— Eh, se diría que has estado metido en algún asunto sucio — intervino el borracho pelado.
— Peor — musitó lúgubremente el propietario de la cara bermeja, acercándose al grupo—. Me llamo Rob Day. Quizá hayan oído ese nombre. He salido una vez en el cine.
— No, nunca lo he oído — dijo el intelectual.
— No tiene importancia. Ahora ya no me fío ni en sueños de las máquinas electrónicas.
Rob Day, con profundo descorazonamiento, sorbió su Whisky.
— Cuéntanos algo, cómo ellos te han… — se interesó el tipo de las gafas oscuras.
— Existe en nuestro bendito país una empresa industrial que hace publicidad de máquinas electrónicas para uso privado e individual. Se trata, por así decirlo, de máquinas caseras, cuya obligación es hacernos menos pesada la vida. En un domingo lleno de sol se lee el periódico: «Querido señor, si precisa la compañía de un buen interlocutor, si se halla solo y necesita una compañera y si le sirve un buen consejo para enderezar sus negocios tambaleantes, escríbanos. Los hermanos Crooks y su personal de expertos ingenieros le ofrecen sus servicios. Díganos sus necesidades y nosotros le proporcionaremos una máquina electrónica que piensa, capaz de llenar cualquier hueco de su vida particular. A buen precio, segura y con garantía. Esperamos su pedido. Con nuestra mejor estima, Hermanos Crooks y Co.» Cuando leí este anuncio, tenía algo de dinero, suficiente para que un joven soltero pudiese llevar una existencia decorosa. Y de pronto me puse a reflexionar. La máquina electrónica te elige la esposa. La máquina elige al gobernador. La máquina atrapa a los ladrones. La máquina redacta guiones cinematográficos. Todos hablan de lo mismo: esto lo ha hecho la máquina electrónica, aquello ha sido posible gracias a la máquina electrónica, esto sólo lo podrá hacer la máquina electrónica. En resumen, la máquina electrónica es algo parecido a la lámpara de Aladino de Las mil y una noches. Bajo la sugestión de estas ideas, decidí dirigirme a los hermanos Crooks a fin de encargarles algo para mi propio uso. Mis necesidades eran limitadas y muy simples: una máquina electrónica que pueda darme consejos en operaciones financieras. Quiero hacerme rico. Punto. ¿Qué les parece? Un mes más tarde se detuvo frente a mi casa, en la calle 95, un camión con una caja enorme que contenía algo parecido a un piano vertical. Entraron dos tipos en mi casa.
«— ¿Vive aquí Rob Day?
— Sí, yo soy.
«— Por favor, ¿dónde la podemos dejar?
«Acompañé a los muchachos a mi casa, donde instalaron la máquina.
«— ¿Cuánto cuesta? — pregunté.
«— Diez mil dólares.
«— ¿Están locos? — grité.
«— No, señor. Es su precio. Pero el dinero no lo queremos ahora. Sólo pagará cuando se haya convencido de que la máquina funciona a plena satisfacción.
«— ¡Diablos! Entonces que se quede… Enséñenme ahora el modo de usarla.
«— Es muy sencillo, señor. Además de los esquemas analíticos, se han instalado en esta máquina cuatro radiorreceptores y un televisor. Estos aparatos escucharán todas las transmisiones durante las veinticuatro horas del día, Deberá introducir cada día, en la ranura alargada debajo del pupitre, tres diarios por lo menos. La máquina le prestará asesoramiento financiero sobre la base de un delicado análisis de todas las informaciones de la situación económica y política del país.
«— Muy bien. ¿Y las operaciones financieras? — pregunté.
«— Durante una semana, la máquina analizará toda la información. Luego podrá usted ponerse a trabajar. Observe este teclado con números. Sólo tiene cinco registros. El más alto corresponde a los centenares de millares de dólares; el de abajo, a las decenas, y así sucesivamente. Supongamos que desee usted invertir cinco mil dólares. Marca usted este número en el teclado y con el pie aprieta el pedal. Por la ranura de la derecha saldrá una tira de papel con el consejo impreso sobre cómo emplear la suma indicada para obtener el máximo beneficio.
«Como pueden ver, nada más sencillo. Los muchachos prepararon y montaron la máquina CE modelo número 1, pusieron el enchufe en la toma de corriente y se marcharon.
— ¿Y qué es CE? — preguntó alguien.
— Quiere decir consejero electrónico. Confieso que esperé con impaciencia a que terminara la semana. Metía diariamente los tres periódicos en el teclado, escuchaba, maravillado, el ruido del papel en el interior, observando luego cómo los periódicos salían proyectados por detrás, completamente revueltos. La bestia se los leía de cabo a rabo. En su interior se oía un murmullo semejante al de una colmena. Por fin llegó el día suspirado, en el que mi consejero habría asimilado los informes necesarios. Me acerqué al teclado, pensando qué podría hacer. Como no soy tan estúpido como para invertir de golpe una fuerte suma, pulsé tímidamente la tecla que marcaba «un dólar». Luego apoyé el pie sobre el papel…
«No tuve tiempo de reaccionar, pues ya salía por la ranura lateral una cinta telegráfica con la siguiente frase: «A las siete de la tarde, en la esquina de la calle 95con la calle 31, en el bar Universo, invitar una cerveza a Jack Linder.»
«Así lo hice. No sabía quién era Jack Linder. Pero cuando entré en el bar, sólo oí hablar de éclass="underline" «Jack Linder es afortunado. Jack Linder es un muchacho de corazón. Jack Linder tiene un corazón de oro.» Un minuto después sabía ya el motivo de toda esta adulación. Jack Linder había heredado de un cierto pariente australiano. Estaba de pie, apoyado en el mostrador con una sonrisa satisfecha. Me acerqué a él y le dije:
«— Señor, permítame que le invite a una jarra de cerveza.
«Y sin esperar la contestación, le puse delante una jarra de un dólar.
«La reacción de Jack Linder fue pasmosa. Me abrazó, me besó en ambas mejillas, y metiéndome un billete de cinco dólares en el bolsillo, declaró, con toda seriedad: «—Por fin he encontrado entre esta pandilla de friega platos un hombre de bien. Toma, hermano, toma, no hagas cumplidos. Te lo doy por tu buen corazón.
«Dejé el bar Universo con lágrimas de emoción, muy complacido por la inteligencia de aquella bestia CE, modelo número 1.
«Después de esta primera operación, mi fe en la máquina creció notablemente. A la vez siguiente, marqué diez dólares. La máquina me aconsejó que comprase cinco paraguas y que fuese a un usurero, cuya dirección me dio. Aquellos paraguas me fueron arrancados de las manos por la mujer del usurero, la cual me pagó veinte dólares. En su apartamento, en el terrado, habían estallado las tuberías de agua y el municipio se había negado a repararlas porque los inquilinos no habían pagado el alquiler.
Transformé luego ciento cincuenta dólares en cuatrocientos de la manera siguiente: La máquina me había ordenado que fuese a la Estación Central y que me tumbase sobre las vías delante del rápido con destino a Chicago. Estuve un buen rato indeciso antes de decidirme a dar este paso. A pesar de todo, fui y me tumbé. No es una sensación muy agradable el notar sobre la cabeza el rombo de la locomotora eléctrica. Se oyeron dos toques de campana, el tren dio la señal, pero yo permanecí tendido. Llegó un agente corriendo.
«— ¡Levántate, vagabundo! ¿Qué haces aquí?
«Yo seguía inmóvil, mientras mi corazón palpitaba como si quisiera salírseme del pecho. Empezaron a tirar de mí, pero yo me resistía. Me dieron patadas, mientras me agarraba con las manos a los carriles.
«— ¡Sacad fuera de la vía a este cretino! — gritó el maquinista.
— ¡Por su culpa, el tren lleva ya un retraso de cinco minutos!
Muchas personas se me echaron encima a la vez y me llevaron en vilo a la comisaría de la estación. El enjuto guardia me puso una multa de ciento cincuenta dólares exactamente.