el gobierno y si es empleando sutilezas de una publicación monográfica de nivel que, si pudiese, le daría su merecido algeneral Negri. Ellos tiran viva a gente en el océano, desde sus helicópteros, en plena noche, y yo voy a perder mi tiempo valiéndome de conceptos ponderados con el fin de mostrarles la vigencia crítica de la tradición nacional. De modo que ni un músculo de mi cara se mueve cuando la mirada de Alfonso, con las chispas de aflicción que persisten bajo su orgullo discreto, busca en mis ojos inmóviles una confirmación. Un giro breve, casi imperceptible de la cabeza calva y un estremecimiento suplementario de su bigote entrecano denotan un instante su perplejidad ante mi falta de reacción, pero en seguida, y no sin inclinarse un poco más hacia mí y echar una mirada furtiva a su alrededor para estar seguro de que nadie escucha desde las otras mesas, continúa: de esa revista él mismo como decía será el responsable legal y financiero y el sector rosarino del comité -quieren ampliarlo también con gente de la ciudad y con un par de representantes de Buenos Aires- ya se ha puesto más o menos de acuerdo sobre la persona que asumiría la secretaría de redacción: la simpática y talentosa y no por eso menos atractiva a decir verdad -y Alfonso extiende sonriendo la mano abierta hacia Vilma Lupo- señorita aquí presente.
– Ya le he dicho mil veces que señora. Por lo menos en otros tiempos -corrige Vilma devolviéndole la sonrisa.
– Pongamos señora -dice Alfonso.
El comité, en cambio, sigue diciendo Alfonso después de su digresión festiva, viene debatiendo desde hace semanas la identidad, más problemática, del posible director. Varios nombres fueron barajados y descartados; es verdad que en eso, según Alfonso, el comité se ha venido mostrando particularmente cauteloso, y exigente también ya que anhela -vocablo alfonsiano- que el candidato demuestre una serie de aptitudes intelectuales y morales difíciles de reunir en una sola persona- obviamente, su oposición total a la dictadura militar es condición, dice Alfonso, sine qua non, del mismo modo que una larga trayectoria intelectual, y un arraigo indiscutible en el terreno cultural regional, profiriendo una serie transitiva de rimas internas. Todo eso desde luego no basta; la internalización de la cultura y de los medios de comunicación, con la manipulación de la opinión que eso implica y la dependencia cultural de los países del tercer mundo que resulta de la situación, requieren la presencia de una persona de formación humanista universal, con una concepción moderna, amplia y actualizada de todos esos problemas. Una inteligencia crítica, vivaz, y una simpatía natural que hagan de su titular un comunicador eficaz. Alfonso dice que la cosa no fue fácil, pero que después de largas discusiones se fue perfilando -transcribo de modo textual- una convergencia.
– No me diga que han pensado en Súperman -digo.
Alfonso y Vilma lanzan al unísono una carcajada, mirándose a los ojos durante un momento y mandándose, en el vaivén de la mirada, ondas rápidas y poco discretas de sobreentendidos.
– Tibio, tibio -dice Vilma.
– La verdad, no caigo -le digo.
Adopto una pose pensativa frunciendo el entrecejo, abriendo un poco los ojos, sacudiendo despacio la cabeza y mirando a los costados, igual que si buscara a mi alrededor, sin resultado, la solución del enigma, bajo la sonrisa expectante, desde detrás del humo de sus cigarrillos, de Vilma y Alfonso.
– Me doy por vencido -dijo, suspirando.
– Usted, maestro. Usted. Por aclamación -dice Alfonso. -
El nombre de Carlos Tomatis despertó el entusiasmo de todas las tendencias y obtuvo inmediatamente la unanimidad.
– Yo sabía que los rosarinos tienen un gusto excesivo por las bromas
pesadas -dijo-, pero nunca pensé que podrían llegar tan lejos.
Viéndolos reírse, comprendo que, por más que me esfuerce, ninguna de mis actitudes desdeñosas y cortantes, ligeramente paródicas a decir verdad, les parecerá un rechazo verídico, ya que me cristalizan en la imagen de un hombre ingenioso, con un sentido del humor un poco cínico, que afecta todo el tiempo una insolencia calculada, pero que en realidad "tiene un corazón de oro" y que, a pesar de su ironía prescindente y superficial, es en el fondo "consciente de sus responsabilidades y capaz de asumirlas sin vacilar". Nada de lo que haga de ahora en adelante va a sacarme de ese diseño y todo desvío o contradicción respecto de él será sin duda considerado por ellos como una confirmación indirecta, un modo de perfeccionar mi arquetipo con indicios cuya excepcionalidad será para ellos una prueba suplementaria de pertinencia. Contra la parte exterior de lo sin fondo, pegan una figurita coloreada que presenta una mueca fija, lo bastante ambigua como para que, desde cualquier ángulo que se la observe, da siempre la ilusión de un significado; una lápida bien pulida en la que parece estar grabada una inscripción clara y llena de sentido, pero a la que bastaría dar vuelta con el pie para comprobar cómo, arracimados en el reverso, hierven en agitación ciega, enloquecidos, los gusanos.
– De todos modos, no está obligado a responder en seguida. Le dejamos unos meses de reflexión -dice Alfonso.
– Si rechazo su oferta -le digo- va a pensar que no quiero comprometerme. Me pone en situación difícil. Si quiere que le sea franco, me interesa tanto dirigir una revista literaria, y discúlpeme señora, como que me retuerzan los testículos. Pero no puedo decirle que no. En todo caso, llegado el momento veremos.
– Comprendemos su posición -dice Alfonso.
– Debo decirle que su artículo contra Walter Bueno fue un elemento determinante en la decisión del comité.
– ¿Una cosa relativa a Walter Bueno puede ser determinante de algo? Primera noticia -digo.
– Su artículo expresaba el sentimiento de muchos-dice Alfonso.
– Fíjese.
Y metiendo la mano en el bolsillo de su campera, con rapidez brusca y un poco inhábil, igual que si, habiendo estado buscando desde un buen rato antes la oportunidad de hacerlo, hubiese aprovechado de un modo furtivo y vergonzante el primer pretexto, demasiado vago como para garantizar la espontaneidad de su gesto, saca un ejemplar ajado en la tapa y en lomo y ennegrecido en los bordes de una de las innumerables ediciones de bolsillo de La brisa en el trigo. Cuando estiro la mano para agarrarlo, ya que Alfonso me lo extiende con energía casi perentoria, noto que en las mejillas pálidas de Vilma aparecen, de golpe, dos manchitas de rubor, accidente del que, me doy cuenta ahora, la creía al abrigo, y la semisonrisa constante con que había venido siguiendo la conversación se esfuma, dejando en su lugar una expresión grave, expectante, un poco en suspenso, una curiosidad preocupada y soñadora podría decirse, muy semejante quizás a la que, sin darse cuenta, debe mostrar el chico de cuatro años cuando, fascinado, se pregunta si su hermanito de dos, que lo va acercando lentamente, va o no a meter el tenedor en el enchufe. Alfonso no parece notar nada, removiéndose un poco en su silla, entre la duda y la ofuscación.
– Usted lo ha demolido desde el punto de vista literario -dice. -Yo pongo en evidencia una por una todas sus inexactitudes. Desgraciadamente, no tengo el talento suyo para escribir un artículo.
Un poco abrumado por la vivacidad súbita de Alfonso y, con la intención de inducirlo a callarse simulando concentrarme, abro el libro en la portada bajo el nombre del autor y en el título, LA BRISA EN EL TRIGO, en grandes letras de imprenta, la palabra, TRIGO está inscripta en un óvalo verde que se prolonga hacia abajo en una flecha, bajo cuya punta la frase aparece escrita con la misma birome verde, en letras de imprenta irregulares, trazadas sin duda a toda velocidad y encerradas por un triple signo de admiración.
Algo turbio, obsceno, ligeramente demencial emana de los trazos, de obnubilación o furor, que me estremece un poco y sobre todo me avergüenza, a tal punto que no me atrevo a alzar la vista para no toparme con la mirada de Vilma y Alfonso, de modo que, para ganar tiempo, y tratando de mantener la más perfecta impasibilidad, simulo un interés convencional y bien educado, y me pongo a hojear el libro.
Las hojas que van deslizándose bajo mi pulgar permiten ver que, por encima del texto impreso y en los márgenes, a cada página, sin ninguna excepción, rayas, llaves, círculos, óvalos, hechos con biromes de diferentes colores cubren casi todo el espacio blanco que dejan las letras de imprenta y que si la frase verde de la portada me ha dado la impresión de haber sido hecha con violencia repentina, los signos que se acumulan en cada página parecen aplicados, metódicos, hechos con una escritura diminuta pero clara y legible, con subrayados de varios colores -una paciencia razonada para señalar, sin dejar pasar ninguno, todos los errores del libro, con un trabajo minucioso que debió insumir meses y que, justamente a causa de esa minucia, delata la apuesta descabellada de quien lo emprendió, ya que la insignificancia del libro entero, su inexistencia en tanto que literatura, define la tarea de ponerse a refutar sus detalles como mero delirio. Que me cuelguen si tengo ganas de leer las anotaciones que sin embargo, a pesar de la pequeñez de la escritura, son claras y fáciles de comprender, aunque a veces se acumulan tanto en el margen que únicamente gracias a los diferentes colores pueden ser individualizadas, pero que me cuelguen más alto todavía o me la corten en rebanadas si, por el contrario, me gustaría encontrar ahora la mirada de Vilma y sobre todo la de Alfonso. Pero cuando después de diferir el movimiento de cabeza que me topará con ellas, simulando estudiar con atención las anotaciones, cierro por fin el libro y alzo la vista, descubro, no sin cierta satisfacción, que el dispositivo Vilma/Alfonso se ha puesto otra vez en funcionamiento, reactivando los signos de inteligencia que me excluyen, las sonrisas llenas de sobreentendidos, las formas exteriores del complot del que pretenden ser los artífices cuando yo apostaría que son las víctimas, y mi alivio perdura a pesar de que, de una manera indiscreta, casi ostentosa, la mirada que intercambian, si pudiera traducirse en palabras significaría más o menos Nos dio trabajo pero ya logramos meter al león en la jaula así que ahora podemos ir a fumar tranquilamente un cigarrillo a la sombra esperando que se calme.
Me quedo inmóvil, con el libro cerrado en la mano, confiando en que, dentro de algunos segundos, Vilma y Alfonso van a desmantelar el dispositivo que ponen en funcionamiento cada vez que estoy en su presencia, pero antes de que eso suceda son ellos los que, casi sin transición, se vuelven a la vez nítidos y remotos, en tanto que lo que era "yo", con sensaciones, imágenes, recuerdos, después de flotar unos instantes en una especie de inconsciencia, desaparece dando paso a laexterioridad bien definida del bar del hotel, con cada uno de los ruidos que se superponen y que resuenan para nadie, paradójicos, puesto que son percibidos, porque no basta que resuenen y que sean percibidos si la duda de ser "yo" quien los percibe continúa, y no bastan, por incontrovertibles que parezcan, para probar, sin contradicción posible, mi presencia. "Yo" pareciera haber traspuesto ya la entrada embanderada, pasando junto al "portero negro", olvidando sobre la silla un envoltorio de sí mismo lo bastante independiente y aéreo como para que, volviendo desde el mediodía oscuro a atravesar la entrada embanderada a instalarse otra vez dentro de su envoltorio, "yo" deba alzar la mano y tocarse la mejilla para asegurarse de que lo ha recuperado. Ahora Vilma y Alfonso, que me habían parecido nítidos y remotos, se han vuelto cercanos pero turbios nuevamente y, desmantelando por completo el dispositivo, me encaran sonriendo otra vez.