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CAPÍTULO 2

Rachael se despertó, instantáneamente consciente del inminente peligro. El olor de piel mojada mezclada con el olor de algo salvaje, algo peligroso. No había habido ningún sonido, pero el sentimiento era tan abrumador que instintivamente se estiró por la escopeta. Unos dedos rodearon su muñeca en un fuerte apretón, aplastando el hueso contra el tendón. La escopeta le fue sacada de la mano, su atacante era mucho más fuerte, más allá de su salvaje imaginación. Ella tiró de la muñeca que tenía sujeta como si luchara contra su sujeción. Al mismo tiempo, sacó su mano derecha para agarrar el palo de mimbre y esgrimirlo con enfermiza fuerza contra la cabeza de su asaltante. Ella rodó de lado alejándose de él para caer al suelo, la cama entre ellos.

Para su horror, Rachael aterrizó a pulgadas de unos brillantes ojos rojos, una cálida respiración en su cara, enormes, espantosas mandíbulas llenas de dientes yendo directa hacia ella. No solo algunos dientes, estaba mirando de frente lo que parecía ser un tigre dientes de sable. Empujando el palo entre los goteantes colmillos, se apresuró en apartarse, desesperada por alcanzar la chimenea y un arma, cualquier arma para defenderse. Una mano la agarró, fallando, resbalando sobre sus piernas. Ella casi consiguió cruzar la habitación, estirándose por el atizador de duro metal a sólo unas pulgadas de sus dedos. Otro paso, una acometida y tendría una oportunidad. Algo cogió su tobillo en una trampa salvaje, rasgando su carne, arrastrándola, cortando sin piedad con agudos dientes.

Rachael se imaginó que esto sería lo mismo que ser mordido por un tiburón. Duro. La fuerza de un tren de mercancías. Pudo oír a alguien maldiciendo, animales respirando con fuerza, un terrible resoplido. Algo siseando. El pánico la inundó, casi cerrando su cerebro. Un dolor al rojo vivo se disparó a través de su cuerpo, la agonía la dejó sin respiración. Retrocediendo para otro ataque, un segundo leopardo saltó sobre ella. Apretando con fuerza los dientes, Rachael se lanzó hacia delante, un grito rasgó su garganta cuando los dientes igual que lanzas perforaron y destrozaron la carne que recubría el hueso. Sus dedos se curvaron alrededor del atizador, descargándolo en el animal con desesperada fuerza. Una mano cogió su muñeca, parando precipitadamente el feroz corte en medio del aire.

Un hombre asomó sobre ella, oscuro y poderoso, su cara la de un diablo vengador, clavada cerca de la suya. Para su horror la cara se contorsionó, pelo estallando a través de la piel, dientes llenando la fuerte mandíbula. La caliente respiración de un leopardo sopló en su cara, los dientes en su garganta. No un pequeño leopardo nebulosos, sino un enorme leopardo negro. La mirada del leopardo se fijó sobre ella con despiadada intención. Rachael advirtió la penetrante inteligencia en el brillo de los ojos amarillo-verdosos. La fascinante mirada, ardiendo con fuego, con mortal peligro, estaba grabada en su mente. Ella cerró los ojos, dispuesta a desmayarse, con todo no podía olvidar la concentrada mirada fija.

Rio luchó contra la bestia que se elevaba en él. Demasiadas heridas, demasiados días sin dormir hacían difícil mantener el control. Luchó con el cambio antes de que pudiera cometer un asesinato. Respiró e inspiró. Conduciendo el aire profundamente a sus pulmones. Obligando a su parte salvaje a volver a dormirse, para encerrarla en algún profundo lugar en su interior hasta que estuviese, una vez más, completamente regido por su cerebro e inteligencia.

– Soltadla -estalló. Los gatos obedecieron, enredándose en la pierna de su asesino, acostándose en el suelo, todavía en guardia-. Ahora tú. Dame eso.

Rachael era incapaz de soltar el atizador. Sus dedos estaban cerrados a su alrededor, su mente nublada con horror. Sólo podía quedarse mirándole en shock. El terror la mantenía muda.

– Maldita sea, suéltalo -siseó él, incrementando la presión sobre su muñeca, sabiendo que podía romperle fácilmente el hueso si ella continuaba resistiéndose. Su mano libre rodeó su garganta igual que un torno, cortando instantáneamente su aire, hundiendo el codo en su pecho, las rodillas contra sus muslos. Su cuerpo clavó con eficacia el de ella en el suelo con fuerza superior-. Podría romperte el cuello -apuntó él-. Suelta eso.

Rachael habría gritado, gritado por ayuda, por salvación, sólo gritar por el infierno de esto. Estaba más atemorizada de este hombre o de lo que quiera que fuese, que de los gatos y sus malévolos ojos. Él había ahogado con éxito todo sonido, pero el dolor que irradiaba de su pierna parecía engullirla así que tenía la increíble sensación de derretirse en el suelo.

Rio juró otra vez cuando la sintió fláccida bajo él, el atizador chocando ruidosamente en el suelo. Lo empujó fuera del alcance de ella y cuando lo hizo, su mano encontró una sustancia caliente, pegajosa. Instantáneamente sus manos se movieron bajando su pierna. Murmuró una palabrota ante su hallazgo. Apretando su mano sobre la herida, elevó su pierna en el aire.

– No te desmayes sobre mí. ¿Hay alguien más aquí? Respóndeme, y será mejor que digas la verdad -estaba bastante seguro de que estaban solos, cualquier otro habría revelado su presencia durante la corta pero intensa pelea. La casa no contenía esencia de otro humano, pero no quería más sorpresas.

Un escalofrío recorrió el cuerpo de ella, temblando en reacción a la terrible herida de su pierna. Había dura autoridad en su voz. Un borde despiadado que llevaba inherente peligro.

– No -se las arregló ella para jadear a través de su obstruida garganta.

Rio señaló a los leopardos nebulosos.

– Espero jodidamente que estés diciendo la verdad porque ellos asesinarán a cualquiera que encuentren -aplicó un torniquete rápidamente, sabiendo que los animales lo alertarían si encontraban otro intruso. No podía imaginar quién sería lo bastante estúpido para enviar a una mujer tras él. Rio la levantó con facilidad, llevándola a la cama y dejándola sobre la misma. No parecía capaz de asesinar a nadie, su cara estaba pálida y sus ojos demasiado grandes para su cara. Él sacudió la cabeza y fue a trabajar sobre la horrorosa herida en su pierna. La punción de las heridas era profunda y había hecho un daño considerable. El gato había destrozado la pierna cuando ella había intentado apartarla, desgarrando en profundidad su piel, una inusual herida para hacerla un leopardo nublado. Esta era un sucio revoltijo y necesitaba más destreza de la que él poseía.

Rachael apenas podía respirar por el dolor. En la oscuridad, el amenazante hombre sobre ella parecía invencible. Sus hombros eran anchos, sus brazos y pecho poderosos. La mayor parte del peso de la parte superior de su cuerpo era puro músculo. Había manchas de sangre en sus ropas. La sangre goteaba de la sucia cuchillada en su sien. Estaba empapado, sus ropas hechas pedazos y completamente húmedas. El agua goteaba de su pelo sobre la pierna mientras él se inclinaba sobre ella, frías gotas sobre su cálida piel. Tenía una oscura sombra a lo largo de su mandíbula y unos helados ojos que ella nunca había visto en un humano… o bestia. Brillantes ojos dorados.

– Deja de moverte -había impaciencia en el tono de su voz.

Rachael respiró hondo y se esforzó en bajar la mirada a su destrozada pierna. Dejó escapar un simple sonido y su mundo empezó a empañarse.

– Deja de mirar eso, pequeña estúpida -captó su inquietud, tirando de su barbilla de modo que se viese obligada a encontrar su brillante mirada.

Rio estudió su pálida cara, podía ver las líneas dibujadas por el dolor alrededor de su boca. Gotas de sudor salpicaban su frente. Las marcas de sus dedos aparecían alrededor de su garganta, hinchada y púrpura. Su mirada se detuvo por un momento sobre su muñeca derecha, notando la hinchazón, preguntándose si estaría rota. Esa era la última de sus preocupaciones.