Los bandidos habían salido del bosque al otro lado. Se dispersaron, examinando el terreno en busca de huellas. Uno estaba demasiado cerca del árbol donde había acomodado a Joshua. Josh estaba apenas conciente y un mal movimiento atraería instantáneamente la atención de los bandidos hacia él. Rio lenta y cuidadosamente sacó el rifle del refugio del árbol y lo tendió sobre una rama para afirmar la mano. Se encontraba en un pantano y si no se movía inmediatamente, el calor de su cuerpo atraería a las sanguijuelas en tropel.
Hizo tres disparos en rápida sucesión, tratando de herir a sus blancos en vez de matarlos. Thomas se vería forzado a llevar a sus hombres a cubierto en vez de seguir la persecución. Rio se arrastró rápidamente hacia atrás sobre su estómago, buscando una mayor cobertura entre los arbustos, tratando de mantener los árboles más grandes entre él y el río.
Los bandidos devolvieron el fuego, una rápida ráfaga de balas que mordieron la corteza de los árboles y escupieron hojas y agujas cerca de él. Se quedó muy quieto, para no revelar su posición mientras marcaba nuevos blancos.
Thomas no era tonto. Sabía a quien se enfrentaba. Se había enfrentado a la puntería de Rio muchas veces y no quería perder más hombres. Hizo señas para que sus hombres se agruparan detrás de la línea de los árboles. Desaparecieron tras ella llevándose a sus heridos. Muchos descargaron sus armas en una última demostración de furia, pero optaron por moverse en retirada antes de arriesgarse a cruzar el río al descubierto para perseguirlo. Podrían tratar de hacerlo más adelante río arriba, donde podrían hacerlo más resguardados, pero para ese entonces Rio esperaba estar con Joshua en lo profundo del bosque y en las manos de su gente.
Preocupado por la posibilidad de que hubieran dejado un francotirador esperándole, Rio se tomó su tiempo para salir del pantano. Mientras se arrastraba hacia el bosque, sintió la picadura de un par de sanguijuelas. Le tomó varios minutos remover las criaturas con el cuchillo. Al tiempo que recuperaba la polea y el cabestrillo del paquete y se levantaba, una bala pasó silbando cerca de su cabeza. Rio se tiró hacia un costado, examinando el área que lo rodeaba. Pensó que estaba bien escondido, pero su enemigo había adivinado hacia donde se había dirigido para evitar el terreno infectado de sanguijuelas.
La bala había fallado por unas pulgadas, evidentemente tenía mayores problemas aparte de las sanguijuelas. Tenía que cazar. El bandido sería paciente, se tendería allí y lo esperaría, sabiendo que pronto tendría que moverse. El río los separaba y Joshua estaba colgado de un árbol, herido y con una urgente necesidad de atención médica.
Bajo el refugio de varios gruesos árboles, Rio acomodó su ropa, doblándola ordenadamente y haciendo una pila con ella para ponerla sobre la rama de un árbol junto con sus botas. Cambió a su otra forma, dándole la bienvenida al poder dentro de él. La fuerza bruta. La perfecta máquina de caza. Audaz e ingenioso, altamente inteligente y astuto, el leopardo comenzó su acecho. Manteniéndose en la sombra de los árboles, el gran gato se dirigió río abajo, caminando sin hacer ruido, rápidamente a través de la vegetación. Mientras saltaba hacia las ramas bajas de un árbol que se hallaba en la orilla del río, el leopardo olió sangre y pólvora. El gato gruñó cuando el francotirador hizo fuego varias veces, barriendo el área donde había estado Rio.
El leopardo se precipitó dentro de una corriente rápida de agua, usando sus poderosos músculos para cruzar el río a nado hacia la otra orilla. El gato trepó al muelle, andando sigilosamente a través del espacio abierto, avanzando y deteniéndose, achatándose contra el suelo y ocultándose detrás de la cobertura que le brindaban los arbustos. Avanzó yardas, hasta que estuvo a una corta distancia del bandido.
El hombre se apuraba caminando rápidamente a través de los árboles, con toda su atención puesta del otro lado del río. Nunca vio al leopardo agachado a sólo unos pies de él. Nunca notó su rápido avance, sólo sintió el golpe, tan fuerte como el de un tren de carga, tirándolo hacia atrás con sus poderosas piernas y músculos. Lo golpeó tan violentamente que nunca llegó a sentir el aplastante peso de las mandíbulas que terminaron con su vida.
Rio luchó contra la naturaleza salvaje de la bestia, se apartó del embriagador aroma de la matanza y rápidamente cambió de forma. Todavía tenía que cruzar el agua con Joshua. Llevaría demasiado tiempo preparar la polea y el cabestrillo. Se apuró de regreso al hombre, agradecido de encontrarlo todavía con vida.
– Nos meteremos en el río, Josh; te llevaré de regreso a la aldea.
– No tienes que hacer eso, Rio. No te pongas en esa posición.
Rio lo cargó sobre su hombro.
– Me importa un comino lo que piensen de mi, Josh. Necesitas ayuda lo más pronto posible.
– ¿Perdiste tu ropa?
Rio sonrió, toda una muestra de dientes.
– Las dejé del otro lado del río en un árbol.
– Siempre fuiste un loco, Rio.
Rio sintió el absoluto cansancio de su voz. Joshua colgaba como un peso muerto, ni siquiera hacía el intento de agarrarse de él. Preocupado, Rio se precipitó dentro del río; usando cada resto de fuerza para luchar contra la corriente para llevarlos a los dos hasta el otro lado. Luego empezó a trotar.
Fue una jornada infernal, de pesadilla. El cuerpo de Joshua golpeaba contra Rio. Su roce desgarraba su piel. La lluvia los empapaba a los dos mientras transcurrían las millas. Rio empezó a cansarse, sentía las piernas de goma, sus pulmones ardían por la necesidad de aire. Sus pies, aunque curtidos y acostumbrados a viajar, estaban destrozados y sangrando. Le llevó varias horas y tuvo que detenerse tres veces para descansar, darle agua a Joshua y apretar el vendaje para que ejerciera presión sobre las heridas. Rio se tambaleó dentro de la aldea justo antes del amanecer, cansado, acalorado y empapado por la lluvia. Nadie salió de las casas, aunque sabían que estaba allí. La sangre de Joshua empapaba la piel de Rio en los lugares donde entraban en contacto sus cuerpos. La lluvia continuaba cayendo, lo hacía en una continua cascada que provocaba que se formara una neblina que se extendía entre Rio y las casas. Empezó a avanzar hacia la casa del único médico de allí. Un movimiento captó su atención. Los ancianos salieron a los porches, observándolo a través del aguacero.
Rio se detuvo por un momento, tambaleándose por el cansancio, sintiendo el enojo derramarse sobre él. La vergüenza. Volvía a tener veintidós años y se encontraba parado ante el consejo con la sangre de su madre y la del asesino de ésta en sus manos. Levantó la cabeza y apretó la mandíbula. Nunca lo aceptarían. Nunca querrían que la mancha de su vida contaminara la de ellos. Podía proteger a su gente, darles su parte del dinero, pero siempre tendría sangre en las manos y ellos nunca lo perdonarían. Su boca se endureció y cuadró los hombros. Sus ojos mostraban un fiero orgullo, su mandíbula fuerte y obstinada. No importaba si no era bienvenido en su aldea. No quería estar allí. Se rehusaba a creer que podía extrañar la interacción con otros de su especie.
Dentro de las casas comenzarían a susurrar. Siempre pasaba lo mismo si durante uno de sus viajes se veía obligado a entrometerse en su espacio. En cada una de esas ocasiones pensaba que iba a ser distinto, mejor… que lo aceptarían. Pero sus caras se mostraban duras, o las apartaban o simplemente lo miraban pasar como si no existiese. Apeló a sus últimos restos de fuerza para forzar a su cansado cuerpo a ponerse en movimiento y llevar a Joshua derecho a la casa del médico. Nunca le permitirían entrar, ni le hablarían. Aunque pensaran que la sangre en su cuerpo le pertenecía, no le harían preguntas ni intentarían ayudarlo. Estaba muerto para ellos.