– ¿Cuántos cambia-formas tiene?
– Dos que yo sepa. No sé si tiene más. Somos un grupo muy evasivo y él no pasa mucho tiempo en Sudamérica. Duncan era uno de ellos.
El anciano entró e inclinó su cabeza.
– Tengo que volver al pueblo a cuidar de mi nieto. Te agradezco lo que hiciste, Rio.
– Encantado de haberle sido útil, Anciano -contestó Rio-. Le agradezco las noticias sobre Drake. Era incapaz de acercarme a Joshua y nadie me daba información.
Rachael levantó la cabeza. Miró airadamente al anciano.
– ¿Quién dijo usted que era civilizado? -preguntó dulcemente.
– Hafelina -Había más amor que reprimenda en el cariñoso apelativo.
Gatita. Ahora lo sabía. Sabía como la llamaba. Empezaba a recordar el idoma olvidado de su infancia.
Elijah se sentó recto, con el ceño fruncido. Sacudió la cabeza, pero permanecio en silencio mientras el anciano entraba. Había una dignidad en él que exigía respeto.
– No la regañes por hablar sin pensar o por defenderte, Rio -dijo el anciano-. Es una mujer valerosa e íntegra. Ya no soy miembro del consejo, pero estoy obligado por nuestras leyes. Haré todo lo posible por cambiar el decreto, pero afrontaré el castigo por mis acciones. Lamento no haber tomado medidas hace tiempo en vez de esperar a que se presentara una crisis personal. Ordenaré que te den noticias de Drake inmediatamente. No te levantes, cambiaré en la veranda. Mi equipaje está allí -le sonrió a Rachael-. Me alegro de haber tenido la oportunidad de conocerte e intercambiar ideas -dirigió la mirada hacia Elijah-. Tu hermana le ha enseñado a un anciano que nunca es demasido tarde para enmendar los errores. Ya sabes el camino correcto.
Elijah agarró los brazos de la silla con fuerza, clavando las uñas profundamente.
– No hay salvación para lo que he hecho.
Delgrotto sonrió.
– Incluso el alto consejo puede equivocarse. ¿Quién puede medir el valor de un hombre, por su propio sentido de honor?
Elijah apartó la mirada de esos viejos ojos.
– Si no puedo perdonarme a mi mismo ¿Cómo voy a aceptar el perdón de los demás?
– Ningún consejo puede desestimar la petición de asilo, de refugio. Poco importa donde hayas nacido. Hay pocos cambia-formas de verdad en el mundo. No podemos permitirnos perder a ninguno -el anciano se perdió entre las sombras de la veranda, se deshizo de su ropa, guardándola con cuidado en la tradicional bolsa de cuero y se ató la correa al cuello antes de cambiar de forma.
Se hizo un largo silencio. Rachael suspiró.
– De verdad me gustaría odiar a ese hombre.
– Es un buen hombre -dijo Rio-. Hace bien en creer en las leyes que gobiernan a nuestra gente. No podemos ser juzgados por normas humanas y no podemos ir con nuestros problemas a la policía. Tenemos que proteger y vigilar a los nuestros.
– Ya veo lo que esta pasando aqui -dijo Elijah-. Solo un hombre que ha encontrado a su compañera se refiere a ella llamándola sestrilla o hafelina. No puedes quedarte con Rachael. Es imposible que puedas protegerla de Armando. No la he mantenido con vida durante todo este tiempo para permitir que muera en esta selva.
Su voz fue cortante y Rachael se estremeció visiblemente. Sin hacer caso de Elijah, le llevo un tazón de sopa de verduras y una taza de café a Rio.
– Tómatelo todo, lo necesitas -le animó-, y no me cuentes tonterías sobre tu precioso anciano. No es un mal hombre, pero no es tan juicioso como una mujer.
Elijah gimió.
– No discutas con ella en eso de que las mujeres son superiores a los hombres, no llegaremos a ninguna parte. Rachael, no puedes quedarte. Sé que sientes algo por este hombre, pero no puedes quedarte.
– Estoy enamorada de él, Elijah -confesó Rachael en voz baja, mirando a su hermano a los ojos mientras le entregaba un tazón de sopa.
– Maldición, Rachael.
Rachael resopló exasperada.
– ¿Por qué los hombres siempre me dicen eso? Parece que hago maldecir a todos los machos.
Pasó por delante de Elijah para sentarse en el brazo del sillón de Rio, rodeándole el cuello con los brazos. Tenía que tocarle; hundió los dedos en su pelo. Quería inspeccionar su cuerpo y asegurarse de que los arañazos no se habían infectado con la humedad del bosque. Tuvo que contentarse con acariciarle la nuca con los dedos.
Rio intercambió una mirada de entendimiento con Elijah.
– Te entiendo muy bien, también a mi me hace jurar -confirmó el comentario lanzando un gruñido cuando ella le tiró del pelo-. A propósito, soy Rio, Rio Santana.
– Entonces tu también tienes que ir a donde pueda protegerte. Tengo soldados. Mi casa es una fortaleza. Puedo manteneros a ambos a salvo. Vivo cerca de los Glades, de manera que podrás correr con total libertad cuando sientas la necesidad de hacerlo -Elijah miró a Rio, taladrándole con una mirada, mezcla de promesa de venganza y desafío.
– Puede que seas capaz de proteger a Rachael allí, pero yo puedo hacerlo igual o mejor aquí -contestó Rio suavemente. Echó la cabeza hacia atrás aceptando el masaje de sus dedos-. Antes de sigas insistiendo ¿se te ha ocurrido que puedes hacer algo diferente? ¿Algo inesperado? Tu tío te conoce. Te educó. Sabe como funciona tu mente. Pero no sabe como funciona la mía. Ni siquiera sabe que existo.
Rachael hocicó la coronilla de la cabeza de Rio con su barbilla. Sus pechos le acariciaron la mejilla, suaves, cálidos y seductores cuando estaba cansado hasta los huesos.
– Tienes que dormir, Rio. Puedo notar lo agotado que estás.
– Armando no vendrá a este lugar.
– Seguro que si, si la apuesta es lo bastante alta. Si cree que tiene alguna posibilidad de ganar de una vez por todas. No es difícil encontrar a alguien sobornándole para que suelte información vital. Tiene que tener a alguien en nómina, alguien que puede suministrarle información. Incluso pudieran ser algunos de los bandidos, les gusta estar en ambos bandos.
Rio tomo el resto de la sopa y puso el tazón sobre una mesita baja. Su mano buscó la de Rachael. Inmediatamente se llevó sus dedos a su boca. No dejó de mirar a Elijah todo el rato.
Elijah lo miró con los ojos entrecerrados.
– Piensas atraerlo con información sobre Rachael. Algo que le traerá hasta aquí para asegurarse de que el trabajo se hace bien. Querra saber que todo ha terminado. Querrá asegurarse de que está muerta y querrá que yo lo sepa.
Rio asintió.
– Hay bandidos río arriba y río abajo. Algunos son hombres decentes que intentan ganarse la vida. Hay una o dos tribus que estarián dispuestas a ayudarnos. Este es mi territorio, no el suyo. Se ha infiltrado en Sudamérica, dudo que haya pasado mucho tiempo aquí.
– Duncan conocía la disposición de la casa -dijo Rachael-. Alguien se lo dijo.
– No necesariamente. Delgrotto no sabía nada de Duncan. Como uno de los ancianos dijo, toda información de importancia se lleva al consejo. Un miembro de nuestra especie al que no conocieramos sería considerado algo muy importante. Dudo que Duncan tuviera contacto con alguien de mi gente. Era un cambia-forma y sabía que había cambia-formas poblando este área. Oyó a Thomas y a sus hombres, reunió información sobre mi equipo y adivinó que éramos cambia-formas. Como leopardo, le fue fácil encontrar nuestro olor y rastrearnos cosa que como hombre le resultaría imposible. Y lo que es más importante, Duncan no tuvo tiempo de entregarle esa información a Armando. Fue capturado por los bandidos y luego vino aquí curioseando, en busca de Rachael. En cambio se topó conmigo.
Elijah se frotó la mandíbula.
– De modo que tu idea es atraer a Armando hasta aquí.
– Rachael no va a volver. Es mi mujer. Conoces la leyenda, puedes llamarla mito si quieres, pero sé que si está conmigo el único modo de llevartela es por encima de mi cadaver.