Fue el gruñido de los ciervos lo que lo alertó primero. Las llamadas cortas y ásperas se utilizaban para advertir a los miembros de la manada que estaban entre los árboles, ya que el movimiento de las colas no se podría ver a través de los densos arbustos y de los gruesos troncos de árbol. Rio gruñó y se hundió contra la rama, quedándose totalmente inmóvil a la manera de su tierra. El cazador se acababa de convertir en la presa.
Como no estaba a mucha altura del dosel de hojas, las hojas del árbol en el que permanecía agachado estaban quietas, sin que el viento las afectase. La luz del sol se filtró por las ranuras del follaje elevado, para motear las hojas y el piso del bosque. Esto le permitió ocultarse mejor, un camuflaje natural. Los insectos zumbaban a su alrededor; un lagarto verde se situó en una rama cercana, cambiando su color de verde intenso a marrón oscuro.
Un jabalí gruñó y se estrelló en los arbustos que tenía debajo, asustado por algo. Los músculos elásticos se contrajeron en anticipación. La punta de su cola se desvió ocasionalmente, el único movimiento. Los agudos ojos verde-amarillos ardieron con fuego e inteligencia. El leopardo esperó, congelado en su sitio. El leopardo manchado, un macho adulto, emergió cautelosamente, empujando una multitud de helechos con la cabeza. El animal cojeó al avanzar por el suelo del bosque, gruñendo al grupo de gibones que le gritaban cosas sucias desde la seguridad del dosel de hojas. Las ramitas y las hojas caían como lluvia mientras los monos lanzaban cosas en desafío. El leopardo manchado mantuvo su dignidad por algunos momentos, entonces de la manera mercurial de su clase saltó a las ramas más bajas con las orejas aplastadas y enseñando los dientes. Los gibones irrumpieron en un frenesí salvaje y aterrorizado, apresurándose a través de los árboles en cualquier dirección intentando escapar.
Rio no se movió en ningún momento, ni siquiera cuando un par de ojos maliciosos, dos manchas perdidas en un patrón de puntos, parecían mirarlo directamente. Rio se concentró en su presa. Su mirada verde-amarilla fija se enfocó, con toda la tensión acumulada en los ojos. Con gran paciencia, esperó y observó, totalmente inmóvil. El intruso saltó de nuevo al suelo del bosque, elevando el labio para indicar su desprecio por los gibones. Los pies mullidos le permitieron moverse en silencio sobre la gruesa vegetación.
Rio se estiró sobre la rama, un acecho lento, tumbado sobre el vientre, usando un control increíble sobre los músculos. Se arrastró algunos centímetros hacia adelante, se paró y repitió el arrastre, yendo de principio a fin… ganando centímetros, después metros, moviéndose sobre el leopardo manchado. Alcanzó el extremo de la rama. El leopardo manchado se movió silenciosamente justo debajo de él, sin saber que Rio lo acechaba desde arriba.
El intruso dio un paso. Otro. Vaciló, abriendo la boca de par en par. Rio saltó desde arriba, golpeándolo con fuerza, hundiendo los colmillos profundamente, pinchando la garganta cubierta de pelaje, mientras clavaba las garras afiladas profundamente para intentar rasgar y destrozar. Rio quiso acabar la pelea lo antes posible. Las luchas entre leopardos eran extraordinariamente peligrosas.
El leopardo manchado era bueno, torciendo su flexible espina dorsal, rastrillando con las garras extendidas, revolviéndose para intentar deshacerse del gato más grande. Rio se agarró sin aflojar, determinado a acabar con eso. Los rugidos y gruñidos se oyeron a través del bosque, una batalla viciosa entre dos enemigos peligrosos. Por arriba los pájaros alzaron el vuelo, advirtiendo en todos los lenguajes que podían. Las ardillas y los lémures parloteaban y se quejaban. Los monos gritaron en pánico. El zorro volador se elevó en el aire junto a los pájaros haciendo que el cielo pareciese vivo con las alas.
El leopardo manchado se sacudió, se retorció y gruñó, atacando a Rio, intentando destriparlo o lisiarlo. No podía sacudirse el leopardo negro; los colmillos seguían enterrados en su nuca, la presión de su mandíbula era suficiente para romperle un hueso. Acabó rápidamente gracias al ataque sorpresa, dándole a Rio la ventaja que necesitaba en la lucha. El leopardo manchado jadeó, sofocado, con la garganta machacada. El leopardo negro lo sostuvo más tiempo, asegurándose de que todo había acabado antes de dejar caer al gato en tierra.
Rio cambió a forma humana, mirando al leopardo con pesar. Necesitaban a cada miembro de su especie vivo. Cada leopardo que perdían era un golpe para su supervivencia. No había etiquetas en la ropa que el francotirador había dejado, ningún medio de identificación. Rio no tenía ni idea del país de procedencia de su enemigo, o porqué uno de su clase elegiría traicionar a su gente con semejante acto, pero estaba seguro que este no había nacido en ningún sitio cercano a su aldea.
¿Eso quería decir que la gente de Rachael sabía lo que era y que estaba bajo sentencia de muerte? Tenían reglas estrictas bajo las que todos vivían. Las leyes del bosque estaban para el bien común de sus especies. Si ella hubiese cometido algún crimen contra su gente, era posible que hubiesen enviado cazadores tras ella.
Rio se frotó la cara con la mano. Si ése era el caso, los ancianos de ella podrían apelar a los de la aldea de Rio para que ejecutasen la sentencia en su lugar. Rio ya estaba bajo destierro. Dudaba que los ancianos estuviesen de parte de su compañera, sobre todo si no la conocían y ella estaba bajo una sentencia legítima de muerte. Rio maldijo mientras volvía a la forma de leopardo para arrastrar los restos a las ramas altas de un árbol. No tenía más opción que quemar el leopardo para preservar los secretos de sus especies. Tuvo que buscar con rapidez el saco de provisiones más cercano. Dejar el cuerpo de un leopardo era extremadamente peligroso, así que no pudo hacer otra cosa que esconder el cuerpo hasta que volviese.
Su mente pensó la posibilidad de que la gente de Rachael la condenase. Ella había admitido que su propio hermano había hecho un convenio por su vida. Tenía sentido, aunque no podía imaginar lo que había podido hacer Rachael para ganarse una sentencia de muerte. Rio se movió rápidamente por el bosque, ignorando los gritos de advertencia de los gibones, todavía con pánico por la feroz lucha que había tenido lugar. Los pájaros revoloteaban por arriba, entrando y saliendo de los árboles. Los ciervos chocaban delante de él, dispersándose cuando saltaba de rama en rama, de vez en cuando bajando al suelo y saltando sobre troncos en descomposición.
El viento cambió levemente, una brisa minúscula donde ordinariamente la calma en el aire no revelaba nada. Rio se paró precipitadamente. Había otro en el bosque, cerca. Reconoció el olor del leopardo. Los pájaros y los gibones e incluso los ciervos le habían estado avisando, pero había estado tan angustiado pensando que Rachel estaba bajo pena de muerte, que no se había dado cuenta.
Afortunadamente, estaba cerca de su mochila. La caja estaba enterrada cerca, en la jaula creada por la base de un gran dipterocarp [3]. Había marcado el árbol frutal con un pequeño símbolo. Usando sus garras, desenterró la caja rápidamente, escuchando ahora las noticias del bosque. El segundo leopardo se acercaba rápidamente, obviamente habiendo encontrado su olor.
Rio cambió a forma humana, colocándose las armas lo más rápido posible, con expresión inexorable. Solamente después de comprobar las pistolas y los cuchillos escondidos se puso las ropas y colocó el pequeño equipo médico en su cinturón. Sintiendo el impacto de la mirada fija del leopardo, se giró con el rifle colocado y listo, el dedo en el gatillo.
– Llegas pronto, Drake -Su voz era agradable, relajada, incluso casual, pero el cañón no dejó de apuntar directamente al cerebro del gato y no sacó su dedo del gatillo.