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Rachael observó como el anciano ponía la mesa y encendía una vela como centro de mesa. Realmente no podía desentenderse de la puerta y de la noche. Rio estaba presente en todas partes, pero fuera en la oscuridad, estaba en su elemento. Sabía que estaba lejos de ella, aún así le sentía. Todas las noches se despertaba para descubrir que se había marchado, o acababa de volver, había estado corriendo libre, en su otra forma. Anhelaba estar a su lado en vez de discutiendo un asunto que ninguno de ellos podía resolver.

– Siéntate y come -dijo amistosamente Delgrotto-. Tienes mucho coraje, Rachael, y proteges ferozmente a los que amas, igual que Rio. Estoy agradecido que te haya encontrado. Le has traído felicidad.

– Él habría sido feliz si no se lo hubieran quitado todo.

– Le dejamos vivir. Era nuestra única opción. El exilio o la muerte. Nadie lo deseaba, y nadie estaba contento con la sentencia, pero no teníamos alternativa. Le dejamos con vida y vivimos sin él. Captamos destellos de su grandeza, es un hijo de nuestro pueblo. Nació líder. Nosotros vimos lo que suponía para él. No puedes entender lo que significó para nosotros.

– Espero que no quiera que lo sienta por ustedes -Rachael cojeó al cruzar la habitación hacia la mesa. Dejó la puerta completamente abierta. No dormiría hasta que Rio regresara sano y salvo, el sonido de la lluvia calmara sus crispados nervios y la hiciera sentir más cerca de él. Las canciones pluviales de Rio. El sonido lo hacía más cercano a ella.

– No lo sientas por nosotros. Trata de comprendernos. Los perdimos a él y a su madre. El exilio significa que está muerto para nosotros. No podemos verlo ni hablar con él, aunque nos da dinero para la preservación de la selva.

– ¿Cómo pueden tomarlo?

– Si no podemos verle ni oírle, ¿cómo podemos devolvérselo?

– Entonces podéis ver el dinero, pero no el donante.

Delgrotto sonrió ante su ferocidad.

– Tienes que prometerme que tendrás muchos niños con él. Los necesitamos.

La sopa era deliciosa. Odiaba concedérselo por lo mucho que la enojaba. Una leve sonrisa asomó en su cara.

– Creo que tengo una mente cerrada cuando usted está preocupado. No quiero ver su punto de vista.

– Al menos puedes admitir eso -parecía saborear el caldo-. Serías un buen miembro del alto consejo.

Rachael hizo un ruido grosero con la siguiente cucharada de sopa. Delgrotto alzó las cejas.

– ¿No lo crees? Uno tiene que ver el problema desde diferentes ángulos. Antes de poder hacerlo, debes saber que hay más de un ángulo. No estaba de acuerdo con el exilio, pero la alternativa iba más allá de nuestras habilidades para imponérsela.

– Por el amor de dios, ¿consideraron algún otro castigo? ¿Algo que no fuera tan severo? Vivir un poco, hacer nuevas leyes, ¿eso es lo que hace cualquier organismo de gobierno?

Asintió atentamente, considerando su sugerencia.

– ¿Cuál crees que es un castigo justo para un asesinato?

– No fue un asesinato.

– ¿Entonces, que fue?

– No lo se, pero he visto asesinatos. He sentido la maldad del asesino a sangre fría, de alguien verdaderamente malvado, y Rio no es así.

Un búho ululó en la distancia. El anciano levantó la cabeza y miró fijamente a la puerta un largo instante.

– Siento que hayas tenido que estar expuesta a esto, Rachael, y por supuesto que tienes razón. No hay nada malvado en Rio -Delgrotto tomó otra cucharada de sopa- Podemos estar de acuerdo en que tomó una vida.

Algo mas apaciguada, Rachael asintió.

– No lo puedo negar cuando me lo dijo él mismo -suspiró-. No les culpa por lo que hicieron.

– No, no lo hizo, porque entendía la necesidad de las leyes -El búho ululó de nuevo. Delgrotto apagó la vela de un soplo-. Cierra la puerta y permanece muy quieta.

– Ni los monos ni los pájaros dan voces de alarma -Pero Rachael obedientemente cerró la puerta y dejó caer la barra en su lugar- ¿Qué está mal? -Anteriormente ella había oído el claro aviso de los animales cuando un intruso entraba en su territorio- Quizás es Rio que regresa-. Pero sabía que no era así. Unos fríos dedos tocaron su columna, enviando un miedo helado por su cuerpo.

– No es Rio. ¿Conoces el camino hacia el pueblo?

Rachael negó con la cabeza.

– Nunca he estado allí.

– Puedes seguir a Rio, usando su aroma, pero le conozco. Habrá probado de ir por el agua varias veces para despistar. Es muy cuidadoso. Debe tener otra salida de escape a parte de la puerta principal.

– Sí, pero aún no sabemos que hay allí fuera.

– Si fuera un hombre lo que estaba allí fuera, el bosque estaría totalmente alborotado. Es un leopardo, y conoce las costumbres de los animales. Sabe apaciguarlos a su paso, con cuidado de no parecer que está cazando. Y está cazando cuando viene hacia nosotros tan silenciosamente.

– Vine aquí esperando escapar del problema en que estaba -Confesó Rachael fácilmente-. Enviaron a alguien tras de mí otra vez. Tiene que irse, le enseñaré la puerta de escape. No debería estar aquí conmigo.

– Puedo ser un viejo, Rachael, pero soy capaz de ayudar a proteger tu vida. Nunca me escabulliría, para contarle a Rio que dejé sola a su mujer defendiéndose de un atacante. Nunca podría vivir conmigo mismo.

Tuvo una idea que seguramente a Rio no le parecería bien.

– Kim Pang vino antes y le contó a Rio que su padre tuvo una visión sobre una partida de investigadores entrando en el bosque en busca de plantas medicinales. Tama los guiaba, pero su padre estaba bastante más preocupado. No creía que fueran investigadores.

– Un hombre normal no sería capaz de mantener quietos a los animales. No sería capaz de escapar del ojo de uno de los hijos de Pang.

– También dijo que el hombre se aproximaría a él preguntando por un guía que conociera las tradiciones y las leyes del bosque. Creo que sospechaba que era alguien de la misma especie que Rio -Respiró profundamente-. Podría ser que mi hermano estuviera cazándome.

– ¿Tu familia?

– Es una posibilidad. Hay un precio por mi cabeza. Creo que es mejor que se vaya mientras pueda.

– ¿Intercambiar la vida de mi nieto por la tuya? No lo haré. Dudo que esté a salvo en el bosque. Estamos mejor aquí con las armas de Rio. Si necesitamos escapar, lo haremos cuando estemos seguros que es nuestra única opción -decidió Delgrotto.

Un leopardo gimió bastante cerca. Reconoció la llamada inconfundible del leopardo nublado, Fritz la avisaba. En cierta forma la aceptación de los pequeños leopardos le dio esperanzas. Rachael se colocó rápidamente un cuchillo, enfundado en piel, en la pretina de sus pantalones. Tomó la más pequeña de las dos pistolas.

Delgrotto la alcanzó arrastrándola hacia el centro de la habitación, lejos de las ventanas.

– No te muevas.

Oyó el leve ruido sordo de algo pesado aterrizando en la terraza. Algo caminaba alrededor de la casa, el pelaje susurraba contra la verja, rozando al pasar las parras y deslizándose por la ventana. Las sombras se movían, lo suficientemente oscuras para hacer saltar su corazón hasta la garganta.

Esperaron. Rachael hizo lo que siempre hacía cuando la tensión era demasiado. Contó. Era un hábito absurdo y tonto, pero mantenía a su cerebro en calma, permitiéndole pensar con claridad. Otra vez silencio. El viento suspiraba a través del dosel de hojas y llovía a cántaros sin cesar. La punta de un cuchillo apareció en la esquina de la puerta bajo la barra. Lentamente empezó a elevarse.

Rachael se echó a un lado de la puerta.

– Esto es lo que pasa con los visitantes nocturnos -habló de forma casual-. Si no tienen educación, nos imaginamos que no valen la pena y entonces les disparamos. Saca tu cuchillo de mi puerta y llama como una persona normal o voy a vaciar mi arma en la pared.