque no lo retrasaban. Rio esquivó una pila artificial de hojas y ramitas que señalaban el refugio de un jabalí. Estos nidos presentaban a menudo garrapatas que podían llevar desde fiebre a tifus, por lo que Rio se cuidó de evitarlas.
Rachael se concentró en el bosque más que en su malestar. Dos veces vislumbró grandes ciervos con cuernos gruesos, el sambar común, el más grande del bosque. Era vertiginoso ir apurados de noche por el bosque. Había una sensación misteriosa sobre la forma en que el dosel de hojas se sacudía sobre ellos, continuamente cambiando los patrones de luz a través de los árboles. Las plantas y los hongos cubrían los troncos de los árboles de modo que las plantas parecían montarse unas sobre otras, creando un ambiente exuberante. Cada cierto tiempo Rio emitía un gruñido suave, alertando los animales de su presencia, con la esperanza de que los chotacabras no levantasen la alarma mientras salían disparados para cazar insectos al vuelo.
El rugido aumentó de volumen. Rachael se dio cuenta de que habían viajado en ángulo río arriba para llegar a las inundadas orillas. Acercó la boca al oído de Río.
– ¿No me estarás llevando con tus ancianos, no?
Él oyó la pausa en su voz.
– Quiero que el francotirador piense eso -Rachael no contestó, tranquila de que no la abandonase.
Iban caminando a través de los pantanos, trepando con cuidado sobre la miríada de raíces que salían de la base de los troncos y creaban pequeñas jaulas. El agua rozó las rodillas de Rio. El aspecto del bosque cambió cuando se fueron aproximando a la orilla del río. Más luz podía penetrar el dosel de hojas, y la mayoría de los árboles eran más pequeños, con troncos y ramas torcidas que colgaban sobre el agua.
– ¿No hay cocodrilos y otros reptiles por aquí? -preguntó Rachael.
El rugido del río era ensordecedor. El calor húmedo le encrespó más el pelo, creando una masa de rizos elásticos. Había evitado los manglares y pantanos en la medida de lo posible, al igual que el resto de miembros del grupo que traía ayuda médica. Las orillas del río podían ser tan peligrosas como hermosas.
Rio vadeó a través del agua rápida.
– Vamos a nadar, Rachael. Esperemos que la mezcla de Tama te proteja la pierna de más infecciones. Voy a atarte a mí, por si te arrastra la corriente.
– ¿Estás loco? No podemos nadar en esto -Estaba horrorizada.
En la oscuridad, el río parecía más rápido y espantoso que por el día. O quizá sin los bandidos que salían del bosque parecía más peligroso.
– No tenemos otra opción si vamos a llevarte a un sitio seguro, Rachael. Mientras él sepa donde estás, estamos condicionados. Se mueve con facilidad y nosotros no. Te lo juro, no dejaré que te suceda nada.
Ella miró fijamente su cara. Sus ojos. Estudió su mandíbula firme, las minúsculas líneas grabadas en los rasgos duros de su cara. Rachael levantó la mano y trazó una cicatriz pequeña cerca de la barbilla.
– Por suerte, soy muy buena nadadora -le sonrió, confiando en él cuando hasta entonces nunca había confiado en nadie-. Mi nombre es Rachael Lospostos, Rio. En realidad no es Smith.
– De alguna forma ya lo sabía -besó con suavidad su boca levantada-. Gracias. Sé que no ha sido fácil para ti.
– Es lo menos que puedo hacer por meterte en este lío -Sus ojos oscuros brillaron con diversión-. Pero puedes volver a besarme. Si me ahogo, quiero llevarme el sabor de tu perfecta y preciosa boca.
– Sabes que me estás distrayendo. Si nos come un cocodrilo, será culpa tuya.
– Oí que no les gusta el agua rápida -dijo y pegó su boca a la de Rio. Se fundieron al momento como hacían siempre, hundiéndose uno en el otro y marchándose lejos del mundo.
Rio luchó para recordar donde estaban y el peligro que los rodeaba. Ella conseguía barrer sus pensamientos normales y sustituirlos inmediatamente por hambre y necesidad urgentes. Con cuidado le bajó los pies a la corriente, levantando la cabeza de mala gana. Era la única forma de respirar y conservar su cordura e ingenio.
– Te tengo, Rachael -Pasó un brazo alrededor de su cintura para estabilizarla. Le colocó una cuerda alrededor y la aseguró rodeando su propia cintura- No voy a perderte. Vamos a vadear hasta donde el agua va más rápida, luego levantaremos los pies y viajaremos río abajo con la corriente. No queremos que nada le indique la dirección que seguimos. Una hoja, el fondo del río removido cerca de la orilla, cualquier cosa puede ser una pista. Iremos río abajo durante un rato.
– Vamos allá entonces -no quería perder el valor. Le sonrió ampliamente-. Por lo menos sé que no te atraigo por lo estupenda que estoy -Pasó una mano por el pelo y dio el primer paso. Su pierna dañada, incluso con la ayuda del agua, no quería soportar su peso, así que se estiró por completo y comenzó a nadar.
Rio fue después de ella, rebosando orgullo por su valor. La luz de la luna iluminó la cara de Rachael mientras nadaba, y él miró las gotas de agua que salpicaba. Nadaba con movimientos seguros, fuertes, atravesando limpiamente el agua, casi tan silenciosa como él. Allí estaba otra vez, esa extraña y desorientadora sensación de familiaridad. Había nadado antes con ella. Había visto una imagen exacta, sabía el momento en que ella giraría la cabeza y tomaría una bocanada de aire.
La corriente era más fuerte en el centro del río y los arrastró sin apenas esfuerzo, llevándolos río abajo. Rio cogió su mano y la sostuvo firmemente cuando doblaron las rodillas y levantaron los pies para evitar las rocas y ganchos mientras eran arrastrados. Era una experiencia vertiginosa, el observar el cielo nocturno después de tantos días viendo sólo el dosel de hojas. Las estrellas, dispersas por el oscuro fondo, brillaban como gemas a pesar de las nubes. La lluvia caía ligeramente, una niebla fina, más que una ducha, de modo que Rachael giró la cabeza para sentirla.