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Se miraron fijamente durante un rato largo. La forma de Drake cambió, alargándose, los músculos reestructurándose para formar el hombre. Miró airado a Rio.

– ¿Quieres explicarme por qué me sigues apuntando con esa cosa?

– ¿Quieres decirme lo que estás haciendo aquí?

– Pasé la mayor parte de la noche siguiéndote a ti y a ese leopardo solitario. A ti te perdí, él no era tan bueno. Lo heriste y eso hizo que me fuese más fácil rastrearlo.

– ¿Por qué?

Drake frunció el ceño.

– Serás garrapata, so hijo de jabalí. Decidí volver a salvarte el trasero preocupado por tu bienestar. Cuando llegué a tu casa, Rachael y tú no estabais y tuve que rastrearte por el bosque. Iba despacio cuando me di cuenta de que el francotirador también te seguía. Te perdió algunas veces y me quedé detrás de él, queriendo saber qué hacía -De repente paró y lo miró airado-. Maldición, Rio, baja el rifle. No es solo insultante, sino molesto -Rio pasó el rifle sobre su hombro. Dejó la mano libre, listo para coger el cuchillo incluso mientras le sonreía abiertamente a Drake-. No soy una garrapata.

– Eso depende a quién le preguntes. ¿Dónde está Rachael?

La sonrisa se borró de la cara de Rio.

– ¿Te envían los ancianos, Drake?

– ¿Qué pasa contigo? ¿Por qué los ancianos me enviarían para proteger tu asqueroso trasero, Rio?

Rio no sonrió. Sus ojos destellaban con aguda inteligencia, ardían con peligro.

– ¿Te enviaron por Rachael?

Drake frunció el ceño.

– No volví a la aldea. Fui río arriba con Kim y Tama hacia su aldea, pero cambié de idea y di la vuelta. Hasta donde yo sé, los ancianos nunca han oído hablar de Rachael. Y si lo han hecho, desde luego que no saben que está contigo. Tama y Kim nunca dirían nada. Lo sabes. Sabes que podrían ser torturados y nunca dirían nada. ¿De qué va todo esto?

Rio se encogió de hombros.

– Él era uno de los nuestros. No de nuestra aldea, incluso dudo que naciese en este país, pero era uno de nosotros. ¿Por qué aceptaría un trabajo para matar a uno de su propia clase? ¿Encima a una mujer?

– No somos una especie perfecta, Rio, tú deberías saberlo -En el momento que escaparon las palabras, Drake sacudió su cabeza-. Lo siento, no lo decía en ese sentido. Ha habido algunos rumores a lo largo de los años. Algunos yendo tras dinero, mujeres, poder. No somos inmunes a esas cosas, sabes.

– Supongo que no. Aprecio que me cubrieses las espaldas, Drake. Siento la recepción.

– La lamentable recepción. Supongo que lo cogiste.

– Está muerto. Ayer por la noche se dejó las ropas atrás y no había nada en ellas, ni siquiera una etiqueta. Necesité cerillas.

– No me has dicho donde está Rachael. ¿No la dejaste sola, verdad? -Drake sonaba ansioso.

– Está bien. Tiene un par de pistolas y algunos cuchillos. También es hábil con una vara. Le diré que mostraste tu preocupación.

Una lenta sonrisa se extendió por la cara de Drake.

– Estás celoso, Rio. Te ha mordido el monstruo de ojos verdes. Nunca pensé que sucedería, pero has caído como un árbol en el bosque.

– Soy cauteloso, Drake. Hay una diferencia.

– Creo que acabas de intentar insultarme, pero me estoy riendo demasiado para que me importe. ¿Dónde está este hombre misterioso? Ve a buscar a tu chica que yo me encargo de la limpieza. Luego volveré a la aldea para avisar a la unidad. Vamos a ir detrás de ese grupo de la iglesia.

– ¿Quién cubrirá vuestros inútiles traseros, Drake?

Drake se encogió de hombros.

– Conner es un buen francotirador. No es tú, pero lo llevará bien -Le tendió su mano para las cerillas.

– No me gusta, Drake. Romper la unidad es una mala idea.

– ¿Cuál es la alternativa? No puedes dejar a Rachael sola. A no ser que la traigas a la aldea. Sabes que eso sería arriesgado. Vosotros dos os pertenecéis. No sé como les va a sentar eso.

Rio le pasó las cerillas.

– Vuelvo a casa, Drake, llámame a la radio cuando os vayáis.

CAPÍTULO 12

Rachael se apoyó contra la pared de la caverna para disminuir el peso sobre su pierna herida. Sorprendentemente, el dolor esperado no inundó su cuerpo. Las heridas habían dejado de supurar. Se sentía extraña, con picores. Algo avanzaba lentamente bajo su piel. Su cuerpo le parecía extraño… sexual, sumamente femenino. Apenas podía soportar el roce de la camisa contra su piel, la desabotonó, quería estar libre de su liviano peso. Se la habría arrancado de su cuerpo pero conservaba el olor de Río.

Inhaló bruscamente su olor, introduciéndose en sus pulmones, en su cuerpo, y sosteniéndolo allí. Sus pechos dolieron, los pezones se tensaron y su vaina femenina lloraba por él. Ardía. No había ningún otro modo de que pudiera describir lo que pasaba, su piel se quemaba de necesidad, su cuerpo era incapaz de quedarse quieto. Se dio la vuelta en la pared de la caverna y colocó sus manos sobre su cabeza, curvó sus dedos en la sucia pared y rastrilló hacia abajo, dejando detrás profundos surcos.

Rachael sintió su aliento en el dorso del cuello y se puso rígida, pero no giró. Sus brazos resbalaron alrededor de su cuerpo, sus manos tomaron el peso suave de sus pechos, los pulgares se deslizaron sobre sus doloridos pezones. El cuerpo de él, mojado y desnudo, presionó contra el suyo. Reconoció la sensación al instante, la forma dura, la erección gruesa, rígida presionando contra sus nalgas desnudas. Rachael cerró los ojos y respiró su nombre con alivio.

– Río -frotó su trasero hacia adelante y hacia atrás contra él, casi ronroneando como un gato contento-. Estoy tan contenta de que estés a salvo.

Río la besó en la nuca, sus dientes pellizcando su piel, excitando sus sentidos. Sus manos acariciaban sus pechos, mientras su boca apartaba el cuello de la camisa a un lado. Permitió que la camisa resbalara por sus brazos, arqueándose hacia él, inclinándose para empujar fuerte contra él. Sus manos abandonaron sus pechos para explorar el cuerpo y ella casi sollozó por la intensidad del placer. Un solo sonido arrancó de su garganta cuando su mano la excito en los rizos de la unión de sus piernas, presionando en su calor.

Había un rugido extraño en sus oídos, ansiedad, hambre y necesidad. Un dedo resbaló dentro de ella e inmediatamente sus músculos se apretaron y lo agarraron. No podía evitar empujar hacia atrás, montando su mano en el borde de su control. Lo quería dentro de ella, lo quería profundamente, empujando con golpes duros y urgentes.

La empujó para que las manos de ella descansaran contra un anaquel. Apenas podía respirar por el deseo de él, necesitándolo dentro de ella. Él apretó fuertemente contra la entrada, sus manos sobre sus caderas. Rachael no podía esperar, queriendo tomarlo profundamente, empujando atrás mientras él se levantaba adelante. Su alegre grito de alivio y bienvenida formó ecos por la caverna.

Río apretó su agarre, echando su cabeza hacia atrás, desesperado por mantener el control. Ella era terciopelo caliente, agarrándolo tan fuerte como un puño, la fricción ardiente, enviando llamas a todas sus terminaciones nerviosas. El tango fue salvaje y rápido, una llegada juntos tan rápida y fuerte que era salvaje, una unión feroz que ninguno podría parar.

Rachael empujaba hacia atrás una y otra vez, queriendo más, siempre más, vorazmente hambrienta de su cuerpo, un voraz apetito sexual que sólo podía ser aliviado por sus profundos y fuertes empujes, creando fuego. Creando el cielo. Ella lloró por la belleza del acto, por la perfección absoluta de su unión. La llenaba como ningún otro podría, su cuerpo completando el suyo. Compartiendo el suyo. La montó duramente, empujando más y más profundamente, pero todavía quería más. Ansiaba más. Sintió su cuerpo apretándose, el calor apresurándose, reuniéndose en una terrible fuerza. El parecía hincharse dentro de ella, haciéndose mas grueso hasta que explotó, condensándose, fragmentándose en un millón de pedazos, y su cuerpo ondulaba en las olas del placer. Oyó su voz, la voz de él, los gruñidos roncos de éxtasis rasgando por la garganta en un tono que no era el suyo, nunca podría ser el suyo, aunque tampoco era el de él. Se mezclaron juntos, unidos.