– Por lo que me preocupa eso es bueno -Rachael se aplicó el brillo de labios y un poquito de rimel. Estaba temerosa y luchó por esconderlo. Miró a Rio por debajo de sus largas pestañas. Definitivamente estaba en alerta a pesar de que bromeaban entre ellos. Alargó la mano a través de la mesa, desenfundando un cuchillo y deslizándolo bajo el cojín de su silla. Los asesinos tenían cualquier forma, tamaño y género. La edad no parecía ser importante.
CAPÍTULO 17
Peter Delgrotto era alto y delgado, aunque vigoroso con profundas líneas grabadas en su cara. Sus ojos eran de un extraño color ámbar, brillando intensamente por algún fulgor escondido, una mirada fija y penetrante que acarreaba gran grado de amenaza. Rachael había esperado a un marchito y tambaleante anciano, entrado en años, pero Delgrotto exudaba poder y peligro en sus penetrantes ojos. Se enderezó, completamente vestido. El único signo de su largo y arduo viaje era el brillo del sudor en su piel, no podía ocultar el aire entrando y saliendo trabajosamente de sus pulmones.
– Nos honras con su presencia, Sabio -dijo Rio ceremoniosamente.
Rachael hizo un pequeño ruido estrangulado en su garganta y luego cubrió su desagrado tosiendo cuando Rio le lanzó una rápida mirada de advertencia.
Rio dio un paso atrás para permitir la entrada al anciano.
– Si desea entrar, por favor hágalo -Se sentía torpe, inseguro de cómo actuar o qué decir. Por ley, el anciano no debería acercarse a él, reconocerlo o hablarle, y mucho menos entrar en su hogar. Rio no sabía si estaba siendo descortés por invitarlo a entrar.
Delgrotto se inclinó despacio.
– Debo pedirte un vaso de agua. No he viajado tan rápido ni tan lejos en años. Mis pulmones no son los que acostumbraban a ser. Perdóname que te moleste, cuando no te he saludado correctamente en varios años-. Su mirada se detuvo en Rachael.
Hubo un pequeño silencio. Rio se quedó muy quieto. Rachael alzó su barbilla, sus oscuros ojos vivos de desagrado.
– Obviamente es tu mujer. La has encontrado. Debes presentarme.
– Lo siento, Anciano, perdona mi falta de modales. Estoy tan sorprendido con su visita que he olvidado las normas básicas de cortesía -Rio le dio al hombre un vaso de agua-. Esta es Rachael. Rachael, Peter Delgrotto, un anciano de nuestro pueblo.
Rachael forzó una sonrisa pero no murmuró ninguna cortesía. Le agradó que Rio pensara en protegerla, que no hubiera dado su infame apellido. Al sentir a Rio tan nervioso, se puso de pie y con indeferencia cruzó la habitación para ponerse tras él, esperando estar cerca en caso de que la necesitara.
Delgrotto inclinó su cabeza, devolviéndole la sonrisa, pero esta no llegó a sus ojos.
– Encantado de conocerte, Rachael -Regresó la mirada a Rio y la sonrisa se desvaneció.
Rio sintió el impacto de la mirada del anciano. Habían pasado varios años desde que otro miembro le hubiera dirigido la mirada y hablado con él. Rachael deslizó su mano en la suya. Una muestra de solidaridad y apoyo.
– ¿Que le trae aquí, Anciano? ¿Qué es tan importante que quiera romper la ley de nuestra gente? -No era tiempo de andarse con rodeos.
– No tengo derecho a acudir a ti, Rio. No después de la sentencia dictada por el consejo -Delgrotto se encontró con su mirada fija-. Por mí. Abandoné el participar como un miembro del consejo y estoy preparado para pagar las consecuencias de mis acciones. Le conté a la Sede del Poder lo que pretendía y les pregunté si lo ocultarían hasta que estuviera hecho. Estuvieron de acuerdo.
Rachael podía ver el orgullo en la cara del anciano. Rio extendió la mano y tocó su brazo, guiándolo hacia la silla más confortable y sentándole.
– ¿Qué ocurre? -De repente Delgrotto parecía tener todos y cada uno de sus ochenta años y más.
– Mi nieto yace al borde de la muerte. Nadie puede salvarlo excepto tu sangre. Nadie lleva tu poco frecuente tipo de sangre. Sin ti morirá. Perdí a mi primogénito a manos de los furtivos. No tenía hijos. Perdí a mi otro hijo y su compañera en un accidente. No tengo más familia. No quiero perderle. No por orgullo u obstinación. No por alguna ley anticuada. Te pido que le salves.
– ¿Dónde está?
– Yace en el pueblo en el pequeño hospital.
– Marcharé ahora, Anciano. Iré más rápido solo. ¿Aceptarán mi ayuda?
– Joshua dijo que irías -Delgrotto afirmó con la cabeza-. Te están esperando, manteniéndolo con vida con fluidos. Utilizamos la sangre que habías almacenado -Descendió la mirada hacia sus manos temblorosas, lágrimas brillaban en sus ojos-. Fue decisión mía el robártela, de nadie más. Sin ella, habría muerto. Pero no es suficiente, sólo para mantenerlo con vida hasta que llegues.
– No es un robo, Anciano, se la habría dado toda para salvar la vida de un niño -Rio cogió a Rachael por los hombros- Quédate aquí hasta mi regreso-. Hizo una declaración. Una orden.
– Estaré aquí -Le besó en la mandíbula a un lado de su boca. Sus labios se movieron suavemente hacia su oreja cuando le murmuró- Eres un buen hombre, Rio.
– Te seguiré tan pronto como me recupere -dijo Delgrotto.
– Duerma aquí, Anciano. Volveré pronto -dijo Rio saliendo por la terraza, sacándose la camiseta mientras tanto. Rachael cojeó tras él.
– ¿Quieres que te acompañe?
– No, puedo viajar más rápido sólo. Quiero que tu pierna descanse un par de días. Regresaré lo más pronto posible -Dobló la camiseta y los tejanos en un pequeño paquete alrededor de su cuello.
– Inteligente -Se percató que todos ellos viajaban con un pequeño paquete, incluido el anciano.
– Buena suerte, Rio.
– Se prudente, Rachael -Atrapó su cabeza y la tiró hacia él, besándola con feroz posesión, con ternura. Notó el pelaje surgiendo en su piel, sintiendo sus manos curvándose en enormes patas y maravillándose por su habilidad en el cambio.
Ella parpadeó y el negro leopardo se fundió en el bosque.
– Magnífico. Me abandona para entretener al invitado -Respiró profundamente y regresó dentro. Para su alivio, el anciano estaba sumido en un irregular sueño. Lo cubrió con una manta y salió al porche con los pequeños leopardos.
El ritmo del bosque cambiaba a intervalos durante el día. Las actividades del amanecer eran bastante distintas a la calma del atardecer. Leía un libro y escuchaba la continua charla del bosque tratando arduamente de estudiar qué pájaro cantaba cuál canción y que sonidos emergían de las distintas especies de monos.
Escuchó al anciano removiéndose cuando el sol se puso, y se obligó a regresar dentro para ser tan educada y complaciente como era capaz.
– Confío en que durmió bien.
– Por favor perdona la rudeza de un viejo. Viajar tanta distancia me cansó más de lo que imaginé.
– Puedo imaginármelo. Rio estuvo muy cansado cuando llegó a casa la otra noche tras acarrear a Joshua todas esas millas. Sin comida, bebida o atención médica.
El anciano la miró, con su siempre tranquila expresión.
– Touché, querida.
Tiró del cajón de las verduras, arrojándolas en la mesa.
– No soy su querida. Sólo déjeme aclarar eso. ¿Tiene hambre? No ha cenado aún, y Rio no querría que le dejara morirse de hambre.
– Por mí, estaría encantado de compartir una comida contigo. No deberías apoyarte en la pierna. Hago una sopa decente; ¿por qué no me dejas prepararla?
Rachael dudó, insegura de si debería dejarle hacer en la casa de Rio. El anciano parecía inmutable incluso frente a su desconfianza.
Tomó la decisión en sus manos pasando a través de la despensa. Recuperó el cuchillo de debajo del cojín de la silla mientras estaba de espaldas y lo devolvió a su funda. Tanto como le fue posible puso las armas fuera de la vista.
– No me tienes en muy buen concepto, ¿no? -preguntó mientras troceaba los vegetales.
Tomó un segundo cuchillo y lo ayudó.