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Gracias a que el principio de capítulo desplaza hasta casi la mitad de la página el comienzo del texto impreso, Alfonso disponía de un espacio blanco mucho más amplio en el margen superior, lo que le ha permitido exponer a sus anchas, con su escritura firme y legible y sus frases rectas que parecen asentadas sobre renglones invisibles, su ristra metódica de objeciones:

"La máquina a vapor aparece durante la Revolución Industrial, los primeros ferrocarriles hacia 1830; ¿acaso eso nos autoriza a calificar de inmemorial la costumbre de ir a la estación a ver pasar los trenes? En lo tocante al pueblo de marras, cualquiera de sus habitantes sabe que es el tren de las cuatro el que viene desde Rosario y no el de las dos, y que el paseo en la estación, que tanta ironía despreciativa parece despertar en el autor, y que es una simpática costumbre en los pueblos de la llanura, se realiza cuando pasa el tren de las siete proveniente de Rosario, por haber terminado ya los habitantes sus actividades cotidianas, a más de los fines utilitarios del mencionado paseo, tales como la recepción de comisionistas, diarios y todo tipo de publicaciones, o bienvenida a algún familiar que ha pasado el día en la gran ciudad habiendo tomado el tren de las 8 y 35 de la mañana para dirigirse a ella. Cabe preguntarse también cómo estos supuestos adúlteros, maestros ambos, podían ausentarse de la escuela sin que nadie notase su ausencia, ya que en todos los establecimientos de la provincia el turno de tarde comienza exactamente a las 13-30". Diez páginas más adelante, una frase que ocupa varias líneas está subrayada de verde en los primeros dos renglones y de rojo en los últimos: "Al crepúsculo, el canto de una torcaza nos sacó de nuestro adormecimiento voluptuoso, haciéndonos removernos un poco bajo las frazadas, pero cuando le advertí que pronto anochecería (fin del subrayado verde y comienzo del rojo) Alba apretó todavía más contra el mío su cuerpo caliente y húmedo, en uno de esos arrebatos de sensualidad tan característicos en ella, y durante los cuales sus deseos desbordantes la hacían perder toda noción de realidad, hasta tal punto que si yo no hubiese estado a su lado para impedírselo hubiese sido capaz de cometer las más descabelladas imprudencias".

Una flecha envía hacia el margen superior, donde está escrito el comentario al miembro de frase subrayado de verde:

"La torcaza no canta sino que arrulla; nunca lo hace al anochecer sino en las horas más cálidas de la mañana y principios de la tarde, en general en primavera y verano. La frazada, que ubica la escena en invierno, agrava el anacronismo".

Las líneas subrayadas en rojo están agrupadas por una llave vertical que se abre sobre el margen derecho, indicando una anotación escrita lateralmente, de modo que tengo que hacer girar el libro para leerla:

"Ignorancia crasa de la psicología femenina. Varios autores han señalado la frigidez natural de la mujer, salvo en casos comprobados de alienación mental, y su tendencia a sublimar los impulsos eróticos transformándolos en instinto materno y creatividad artesanal. Cf. el adagio latino: calidissima mulier frigidior est frigidissimo viro".

En el capítulo siguiente, la frecuencia de las frases subrayadas de rojo aumenta hasta desplazar casi por completo las de otros colores, y su proliferación es tan grande que hacia el final del capítulo dos páginas enteras están, no ya subrayadas, sino directamente enmarcadas en un rectángulo rojo tan regular que es evidente que Alfonso se ha valido de una regla para trazarlo. Los grafismos negros de los comentarios marginales, firmes y prolijos, no disminuyen en nada la impresión He trabajo limpio, aplicado, geométrico, por no decir decorativo, que sugiere el conjunto. Las frases manuscritas, sin errores ni abreviaturas, sin una sola palabra tachada, así como la precisión milimétrica de los subrayados, también trazados con regla, demuestran que Alfonso ha debido pasar meses enteros anotando el texto, haciendo probablemente primero los comentarios en borrador, y pasándolos después en limpio con laboriosidad puntillosa en los márgenes blancos del libro. Hasta los signos de admiración y de pregunta, que puestos en los márgenes traducen en general las emociones súbitas y esporádicas que va produciendo la lectura, parecen dibujados con lentitud y premeditación a los costados del texto. Los subrayados que cambian de color en medio de una frase, o que van alternando, durante páginas y páginas, hasta que un color empieza a predominar o a desaparecer durante una buena porción del texto, también denotan un trabajo metódico y racional y me hacen sospechar que a cada color debe corresponder algún aspecto específico del libro, línea temática, problemas de representación, o cualquier otro dislate analítico establecido por las distinciones obsecadas del comentarista. El predominio del rojo en las dos páginas enmarcadas con un solo rectángulo que tengo a la vista, me permitiría sin duda verificarlo, pero como la perspectiva de leer dos páginas enteras de La brisa en el trigo me desalienta de antemano, opto por volver hacia atrás, donde comienza a insinuarse la proliferación roja, y elijo, entre las frases subrayadas, una de las más cortas:

Entrando en la habitación, descalza, cubierta únicamente con la salida de baño, retorciéndose los cabellos mojados con una toalla, Alba se sentó en el borde de la cama y simulando repararen mi presencia por primera vez, realizó unos cómicos gestos de exagerado pudor".

Comentario: "Jovialidad que no condice con las supuestas tendencias depresivas del personaje. Contradicción de fondo en todo el relato". En la página siguiente, nuevos subrayados rojos: "Alba dejó caer la toalla en el suelo y, desembarazándose de la salida de baño, la tiró ante sus pies, pisoteándola con obstinación distraída, quizás para secárselos antes de entrar en la cama". Objeción alfonsiana: "Luego de habernos pintado a Alba como una mujer un poco tímida, pero de gestos mesurados y elegante y cuidadosa en el vestir, nos la muestra en flagrante delito de negligencia y vulgaridad". Dos páginas más adelante, dos líneas subrayadas de azul, resaltan entre tantas horizontales rojas: "El retrato de Antonio, con su eterna sonrisa un poco obtusa, contemplaba nuestros cuerpos desnudos desde la mesa de luz". Apostilla moralizante de Alfonso: "El mismo que en los primeros capítulos le brindara su hospitalidad, prestándole incluso dinero en varias oportunidades, ante la demora ministerial para el pago de sus primeros meses de sueldo". Una frase, la única quizás de todo el capítulo, tiene para el comentarista suficiente importancia como para merecer un subrayado doble, único rasgo que delata cierta vehemencia, porque las paralelas rojas que se prolongan durante varios renglones tienen el trazado limpio y milimétrico de un diseño industriaclass="underline" "Los labios ávidos de Alba recorrían mi cuerpo expectante y tenso; entreabiertos, iban dejando sobre mi piel un rastro de saliva, como si una babosa caliente y húmeda estuviese arrastrándose por ella; a veces se detenían un instante en la dureza de los músculos, pero después continuaban su deslizamiento frenético, en busca quizás de la turgencia más exuberante que terminaron por encontrar, aferrándose a ella en un tumulto de dientes, lengua, mucosa y cabellos". La brevedad del comentario contrasta con la importancia del doble subrayado, pero su tono apodíctico, al que se suma la coda irónica, la justifican: "Las prácticas sexuales aberrantes son poco frecuentes en la mujer argentina. ¿Al señor le habrá tocado la mosca blanca?

Analizándolas a lo largo del texto, puede verificarse con facilidad que las distinciones cromáticas de los subrayados de Alfonso obedecen a un plan: el verde y el rojo, que son los más abundantes, corresponden respectivamente a los elementos de ambientación realista, fauna, flora, lugares, costumbres, personajes secundarios (verde), y a los elementos relativos a la heroína, Alba más los detalles de la relación amorosa con el narrador, Wilfredo (rojo). Los subrayados azules, un poco menos frecuentes que los dos primeros, señalan todo lo referente a Antonio, el marido de Alba, no únicamente en cuanto a sus rasgos psicológicos, sino también a su trabajo, su vestimenta, su actitud en tal o cual situación de la trama. Por ejemplo, en una escena en que el trío viaja una noche en auto a Rosario, con un personaje secundario que los acompaña, Alfonso se indigna contra el autor porque describe a Antonio y al personaje secundario sentados adelante y a Alba y Wilfredo juntos en el asiento de atrás, aprovechando la oscuridad del coche para acariciarse subrepticiamente durante todo el viaje, mientras simulan participar en la conversación. La indignación de Alfonso no es de tipo moral, sino lógico: "Siendo el cuarto personaje femenino, lo lógico sería que ocupara el asiento trasero en compañía de la esposa del conductor, ocupando su lugar habitual el invitado masculino o viceversa". A diferencia del verde y del rojo, que varias veces merecen la aplicación del subrayado doble, el azul recurre a esa vehemencia una sola vez en todo el libro: "Alba me contó que desde la noche misma de su casamiento, había comprendido que la vida en compañía de su marido sería monótona y sin sentido. Antonio era un hombre sin grandes defectos, pero sin ningún atributo excepcional tampoco; un mediocre en suma. A decir verdad, ella no tenía ningún reproche que hacerle, aparte de su esterilidad de la que el pobre, al fin de cuentas, no era responsable, pero al cabo de cieno tiempo, su sola presencia, le resultaba insoportable. Alba agradecía al cielo que la profesión de Antonio lo obligara a estar la mayor parte del tiempo ausente del pueblo. Su obsecuencia perruna, su incapacidad de ver la realidad, la autosatisfacción pueril que le otorgaba su relativa fortuna la desesperaban. Sus relaciones físicas habían cesado después del primer año de casados, lo que era un consuelo para Alba y, según ella, también un alivio para su marido, en quien sospechaba ciertas rarezas constitutivas que le impedían una vida conyugal normal. Y lo que más parecía irritar a Alba de la conducta de Antonio, era la obstinación de éste último por querer conservar ante los demás las apariencias de un matrimonio perfecto". Además del doble subrayado azul, varios signos de admiración negros y derechos como bastones acompañan lateralmente el párrafo, mientras que en el margen opuesto se despliega la caligrafía diminuta, regular y serena del comentario: "Nuestro Donjuán de pacotilla carga las tintas: ¿no nos había dicho en la página 41 que el personaje femenino era sumamente discreto acerca de su vida conyugal? En cuanto a las supuestas rarezas constitutivas, cabe preguntarse cómo permitieron que durante el primer año se concretara satisfactoriamente el himeneo. Aquí lo que parecería ser constitutivo son las incoherencias y arbitrariedades del autor".