Rachael se apartó, fusilándole con la mirada, con los ojos lanzando destellos de furia. Golpeó al leopardo macho, sin importarle que este pudiera arrancarle la garganta. Sin importarle que los leopardos fueran famosos por su mal carácter. Rio se apartó de ella de un salto, cambiando de forma al mismo tiempo y sujetandole las muñecas cuando fue por él. Cayeron los dos al suelo, inmovilizándola de modo que su cuerpo, más grande, apretara el de ella contra la gruesa alfombra de vegetación.
– Cálmate, Rachael -contuvo una carcaja. Los últimos rayos de sol le daban en la cara, haciendo brillar suavemente el sudor de su cuerpo. Hojas y ramitas decoraban los revueltos rizos y estaba rodeada de una brillante aura. Irradiaba fuerza y sensualidad. No podia evitar verla así. Le hacía feliz incluso ahora, que era evidente que deseaba arrancarle los ojos- ¿De verdad pensaste que me iba a esconder en un agujero y a vivir una vida miserable sin ti? ¿Qué clase de hombre crees que soy?
– Un idiota, eso es lo que eres -escupió, aunque sus palabras provenían de su ira. Lo odiaba, odiaba que pudiera hacer desaparecer su cólera con unas cuantas palabras dulces, unos ojos brillantes, tan hambrientos cuando la miraba, y su boca pecaminosamente ardiente-. Maldito seas, Rio -le rodeó el cuello con los brazos y le besó.
Un relámpago atravesó sus venas, recorrió su torrente sanguínea. Estaba vivo de nuevo, el corazón le latía y le funcionaban los pulmones. Levantó la cabeza, sus ojos verdes ardían en su cara.
– Maldita seas tú, Rachael. Me abandonaste. Me hiciste sentir y luego me dejaste. Ni siquiera tuviste el coraje de discutirlo conmigo primero. Maldita seas por eso -la sujetó de la cabeza y la devoró. Un beso tras otro.
Ella degustó su cólera. Era caliente, picante y feroz. Degustó su amor. Tierno, hambriento e intenso. Y quería tenerlo. Siempre. Para siempre. Todo el tiempo que pudiera.
Rachael se tumbó sobre las agujas de pino mirando su adorado rostro.
– Lo siento Rio. No quería hacerte daño. Debería haber tenido el valor de hablarlo contigo. Pensé que podría vivir aquí, en el bosque, con mi otra forma. Me apreció que ellos no podrían encontrarme si estaba en la forma de leopardo. Al menos podría seguir estando cerca de ti.
Él sacudió la cabeza.
– Si tú eres una de nosotros, también lo es tu hermano. El francotirador al que llaman Duncan, él tuvo que ser quien puso la cobra en tu cuarto antes de que siguieras el rio. Y tuvo que ser quien intentó matarte hace un par de noches. Se convirtió en leopardo. Solo algunos de nosotros en todo el mundo podemos hacer algo así. Tenía que saber que tú podías. Iban a traer cazadores que finalmente te matarían. No podemos huir asustados. Si algo he aprendido en esta vida es que tenemos que ser más inteligentes.
Las agujas se le clavaban en la piel desnuda. Se levantó con cuidado. Era más fácil andar por el bosque en forma de leopardo que en forma humana.
– No quiero que sufras.
– ¿Y crees que tu hermano intentará hacerme daño? -la cogió de la mano, tirando de ella hasta que le acompañó hasta la casa. Le quitó ramitas y hojas del pelo y las tiró.
Ella le dirigió una pequeña sonrisa.
– Me siento un poco como Adan y Eva.
Su mano apretó las suyas.
– Tienes que dirigirte a mi antes que a él. No quiero hacerle daño, pero tienes que darme algo con lo que trabajar, Rachael. O confias en mí o no.
Ella estaba de pie junto al tronco del gran árbol, mirando la copa entre la que se ocultaba su casa.
– ¿Crees que es un asunto de confianza?
Él apoyó la palma de su mano sobre su trasero, ayudándola a subir a las ramas inferiores. Ella escalo usando las plantas trepadoras que colgaban como lianas. Rio se mantuvo apartado, mirando su cuerpo, los músculos, las curvas y los huecos. Tenía un hermoso trasero. Sonrió abiertamente mientras saltaba con agilidad a la rama inferior, cogió la planta trepadora poniendo las manos por encima de las de ella y encajonando su cuerpo entre el suyo propio y el tronco del árbol. Se apretó contra ella, imitando la actitud de un felino dominante, pellizcándole el hombro con los dientes y lanzandole el aliento a la nuca.
– Sé que es un asunto de confianza.
En vez de apartarse o ponerse rígida como él esperaba que hiciera, Rachael se recostó contra él, frotando su trasero contra su excitación.
– Confío en ti, de verdad. Te confío hasta la vida. Estoy aquí contigo. Te he elegido. Siempre te he escogido.
Y lo había hecho. Lo sabía. Siempre le habido escogido a él y siempre le escogería.
– ¿Tú no lo sientes Rio? Siempre hemos estado juntos. Lo sé. En otra parte, en un lugar mejor.
Él movió la cabeza, empujándola hasta la casa.
– El lugar no era distinto Rachael. Siempre hubo sangre y balas y cosas a las que temer. Pero nos enfrentamos juntos a ellas. Eso es lo que hacemos. Vivimos nuestra vida lo mejor que podemos, unidos, enfrentándonos a lo que se interpone en nuestro camino.
Ella subio hasta la varanda. Su ropa estaba en un montón en el lugar donde se había desnudado. Recogió la camisa, se la entregó.
– Le quiero, Rio. Sé que ha hecho cosas horribles. La gente piensa que es un monstruo y que yo debo ayudarles a destruirlo. Pero no puedo. No lo haré. Sé que es lo que le hizo ser como es -se puso la camisa muy despacio. Rio la cerró. Al parcecer todo llevaba a Rio-. ¿De verdad piensas que estuvimos juntos en otro tiempo?
Sus verdes y brillantes ojos la miraron.
– ¿Tú no?
Ella se apoyó contra la silla y le sonrió.
– Creo que eres hermoso, Rio. También entonces lo pensaba, fuera donde fuera que estuvieramos. Lo recuerdo muy bien.
Se acercó hasta pegar su cuerpo con el de ella. Anchos y musculosos hombros y una fuerza increíble. La sujetó de la barbilla e inclinó su cara sobre la de ella. En sus ojos no se veía ninguna sonrisa.
– No vuelvas a hacerlo. No me abandones. Fue como si me arrancaras el corazón con las manos -se sintió estúpido al decirlo. No escribía poesía y no conocía nada sobre el amor, pero tenía que encontrar la forma de obligarla a entender la enormidad de lo que había hecho.
Ella levantó la mano para acariciarle la cara, con ternura.
– No lo haré, Rio. Si tú estás dispuesto a arriesgarte, me quedaré aquí, contigo -se apartó cuando él extendió una mano hacia ella-. Quiero que lo sepas todo antes de decidir.
– Rachael -pronunció su nombre con reverencia-, ya lo he decidido. Te desearía en mi vida en cualquier circunstancia. Me tumbo a tu lado por las noches y me pregunto si te amaría aunque no pudieramos volver a tener sexo. Tengo que confesarte que el sexo contigo es asombroso. Me encanta y pienso mucho en ello.
– ¡Menuda sorpresa! -esbozó una pequeña sonrisa.
– El asunto es que te quiero en mi vida y en mi cama. Quiero tus risas y tu carácter. Eres tú, no tu pasado; ni siquiera tu cuerpo por fascinante que sea -su mano le rozó la curva del pecho-, y no es que lo quiera distinto.
– Mi hermano y yo heredamos un imperio de la droga.
Su mirada permaneció fija en su cara. Sintió como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago, pero no se estremeció. No cambió de expresión. Ella se lo esperaba. Esperaba el rechazo. Que se rebelara. Él ni siquiera parapadeó.
Ella esperó en silencio su reacción. Su repugnancia. Se le secó la boca por el miedo a perderlo pero siguió hablando. Tenía que saberlo. Se merecía la verdad. Rachael extendió las manos ante ella.
– La realidad es peor de lo que se ve en las películas, Rio. Están los campos, los trabajadores y los laboratorios. La provisión de cocaína es infinita. Hay armas, asesinatos y traición. Vivimos en una casa que tiene todo lo que el dinero puede comprar. Llevamos la mejor ropa y tenemos las mejores joyas. Los coches son rápidos y potentes y el modo de vivir es decadente. Podemos tener todo lo que deseemos. Sobre todo si te olvidas de los guardaespaldas y los guardias en las puertas. Si pasas por alto la corrupción de los funcionarios y la vigilancia en los apartamentos y los asesinatos cuando algún pobre intenta robar para alimentar a su familia. Cuando puedes ignorar a los adictos y a las mujeres que venden sus cuerpos y a sus hijos. Si puedes hacer eso, entonces supongo que es una vida maravillosa.