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Hubo una breve vacilación y el cuchillo desapareció. Otro momento de silencio y se oyó un golpe en la puerta.

Rachael hizo señales al anciano para que cogiera un arma y se escondiera entre las sombras. Cuando se fundió con el gris extendió su mano y levantó la barra.

– Sólo una mejor persona atravesaría esa puerta y sería mejor que tú la atravesaras con las manos en alto -Se movió otra vez, así no serían capaces de tener una posición por su voz en un tiroteo.

La puerta se abrió lentamente.

– No estoy armado, Rachael.

Por un momento no pudo pensar. No pudo respirar. Su corazón golpeaba como un tambor desbocado y su boca se secó. Estaba de pie, luchando por respirar, sin saber que hacer. Rachael se aclaró la garganta y se obligó a decir.

– Entra, cierra la puerta y pon la barra. Quiero ver tus manos en todo momento.

– Maldición, Rachael. Sabes quien soy -La puerta se cerró de golpe un poco demasiado fuerte. Elijah puso la barra en su sitio y giró la cabeza mirándola enfurecido. Alto, musculoso, ancho de hombros, su negro cabello caía con la misma profusión de ondas que el de ella -¿Qué demonios estás pensando, haciendo algo así?

– ¿Por qué estás aquí? -no bajo el arma ni un milímetro.

– Baja la maldita cosa antes de que se dispare. No puedes dispararme, no en un millón de años, así es que deja de fingir que eres dura -Se aproximó un paso

– Quizás ella no pueda dispararle, pero yo tengo un buen blanco y no dudaré -dijo Delgrotto en un tono bajo e incorpóreo.

Rachael observó la rigidez de su hermano y la sorpresa extendiéndose por su cara. Siempre era tan cuidadoso, prestando atención a cada detalle.

– Rachael, explícale quien soy.

– Elijah Lospostos. Mi hermano. Tienes que explicarme muchas cosas Elijah -miraba sus pies desnudos, los vaqueros y su camisa desabotonada- Te transformaste en leopardo, ¿no? ¿Por cuánto tiempo has sido capaz de hacerlo?

Se encogió de hombros.

– Viajo más rápido, Rachael. No ha sido fácil captar tu esencia, no hasta que me he convertido en leopardo. Pasé un infierno para apartarme del campamento con ese guía siempre vigilando cada movimiento. Agradecería algo para beber y no me importaría sentarme. Y baja las armas. ¿Qué clase de bienvenida es esa? He viajado miles de millas para salvar tu trasero.

– Nadie te llamó, Elijah -dijo suavemente-. Nunca pedí que me salvaras -Parpadeó conteniendo las lágrimas-. ¿Conoces a un hombre llamado Duncan Powell?

Su hermano se puso tieso como un palo.

– ¿Ha estado aquí? Es un asesino, Rachael, uno de nosotros. Es capaz de rastrearte en cualquier lugar. Duncan es uno de los pistoleros a sueldo de Armando. Si el está aquí…

– Está muerto -interrumpió-. Dejó una cobra en mi habitación y luego me siguió hasta aquí -Alzó la barbilla y lo miró fijamente-. ¿Por qué has venido?

Elijah apartó una silla de la mesa y se sentó.

– Te contaré porque. ¿Por qué vengo siempre tras de ti? No puedes ir corriendo de un lado a otro sin protección, Rachael. Si Armando te pone las manos encima…

– ¿Me matará? Lo ha tratado de hacer desde que tenía nueve años. Deberías dejarme desaparecer, Elijah. No iré a la policía, no he dicho nada a las autoridades sobre Tony y no lo haré. Sólo quiero irme. Deberías dejarme marchar.

– ¿Piensas que Armando creerá que te ahogaste en el río sin ver tu cuerpo? Demonios, Rachael, has olvidado todo lo que te enseñé. Sabe que estás aquí. Vendrá detrás de ti con todo lo que tiene.

– Y por eso abandonaste todos tus negocios y rápidamente saliste hacia la selva bajo la torrencial lluvia para salvarme como siempre.

– Rachael, ¿Qué sucede? ¿Por qué no vienes conmigo, y hablamos de esto? Desde luego que te he seguido. No voy a permitirle que te mate.

Rachael colocó la pistola en el fregadero y se apretó contra la pared a su lado. Se veía pequeña y vulnerable en lugar de la mujer que había estado preparada para luchar hacía unos minutos antes. Las lágrimas brillaban en sus ojos.

– ¿No? Pienso que podría ayudarte. ¿No es eso lo que dijiste, Elijah? No esperas que me encuentre y te quite la carga de tus manos de una vez por todas ¿No me dijiste que tu vida sería mucho mejor, mucho más fácil si yo estuviera muerta?

Se levantó rápidamente volcando la silla y avanzó hacia ella. El anciano, en la profundidad de las sombras, se movió, recordándole el ser cauteloso, y Elijah se detuvo.

– Rachael. ¿Crees honestamente que vendría aquí para matarte?

– Hay un precio por mi cabeza.

– Para mantenerte viva. Armando se mueve rápido. Recogió a la chica que llevaba tus ropas y peluca. Me la envió por mensajero y no fue una vista agradable.

Rachael giró la cara, su mano fue hacia la garganta en un gesto protector, emergiendo un sonido estrangulado.

– Esta arma se está volviendo pesada Rachael -dijo Delgrotto-. Creo que tú y hermano deberías estar solos. Dudo si es una amenaza, pero Rio podría regresar inesperadamente. Voy al porche.

– Probablemente Rio no regresará antes del amanecer.

– Viaja con esos pequeños leopardos. Seguramente uno de ellos fue a avisarle.

El color desapareció de la cara de Rachael.

– Tienes que irte, Elijah. Vete de aquí ahora mismo.

Elijah movió las manos descartando sus palabras.

– Mírame, Rachael. Vuelve la cabeza y mírame. Quiero ver tu cara cuando me digas que crees que yo envié a ese hombre a matarte. Maldición -Golpeó la mesa con el puño- Pasé la vida luchando para mantenernos con vida.

– Dijiste que deseabas que estuviera muerta.

– Nunca dije eso -Miró al anciano con evidente frustración en su cara. Delgrotto pilló la indirecta y se deslizó fuera para dejarlos solos- De acuerdo, la verdad es que no se que diablos te dije ese día. Estaba aterrorizado por ti y enfadado por que no confiaste en mi. Tuve que disparar a Tony delante de ti -Elijah se pasó una mano por la cara-. Sabía lo que significaría, el dispararle delante de ti.

Rachael se enfrentó a su hermano a través de la mesa.

– Le mataste, Elijah. Mataste a Tony porque estaba conmigo. Te convertiste en lo mismo que aborrecíamos.

– No estás siendo lógica, Rachael -Se pasó las manos por el pelo agitadamente-. Sabía de nosotros. Sabía lo que éramos. Peor aún, pertenecía a los hombres de Armando. Le pasaba información.

– No sabes eso.

– ¿Quién era Rachael? ¿Cómo le conociste?

– Marcia Tosltoy es su hermana. Nos presentó. No estábamos saliendo. Solamente era un buen hombre, solitario como yo.

– No era un buen hombre, ni era el hermano de Marcia Tolstoy. Armando le pagó para decirte eso, y antes de que me digas que ella nunca lo haría, recuerda que todo el mundo tiene un precio. Armando encontró el de ella. Si me hubieras hablado de Tony, lo hubiera investigado discretamente, para hacerte saber que era hora de romper esa amistad. Cuando obtuve la información, ya estabas en el coche con él. No tuve tiempo de hacerte bajar fácilmente. Te llevaba a unos de los almacenes de Armando.

– Salíamos a cenar.

– ¿Te he mentido alguna vez? Nunca, Rachael. Siempre hemos sido nosotros dos, desde que éramos niños sólo nosotros.

– ¿Cómo se que me estás diciendo la verdad? ¿Cómo se qué es verdad o mentira? Mi tío asesinó a mis padres. Pensaba que los quería. Pensaba que quería a mamá y papá. Papá era su hermano. ¿Cómo le dices eso a un niño, Elijah? El mundo no es un lugar seguro y no puedes confiar en nadie. Ni en tu familia -Rachael dio media vuelta y llenó un vaso de agua para él, necesitando hacer algo.

– Nunca lo haría, bajo ninguna circunstancia ordenar tu muerte. Eres mi hermana, mi única familia, y te quiero. No tienes que creerme, Rachael. Se que estás herida, enfadada y muy confusa. No tengo tiempo para hablar contigo.