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– Te daré dos motivos. La seguí hasta aquí para salvarle la vida. Y otro todavía mejor; si no me liberas, se va a enfadar contigo y entonces vas a lamentar no haberte quedado en tu forma animal.

Rio echó un vistazo a la puerta abierta donde Rachael se tapaba la boca con la mano. Parecía un poco impresionada pero no iba a durar demasiado tiempo. Sacudió la cabeza en una suplica silenciosa, con los ojos llenos de ansiedad.

Rio separó la cortante hoja de la navaja de la garganta de Elijah y se alejó un paso.

– Coloca todas tus armas en el suelo, delante de ti. Ten mucho cuidado, Elijah. Tú conoces a nuestra gente. Todo lo vemos como una caza. Ahora mismo, puedes considerarme un cazador.

Elijah, se quitó las armas con deliberada lentitud y las apiló cuidadosamente sobre la veranda. Rachael miró horrorizada el creciente montón.

– Mételos en la casa, sestrilla -dijo Rio manteniendo el tono de voz lo más tranquilo posible. Esperó hasta que ella hubo recogido las armas y los cuchillos y desaparecido en el interior de la casa-. Date la vuelta muy despacio.

Elijah se giró para quedar frente a Rio por primera vez. Se miraron fijamente uno al otro, dos machos fuertes de ojos helados y temperamento peligroso disimulado bajo una cuidada capa de civilización.

El hermano de Rachael habló primero.

– Soy Elijah Lospostos, el hermano de Rachael.

– Tú fuiste el que le puso el precio de un millón de dólares por su cabeza.

– Tuve que moverme rápido. Me imaginé que los funcionarios del gobierno y los bandidos, se esforzarían, cada cual por su lado, en mantenerla con vida. Nuestro tío iba a tener que usar a sus matones para cazarla. No iba a encontrar a nadie dispuesto a renunciar a tal cantidad de dinero matándola. Hice que fuera demasiado irresistible para renunciar a él. Nadie iba a matarla -ladeó la cabeza estudiando a Rio-. Te has olvidado de la ropa.

Rio se encogió de hombros sin dejar el cuchillo.

– Una mala costumbre que tengo. ¿Tienes café? Me gustaría beber algo.

Rachael pasó por delante de su hermano para rodear la cintura de Rio con el brazo.

– Tienes que sentarte. ¿Llegastes a tiempo?

Rio mantuvo su penetrante mirada en Elijah.

– Si. Se va a poner bien, Anciano.

Rachael no pudo por menos que sonreirle al anciano, pero él apartó la cara. Vio el brillo de las lágrimas en sus ojos y el temblor de sus manos cuando las levantó para secarselas.

– Gracias Rio -la voz fue ahogada, apenas audible.

– Es un buen chico.

Rachael urgió a Rio a ir hacia la puerta. Se tambaleaba de cansancio. Le enseñó los dientes a Elijah en algo parecido a una sonrisa y le indicó que entrara primero.

– Primero llama a los demás -dijo Elijah sin moverse-. Sé que están esperando.

Rachael prestó atención. Oyó los gemidos del viento. El ritmo de la lluvia.

– ¿Están dentro Fritz y Franz? -dirigió la pregunta hacia Rio- ¿Están esperando a que entre?

Rio le sonrió abiertamente. Su cara estaba pálida y el brillo del sudor le cubría la piel.

– Desde luego. A ellos también les gusta cazar.

– Muy gracioso. Llámalos.

Río emitió una serie de vocalizaciones. Rachael miró la cara de su hermano. Él fruncía el ceño. Clavó sus uñas en la piel desnuda del Rio.

– ¿Qué les has dicho exactamente?

– Que estén alerta -contestó Elijah- ¿Qué hacen esos dos cachorros? Nunca supe de pequeños entrenándose para la batalla.

Rachael puso los ojos en blanco.

– No pienses ni por un minuto que esas dos pequeñas semillas del demonio son cachorros. Son leopardos nublados adultos de malos modales, terrible carácter y mortíferos colmillos de sable.

– Parece como si te hubieras enfrentado a ellos -Elijah no se había movido. Miraba fijamente el oscuro interior de la casa pero se negaba a dar un paso dentro.

– Uno de ellos casi me arrancó la pierna. No seas crío -Intentaba no notar que a su hermano le sangraba la garganta. No se la había tocado ni una vez. Intentó no ver el cuchillo que todavía llevaba Rio en la mano, mirando sin parpadear el rostro de su hermano- Rio no te diría que entraras si no estuvieras a salvo -Intentó sonar convencida, pero su tono era más una pregunta que una afirmación.

– Sería una buena manera de deshacerse de mí sin sentirse culpable -dijo Elijah.

– No me sentiría culpable si me deshiciera de ti -contestó Rio despreocupadamente-. Entra.

Elijah suspiró y entró en la casa, obviamente en guardia. Era un cambia-forma, uno muy bueno, rápido y eficiente, debia haber llegado allí como un asesino, pero su ropa lo obstaculizaría, lo haría más lento cuando podría necesitar la velocidad contra dos leopardos de cincuenta libras. Vio los ojos brillar hacia él en la oscuridad. Los dos felinos se habían separado y esperaban pacientemente. Uno se agazapó, el otro estaba tumbado sobre su vientre, al lado de la silla. A la espera. Con las orejas separadas y gruñendo. Con los ojos brillantes.

Rio sintió los efectos de viajar tantas millas en tan poco tiempo. Le ardía el cuerpo de cansancio. No había tenido el tiempo necesario para recuperarse después de perder más sangre de la que podía permitirse. Franz le había llamado desde la distancia, alertándolo del peligro para Rachael. Se había bebió de golpe el zumo de naranja y habia salido precipitadamente, sin tiempo para descansar después de la pérdida de sangre. El viaje de regreso había sido una pesadilla, ahogado de terror. Llevó al leopardo a moverse al límite, corriendo durante millas incluso cuando el animal se quejaba por falta de aire.

– ¿Rio? -La voz de Rachael era de suave preocupación-. Ven a sentarte. Entre tu arsenal y el de mi hermano, tenemos bastantes armas para comenzar una guerra. Si viene cualquier vecino, aunque sea para pedir azúcar, sugiero que le peguemos un tiro.

– No podemos hacer eso -protestó Rio-, Tama va a venir preocupado buscando a su investigador extraviado.

Elijah se pasó la mano por el pelo.

– Esa guía es un incordio. Tuve que hacer que un par de mis hombres organizaran una catástrofe para conseguir que apartara los ojos de mí -Rodeó con cuidado una silla y se desplomó en el sofá.

– El garrote -pidió Rio mientras se ponía un par de vaqueros-, déjalo también.

Rachael enarcó las cejas.

– Elijah, no puedes llevar un garrote.

– Me olvidé de él -Elijah se quitó el collar que levaba al cuello. Se lo entregó a su hermana para que lo añadiera a la reciente reserva de armas.

Rachael soltó un exagerado suspiro.

– Están locos los dos.

– Probablemente -concedió Rio. Cogió el vaso que ella le entregaba y se bebió de un trago todo el contenido-. Aceptaré que Elijah no intentó matarte.

– Tony trabajaba para Armando -Se anticipó ella misma mientras hacia el café para no tener que mirarles a ninguno de los dos. Le temblaban las manos. Tenía las rodillas debiles. Llevaba mucho tiempo temiendo este momento y ahora no sabía como sentirse. Apenas confiaba en el alivio que la inundaba y tenía miedo de empezar a gritar alrededor de ambos-. Eso ya lo sabías. Elijah es un cambia-forma.

– De modo que por esa razón no podías acudir a la policía. La primera regla es mantenernos en nuestros dominios -Rio soltó el aliento despacio-. Y Armando usa cambia-formas como asesinos.

– Sobornó un par de cambia-formas en Sudamérica. O tal vez los chantajeó, no sé; es capaz de cualquier cosa. Podría haber amenazado con incendiar la selva tropical, o formar una partida de caza para borrarles a todos del mapa -Elijah estiró las piernas, sus ojos oscuros brillaban en la noche como obsidiana-. No creo que sea humano. Entré en su casa una noche. El leopardo puedo entrar tan furtivamente, que estaba seguro de poder sorprenderlo -suspiró y sacudió la cabeza-. No es un hombre, es un demonio. En su dormitorio había un doble y no pude encontrarlo por ninguna parte.