– ¿Qué sucede, Río? -preguntó Kim, retrocediendo un paso. Reconocía el peligro cuando lo veía, cuando lo sentía. La cara de Rio era una máscara, le brilaban los ojos y el peligro emanaba de cada poro de su piel.
– Es Han Vol Dan. Maldita sea, ha ido directa hacia Han Vol Dan. Su pierna todavía no está curada. Le dije que no lo hiciera, pero tiene que hacer lo que se le da la gana, tanto si es lógico como si no -estaba furioso. Completamente furioso. No tenía nada que ver con el miedo de ella, era por su seguridad, por su pierna herida o porque podía haberla perdido. O puede que le hubiera abandonado. Apretó los puños con fuerza, intentando apartar el rugido de su cabeza-. No está segura en el bosque.
Kim simplemente lo miró.
– Ha descubierto su verdadero yo. Sabrá cuidar de si misma.
– No es tan sencillo. No podemos permanecer en la misma forma demasiado tiempo -Rio se desprendió de los vaqueros a toda velocidad-. Gracias por el aviso. Permanece lejos de ese hombre. Si es quien creo que es, es muy peligroso. Dále las gracias a tu padre. Buena suerte, Kim -estaba siendo descortés con un hombre educado en la tradición, el ritual y sobre todo la cortesía, por no le importó. Lo único que importaba era encontrar a Rachael y traerla de regreso sana y salva.
– Buena caza -Kim miró hacia otro lado, con educación, mientras Rio saltaba a las ramas cambiando de forma al mismo tiempo, sacando las garras para sujetarse.
Empezó a seguir los sonidos y los silencios del bosque. Conocía cada árbol de su reino. La iba a encontrar. Tenía que encontrarla. El mal humor del leopardo se arremolinó, haciendole doblemente peligroso, de modo que los animales se apartaban de su camino inmediatamente, al percibir su estado de ánimo.
Casi voló a través de los árboles, saltando ramas y arbustos. Sólo se permitio levantar la cara y olfatear el viento. No había señales de gente en su territorio, pero esto no significaba que no vinieran. Thomas estaba obligado a enviar una partida tras él. Lo hacía de vez en cuando, esperando encontrar su casa. Los cazadores furtivos a menudo venían al área, peinando los bosques de Malasia, Borneo e Indochina en busca de osos malayos, leopardos, elefantes e incluso rinocerontes, el más protegido de sus animales. Y también venían equipos de investigación. Ecologistas. Veterinarios que rastreaban a los elefantes y los contaban. Y la última partida de investigadores probablemente no eran tales. Se movió furtivamente por el bosque, sabiendo por el lenguaje de los árboles y del cielo, que ella no estaba demasiado lejos, delante de él.
Saltó sobre los mismos troncos caídos, inhalando su olor, chapoteó por los mismos riachuelos. Vio las marcas en las hojas. Sabía lo que estaba sintiendo ella, la alegría indescriptible de libertad para los sentidos, dando libertad a la naturaleza salvaje y dominante. Era una tentación vivir salvaje y sin responsabilidades. Cada uno de ellos tenía que enfrentarse al señuelo del bosque y aceptar lo que eran. Ni lo uno ni lo otro, si no ambas cosas. Una especie capaz de cambiar de forma, con obligaciones y responsabilidades.
Pisó suavemente por los árboles, sabiendo que estaba acortando la distancia que le separaba de ella. Su olor era embriagador, provocativo, muy de Rachael. El bosque se fue quedando en silencio mientras las sombras se alargaban. Habían dormido buena parte del día y ahora estaba cayendo el crepúsculo. Quería encontrarla antes de que la seducción de la noche pudiera tocarla.
Río sintió su presencia mucho antes de verla. Estaba en la horquilla formada por dos ramas, relajada y elegante y tan atractiva en su forma de leopardo como lo era en la humana. Ella se sentó en silencio, evitando mirarle, con los ojos perdidos, pero supo que estaba concentrada. Tenía las orejas erguidas, despiertas y su cuerpo estaba tenso. Él abrió bien los ojos y echó las orejas hacia delante, arqueando la espalda mientras se tiraba encima de un montón de hojas y ramitas, dispersándolas en todas direcciones. Para atraerla levantó la cola mientras saltaba hacia ella, cayendo encima y manteníendo la cola en posición de gancho.
Un instinto por mucho tiempo enterrado recordó la juguetona invitación. Rachael se levantó despacio y, sin hacer caso del latido de advertencia de su pata, saltó al suelo. Inmediatamente el gran leopardo macho le acercó el hocico frotando su cuerpo más pequeño, con el suyo. Ella pegó su nariz con la suya y le lamió la piel. Las sensaciones le parecieron asombrosas, incluso la rugosa lengua le proporcionaba información.
Se dio la vuelta y echó a correr, mirando por encima de su hombro en una obvia invitación a que la persiguiera. Él lo hizo rápidamente, convirtiendose en un borrón en movimiento, casi chocando contra ella cuando se puso a su lado, obligándola a correr en otra dirección. Rachael, metida en el cuerpo del leopardo, se rio y pasó por debajo de un árbol caído, esperó a que se reuniera con ella, él la embistió. Rodaron sobre la suave vegetación, volvieron a levantarse y echaron a correr otra vez. El macho la golpeó con los hombros varias veces, para que corriera en la dirección elegida por él.
Se metieron los dos en charcos, haciendo saltar gotas de agua. Se hocicaron el uno al otro junto a un enorme frutal con cien murciélagos mirandoles desde arriba. Los dos leopardos llegaron a la sombra de los altos árboles y persiguieron una manada de ciervos. Él frotaba continuamente su cuerpo con el de ella, hocicándo y lamiendole la piel, obligándola a seguir moviéndose cuando ella hubiera deseado tumbarse.
La pierna le ardía y jadeaba por tanta diversión y juegos. Intentó hecharse sobre la tierra dos veces, para indicar su deseo de algo más. Las dos veces el hombro más fuerte del macho, golpeó el suyo. Le gruñó, él le devolvió el gruñido y la empujó hasta casi derribarla. Era demasiado fuerte. Rachael empezó a sentir desconfianza. Estaba cojeando y haciendo todo lo posible por no apoyarse en la pata herida. A pesar de todo, él siguió empujándola. Miró a su alrededor y se dio cuenta de que conocía la zona. Rio la había llevado a casa.
Empezó a dar vueltas, gruñendo, separando las orejas, golpeándole con la pata. Él se apartaba veloz como un rayo, bailando lejos de ella y luego separándose, golpeándola con las patas hasta que ella se tumbó intentando recuperar el aliento. De inmediato él estuvo encima, sujetándola, con los dientes en su hombro. Continuó manteniéndola quieta y esperó.
Rachael sabía lo que quería. Lo que exigía de ella. Quería que volviera a su forma anterior. Le gruñó con cabezonería, enseñándole los dientes para demostrar su enojo. Esa posición sumisa la molestaba, pero además la hacia sentirse vulnerable y temerosa. Intentó aguantar pero sabía que el no iba a desistir. La mordió en el hombro con mayor fuerza, su cálido aliento le acarició el cuello.
Furiosa, Ráchale buscó su inteligencia, su cerebro humano, su cuerpo humano. Puede que Rio fuera superior a ella en la forma de leopardo macho, pero no podía dominara siendo ella una mujer. Debería haberse dado cuenta de que estaba volviendo a casa. Debería haber sabido lo que estaba pensando y deberia haber tomado medidas para detenerlo.
Ya podía sentir el principio del cambio. No lo deseaba. No quería volver a la forma humana y enfrentarse a lo que iba a ser su futuro, no después de haber corrido libre por el bosque; pero ya era demasiado tarde. Lo notó primero en la cabeza. La necesidad de tener su cuerpo humano. Notó como se le contraían los músculos y la repentina quemazón en la pierna. Oyó que un grito escapaba de su garganta, medio humano, medio animal, mientras el dolor de su hombro iba en aumento.
Río la liberó inmediatamente, pero no cometió el error de alejarse. El enorme leopardo permaneció sobre ella hasta que ella termino con el milagro del cambio y quedó acostada debajo de él en forma humana. Estaba boca abajo en la tierra, con los hombros temblando ligeramente, y él supo que estaba llorando. La tocó con el hocico para tranquilizarla.