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Sintió su cuerpo reuniendo poder y fuerza, se tensaba con anticipación. Entonces giraron fuera de control en una cabalgata vertiginosa, adhiriéndose el uno al otro. Las hojas en lo alto giraron en un calidoscopio de colores y formas. Formas de luz y oscuridad manchaban la tierra. Era necesario compartir la respiración mientras se besaban, las manos moviéndose sobre la piel sensibilizada en una especie de adoración.

Rachael puso la cabeza sobre su hombro, sosteniéndole cerca de ella. Sus corazones golpeaban con un ritmo salvaje, frenético mientras la lluvia continuaba cayendo suavemente.

– Me gusta esto, Rio -murmuró, sus labios contra su garganta-. Amo todo lo de este lugar.

– Has venido a casa -contestó él, bajando despacio sus pies al suelo del bosque.

El paquete estaba escondido en lo alto de un árbol en caso de inundaciones. Rio subió el tronco rápidamente y tiró su ropa, zapatos y una toalla. Rachael se encontró riéndose.

– Esto es una manera loca de vivir. ¿Alguna vez los monos te han robado el paquete?

– Todavía no. Son muy respetuosos con mis cosas -Echó una ojeada hacia arriba a los animales mientras los gibones se movían a través de los árboles rebuscando comida antes de caer al lado de ella.

Rachael se vistió rápidamente en el refugio de un árbol grande.

– Esto está mucho más tranquilo.

– Los pájaros están ocupados buscando alimento. Fruta, néctar, insectos, no tienen mucho tiempo para llamarse unos a otros, aunque los oigas de vez en cuando. Durante el mediodía, hay a menudo un poco de calma en la charla -Abotonó los vaqueros y se estiró para enderezar los faldones de la camisa que llevaba ella-. Pareces siempre tan mona con mi ropa.

Su ceja se alzó.

– Nunca me han llamado mona. Elegante, pero no mona.

– Está bien. Eres una dama rica. Llevas ropa de diseño.

– ¿Cómo sabes que hay ropa de diseño, chico de la selva?

Él le sonrió abiertamente.

– Me las apaño. Te sorprenderías de donde ha estado este chico de la selva -la miró con lascivia deliberadamente.

Rachael se rió, luego ya seria, su mirada vagó sobre su cara.

– Nada sobre ti me sorprendería, Rio.

Solo eso y ella se las arregló para poner un nudo en su garganta.

– Ven aquí y déjame llevarte -Le ofreció la mano.

– Me gustaría intentar andar, incluso una corta distancia. Se siente tan bien ser capaz de hacer algo por mi misma -Sus dedos se encontraron con los suyos y los agarró.

Río trajo su mano al calor de su boca y presionó un beso en la palma.

– Solamente una corta distancia. No has sido capaz de soportar ningún peso sobre la pierna y no quiero sobrecargarla. La poción de Tama sólo ayudará un poco.

– Lo sé -Su tobillo y pantorrilla estaban palpitando, pero nunca iba a admitirlo ante él, no si quería andar por sí misma. Él tenía una mandíbula obstinada, y sus ojos podían ir del brillo del fuego al frío del hielo en un latido de corazón. Rio era un hombre que podía hacerse el mandón muy rápidamente dándole las condiciones necesarias. Ella le sonrío y dio el primer paso, tirando de su mano.

– No puedo esperar por un baño caliente, vamos.

Frunció el ceño pero fue con ella, vigilando como andaba.

– Aquí fuera, Rachael, tienes siempre que estar alerta a los alrededores. Los pájaros van a chillar una advertencia y tienes que notarlo, tienes que oír las diferentes notas. Te llamarán, y dependiendo de lo que les asuste puedes recoger lo que se está introduciendo en nuestra vecindad.

– Lo he cogido un par de veces -Trató de no cojear. Andar por si misma le parecía un milagro. Miraba alrededor a los árboles cargados de fruta. Por todas partes miraba al color explotar. Los masivos troncos de los árboles eran de todos los colores y estaban cubiertos por formas de vida. Líquenes, hongos, helechos por todas partes. Al principio había bastante luz, los árboles mas bajos a lo largo del río permitían pasar el resplandor del sol, pero como ellos iban a lo más profundo, en el interior, los árboles más altos los abrigaron con el denso dosel de hojas.

– Mira estas huellas, Rachael -Rio se agachó para estudiar la miríada de huellas cerca de un pozo poco profundo. Él tocó una impresión de una pata más grande con cuatro dedos del pie distintos-. Esto es un leopardo nublado. Probablemente Franz vigilando nuestro rastro. Comenzaron a seguirme cuando iba a trabajar, incluso cuando cruzaba fronteras, así que fue más seguro entrenarlos. No podía evitar las cosas tontas de seguirme a todas partes.

– ¿Estás preocupado por Fritz?

– No, él ha tenido heridas antes. Sabe esconderse en el bosque. Volverá cuando sea seguro. No le quería en la casa solo. Si el leopardo manchado lo encontrara, lo mataría solo por maldad. Mira esta otra -Señaló una muy pequeña huella muy parecida a la del leopardo nublado-. Es un gato leopardo. Son más o menos del tamaño de un gato doméstico, por lo general con la piel rojiza o amarillenta con rosetones negros. Ha sido un lugar ajetreado esta mañana.

– ¿Qué huella más extraña? Parece que tiene una membrana en los pies.

– Es una civeta enmascarada. Son nocturnas -Alzó la vista hacia ella-. ¿Estás preparada para que te lleve? -Se enderezó despacio-. ¿O tengo que abusar de mi autoridad y ordenarlo? Cojeas.

– No me di cuenta de que estábamos en el ejército.

– En cualquier momento estás bajo amenaza de muerte, estamos bajo reglas militares.

Su risa se elevó al dosel de hojas, mezclado con la llamada continua del barbo, un pájaro al que parecía gustarle el sonido de su propia voz.

– ¿Estás improvisando estos cuentos sobre la marcha?

– Soy rápido pensando mi parte. ¿No estás impresionada? -la balanceó en sus brazos-. Quiero saber un poco más sobre la familia de tu madre. ¿Los conociste?

– No recuerdo haber oído nada sobre los padres de mi madre. Mi hermano habló de los padres de nuestro padre biológico. Dijo que fuimos a visitarlos a la selva profunda una vez. Ellos le dieron regalos y mi abuela me meció. Pero murieron alrededor de la misma época que mi padre. Se fue de viaje y nunca volvió.

– ¿Y luego tu madre te sacó de allí?

– Francamente no lo recuerdo, yo era tan joven. La mayor parte de lo que se es lo que mi hermano me contó. Después de que mi padre muriera, mi madre nos llevó a otro pequeño pueblo en la linde del bosque. Allí conoció a mi padrastro. Su familia era muy rica y tenían mucha tierra, mucho poder donde vivíamos. Estuvimos allí durante algún tiempo y luego nos mudamos a los Estados Unidos.

Rachael miró alrededor de ella, bebiendo de los olores y las vistas de la selva tropical. Era realmente hermoso con miles de variedades de plantas de todos los colores. Había mariposas en abundancia, a veces cubriendo los troncos de árboles frutales, sumándose a la explosión de color por todas partes donde mirara. El bosque parecía vivo, las hojas balanceándose, lagartos e insectos continuamente en movimiento, pájaros revoloteando de árbol en árbol. Trabajando en equipo con la vida. Las termitas y hormigas competían por el territorio cerca de un árbol grande caído.

– Vivimos en Florida, un estado enorme. Era un país tan hermoso y salvaje con los manglares y los pantanos. Teníamos humedad y muchos caimanes -Se echó hacia atrás el pelo-. Nadie se convertía en leopardo.

– ¿No había gatos grandes en el área? ¿Ningún signo de gatos grandes?

Rachael frunció el ceño.

– Bien desde luego había rumores de panteras, la pantera de Florida de los pantanos, pero nunca vi una. Hay rumores de un Bigfoot en las Cascadas pero en realidad, nadie tiene una prueba de Bigfoot. No hay ningún gato en mi familia.

– ¿Pasó tu hermano mucho tiempo en el pantano?

Rachael se puso rígida. Fue más un cambio de su cuerpo, pero era bastante para que Rio sintiera su leve retirada.