– Queda un poco de postre de hoy a mediodía -dice mi hermana, empezando a juntar los platos.
– Yo junto -dijo, levantándome. -Vas a perderte el principio de la película.
– A ver -dice mi hermana y, dejando los platos en la pileta, va a espiar en el living la pantalla. -Falta todavía -dice, con una voz distraída que muestra que ya se ha dejado captar por las imágenes.
– No importa, junto igual -le digo mientras sigo levantando la mesa.
– Junto más tarde -dice, sin gran convicción, ya totalmente absorta por las imágenes y dispuesta a sentarse en su sillón.
– Ya trabajaste bastante -le digo.
Cuando he amontonado la vajilla sucia en la pileta y recogido, sacudido sobre la vajilla y doblado en cuatro el mantel, busco mi sobretodo en el living, interceptando durante una fracción de segundo el campo visual de mi hermana y, recogiendo el sobretodo y la carpeta amarilla, salgo al patiecito embaldosado de atrás y comienzo a subir las escaleras hacia mi cuarto de la terraza. La noche helada y negra parece deslizarse sobre la piel de mi cara y de mis manos, sin poder adherir todavía a causa del calor que traigo en reserva desde el interior caldeado, la noche es negra y helada sin luna, sin una sola estrella, y conúnicamente lo que creo ser "yo" que me representó, sin ninguna razón, como algo luminoso, encendido apenas en la oscuridad sin medida. Cuando llego a la punta de la escalera, despliego el sobretodo, que traigo doblado en el brazo, y lo coloco sobre mis hombros, sin abotonarlo, manteniéndolo cerrado a la altura del vientre con la misma mano con la que aferró la carpeta, cuya cartulina amarilla empieza a enfriarse un poco y, a causa de mi acostumbramiento gradual a la oscuridad, a relumbrar apagada.
Aparte de ese resplandor débil, el puesto móvil de observación envuelto en capas superpuestas de lana, no tiene, por el momento, en la negrura pareja, nada que observar, y se desplaza lento pero ágil en el espacio invisible aunque familiar.
Y ahora que me paro en medio de la terraza -de lo que calculo, después en numerosos pasajes sucesivos, que es más o menos el medio- el cuerpo mismo se disemina en la negrura, y no queda más que la luminosidad de la que ya no sé si es externa o interna flotando, procesión de imágenes, de tamaño, formas y duración diferentes, apariciones de esencia paradójica en un espacio-tiempo abolido y del que la sucesión es un modo entre muchos otros de manifestarse, su pertenencia al pasado una convención y su origen empírico una explicación demasiado pobre respecto de su complejidad -imágenes, palabras o meros estremecimientos incoloros, superposiciones rápidas de opuestos y rupturas de complementarios, paisajes bien dibujados y retratos de individuos y de multitudes, pero también, e incluso al mismo tiempo, manchas cambiantes de color, igual que fuegos artificiales, apagones bruscos, voces gárrulas y sin embargo silenciosas, universo flotante regido por leyes propias y más vasto que todos los otros, red fantasmal de neón multicolor encendiéndose y apagándose, muda y continua, sin otro orden que el de los torbellinos de la hoja seca en el viento frío del anochecer.
Me doy vuelta y, en la oscuridad, me encamino hacia mi cuarto; abro la puerta y, antes de entrar, enciendo la luz, el vapor de agua, como lo llaman, que sale de mi boca entreabierta, forma, al condensarse a causa del frío, unas nubecitas que la luz de la habitación vuelve visibles pero cuando entro, dejando la carpeta amarilla sobre el escritorio y el sobretodo en el respaldar del sillón, se desvanecen.
En la pieza helada y limpia los ruidos, ínfimos y fugaces si embargo -deslizamiento de la cartulina sobre la madera del escritorio, choque
apagado de la lana del sobretodo contra el respaldar del sillón, tintineo remoto de llaves y monedas en mi bolsillo, crujido del sillón, frote acolchado de mis pasos sobre las baldosas- se demoran un poco circulando por la dimensión inconmensurable que forman, en su entrelazamiento fluido, el acontecer, la percepción y el recuerdo.
Cuando me instalo ante el escritorio, después de haber enchufado la estufa a resistencia y de haber encendido un cigarrillo, la figura sobre la inscripción, en letras de imprenta,
BIZANCIO LIBROS,
adquiere sentido por primera vez: es una cabeza femenina, reproducida en tinta negra, en pequeños cuadraditos discontinuos que se agrupan imitando la disposición de un mosaico, y van formando los rasgos de la imagen -una cara de un par de centímetros en la que lo primero que sobresale son los grandes ojos ovalados que miran fijo un punto del espacio que está más allá de quien los contempla, de modo que a pesar del tamaño de las pupilas negras es imposible encontrar la mirada y a pesar de la insignificancia y del carácter sumario del dibujo es, por alguna razón difícil de precisar, el observador quien se siente, durante una fracción de segundo, traslúcido, inexis
Lo que Alfonso llamó en el bar la carpeta completa de Bizancio, o sea el rectángulo amarillo contiene una serie de impresos de formas variadas, que van del folleto multicolor en papel satinado plegado en cuatro a la simple fotocopia de una presentación hecha a máquina, pasando por el catálogo en papel biblia, el formulario impreso con la reproducción, en el ángulo superior izquierdo, del "mosaico" de la tapa -logotipo inequívoco de BIZANCIO LIBROS-, y la presentación mimeografiada. Los folletos más lujosos provienen, sin duda, de las editoriales españolas que Bizancio representa, pero un sello borroso, que adhiere mal al papel satinado, los personaliza gracias a la reproducción de la cara femenina de grandes ojos ovales, dibujada con cuadraditos discontinuos que se agrupan para sugerir un mosaico; algunos son meros angulitos rectos que insinúan el cuadrado sin representarlo por completo, y, a causa de la mala adherencia del sello, debida a la absorción escasa de papel satinado, la tinta está corrida. Uno de los folletos de lujo, plegado en cuatro, simula en su cara exterior la tapa de un libro en cuerina azul en el que está escrito, en la parte superior, en letras de imprenta doradas: A. J. Cronin, Obras escogidas, Tomo I, y en la parte inferior, en una faja roja bastante ancha, Grandes Escritores Ingleses. Desplegado, el folleto muestra los lomos de una serie de libros azules, igualmente decorados por las mismas letras doradas, bajo una presentación en letras negras Los maestros de la literatura inglesa en diez volúmenes. El asterisco en la palabra diez remite al pie de la hoja, donde en letras diminutas figura la aclaración: La compra de la colección completa da derecho a un descuento del 20% deducido de la última cuota. Entre la presentación y la nota al pie, hay una serie de textos de extensión diferente impresos en cursivas, derechas o negritas de tamaños variados.