La llamada llego otra vez, y algo profundamente dentro de ella contestó, creciendo en poder. Hasta que el viento le acarició la piel, no lo comprendió. La vida salvaje la llamaba cada vez con más fuerza, rugiendose en su interior, insistiendo en que la escuchara. Su visión cambio, se aclaró, oleadas de dolor inundaron su vista. Rayas de color rojo, amarillo y azul. Los olores explotaron como burbujas de información. Distinguía el olor de cada una de las flores y frutas, incluso podía distinguir las criaturas en los árboles por el olfato.
Empezó a picarle la piel y la ropa le molestaba. Se quitó la camisa y la tiró. Sus músculos ya se estaban estirando. Se le encorvó la columna vertebral y cayó al suelo de la terraza. Se encontró tirada sobre el estómago mirando las tablas de madera del suelo mientras su cuerpo parecía tener vida propia. La tela le arañaba la piel. Desesperada, se arrancó los botones. Solo tardó un instante en quitarse los vaqueros y deshacerse de ellos. El dolor en su pierna herida se hizo insoportable mientras los músculos se contraían, se estiraban y se retorcían. Los ligamentos saltaron. Verdaderamente podía oir el sonido que producía su cuerpo al cambiar.
La pena era aplastante. Sufría por lo que no podía tener. Pero tenía esto; su otro yo. Luchando por ayudarla, por liberarla, por protegerla del dolor en un mundo que no podía controlar ni poseer. Le picaba la piel y los dedos se curvaron. La piel pareció desgarrarse, el hocico se extendió para dar cabida a los dientes. Las piernas se doblaron y estiraron, las pantorrillas le dolieron y los tobillos ardían. Unas garras curvadas saltaron de entre sus dedos, permitiendole sujetarse al suelo de madera.
Debería haber estado asustada. No era una sensación agradable estar tirada en el suelo, con todos los músculos y tendones estallando y crujiendo. No le importó, le dio la bienvenida al cambio, a la oportunidad de ser alguien diferente. Tener la oportunidad de ser algo más. El bosque surgía con renovado vigor, un mundo nuevo cuando ella carecía de ningún otro. Cuando no pertenecía a ningún lugar; el leopardo levantó la cabeza por primera vez e inspeccionó su reino. Los sonido venían de todas partes. Información que le era transmitida por los pelos del hocico. Olores y crujidos intrigantes. En realidad discernía las distancias entre uno objeto y otro. Era apasionante, emocionante incluso.
Rachael se levantó tambaleante, volvió a caer y lo intentó de nuevo. Se estiró con languidez, sintiendo la enorme fuerza que le recorria el cuerpo como si fuera acero. Solo había tardado un breve minuto, pero le apreció que había tardado toda una vida en deshacerse de su otro yo. Dio unos cautelosos pasos, asombrada, y se cayó. Oyó el murmullo de unas voces a su espalda y el olor de la gente inundó sus pulmones. El impulso de llamar Rio era fuerte, incluso aplastante, y eso la hizo vacilar. La tristeza la inundó, aguda y negra, consumiéndolo todo. Lo apartó de su mente. No podía tenerlo. Con el corazón palpitando saltó a la rama de bajo. Su pierna herida protestó pero se mantuvo firme. No podía hacer caso del punzante dolor y se aferró a lo que el leopardo le ofrecía.
Las garras se clavaron en la corteza del árbol cuando vaciló peligrosamente, y luego sintió el ritmo. El ritmo perfecto de la naturaleza. La lluvia, los pájaros, el crujido continuo de las hojas, el susurro de sus músculos. Los latidos de su corazón. Percibió la fuerza que fluía por ella como un regalo. La inundó la alegría, sustituyendo a la desesperación y a la angustia. Saltó de la rama que se bifurcaba, notando como crecía el poder en su interior. Y luego estaba sobre el suelo del bosque, corriendo con una enorme alegria. Corriendo para sentir sus músculos estirandose y sus patas respondiendo como si fueran muelles cuando saltaba sin esfuerzo sobre los troncos caídos de los árboles. Se zambulló en charcos y riachuelos y saltó por encima de terraplenes que de otra forma hubieran sido imposibles de subir.
La luz del sol moteaba el piso en sitios y se echó encima de los rayos, pegando con sus patas en hojas y agujas de pino, haciéndolos subir en una ducha de vegetación. Persiguió a los ciervos, se subió a los árboles y corrió por entre las ramas, molestando a los pájaros y enervando a los gibones a propósito. Soltó una burbujeante risa de alegria. Se dio la vuelta para decírselo. Rio. Lo recordaba. Recordaba la alegría de tener esta forma y estar corriendo con él. Compartiendo los caminos forestales con él. Frotando su hocico cariñosamente por su enorme cabeza. Habían compartido una vida juntos, un amor intenso y la consiguiente atracción sexual. Lo conocía en esta forma del mismo modo que lo conocía en la forma humana.
Rachael se detuvo de repente con el corazón palpitando de terror. Estaba sola. Rio no formaba parte de su vida y jamás podría hacerlo. Sin importar la vida que hubieran compartido en otro tiempo y lugar, en este, no era posible. Él no podía adoptar la forma del animal abandonando su lado humano como había decidido hacer ella. Tenía responsabilidades. Lo conocía lo bastante bien como para saber que nunca defraudaría a su gente. El dolor era una pesada carga y ella lo sentía de la misma manera en ambas formas. Saltó a las ramas de un árbol alto, alejado de su casa, apoyó la cabeza en las patas y lloró.
Río escuchó educadamente a Kim, mirando de reojo de tanto en tanto hacia la ventana. Rachael se había alejado de la puerta abierta y el ya no podía verla. Parecía tan derrotada, no parecía Rachael. Quiso ir con ella, presentía que tenía que ir, pero Kim quería hablarle de la visión de su padre, insistiendo en su importancia, advirtiendo a Rio de que algo no cuadraba en la partida que buscaba plantas medicinales en el bosque.
– Sabía todos los nombres de todas las plantas y sus propiedades -explicó Kim con su forma lenta y pensativa de hablar-. Mi padre no sabe por qué tuvo esa visión cuando está claro que el hombre conoce bien los caminos del bosque.
Río dio un paso hacia la puerta, moviendose ligeramente en un esfuerzo por intentar ver a Rachael.
– Muchos hombres entran el el bosque, conocen los caminos, pero no los respetan, Kim. Es posible que ese hombre sea uno de ellos. ¿Pudiera ser un cazador furtivo que anda tras la piel de algún animal o de los elefantes?
Si tuviera más información podría jusgar mejor si se presenta algún problema.
Kim tambien avanzó un paso.
– Puede. Tenía bastantes armas.
– Tama nunca lo conduciría hasta aquí, sobre todo si la partida es un grupo de cazadores furtivos. La deuda de honor no se lo permitiría.
– No, pero si es algo más que un furtivo, si su apuesta es mayor, si se trata de la mujer o de ti, Tama no lo sabrá hasta que sea demasiado tarde.
– ¿Había algo en la visión de tu padre que indicara que cualquiera de nosotros está en peligro? Si había algo más tienes que decírmelo, Kim -Rio dio otro paso hacia la puerta. Su corazón empezó a palpitar y se le secó la boca.
– A mi padre le inquietó tanto lo que vio que me envió aquí. No consiguió interpretar del todo la visión. Presentía que había mucho peligro, pero no sabía si era por el hombre, por ti o por la mujer. Dijo que debía venir a avisarte.
– Gracias, Kim, dile a tu padre que le felicito, que aprecio su advertencia y que le prestaré atención.
En la terraza todo estaba demasiado tranquilo. En el bosque se hizo un repentino silencio y luego las criaturas empezaron a avisarse desesperadamente. Rio se puso rígido, juró por lo bajo, elocuentemente y repetidamente.
– Se ha ido -pronunció esas tres palabras para probarlas. Para creerselo. Una cólera tormentosa se apoderó de él, conmocionandole, destructiva e irracional. Se lo esperaba- Rachael -pronunció su nombre como si fuera un talismán, para que le ayudara a pensar, a devolverle el ingenio ahora que necesitaba mantener la mente fría.