Efremov es paleontólogo. La paleontología es una disciplina científica que, con frecuencia, proporciona excelentes autores a la ciencia-ficción. Por ejemplo, el mejor autor del género en Francia, Francis Carsac, es también paleontólogo y antropólogo. La obra de Efremov es considerable. Un relato suyo, El camino de diamantes, publicado en 1941, ha provocado búsquedas y expediciones científicas que han conducido al descubrimiento de inmensos yacimientos de diamantes en Siberia. Esta ha sido una de sus mejores anticipaciones. Una de las colecciones de narraciones de Efremov, Relatos de ciencia-ficción, ha sido traducida a veintitrés lenguas, incluido el japonés. Pero los títulos de Efremov, para el puesto de grande de la ciencia-ficción rusa (y, de paso, de la literatura soviética contemporánea) reposan sobre tres obras: Naves de estrellas, La nebulosa de Andrómeda y El corazón de la serpiente. La nebulosa de Andrómeda es una novela; las otras dos constituyen largas narraciones. Las «naves de estrellas» de que habla Efremov no son astronaves, sino galaxias. La astronomía moderna demuestra que las galaxias, las vías lácteas, sólo son un gas, y que se mueven y, a veces, se acercan unas a otras. Efremov imagina que hace millones de años una galaxia había atravesado la nuestra. Tales colisiones se producen realmente y constituyen una de las fuentes de los rayos electromagnéticos celestes. Efremov supone que, en el momento de una de estas colisiones, una estrella se acercó a nuestro Sol, hecho suficiente para producir una relación entre ambos sistemas. Seres inteligentes de otra galaxia descendieron así a una Tierra de la que el hombre aún estaba ausente, mataron a algún dinosaurio y dejaron su imagen incisa en una plancha de metal sensible a las radiaciones nucleares. Esta plancha será descubierta y estudiada por dos científicos de nuestra época, y así sabrá el hombre — con absoluta certeza— que no se halla solo en el universo. Esta será la prueba de que otras mentes, otras inteligencias, existen en el gran cielo estrellado. El relato es una de las obras maestras del realismo fantástico. Su posibilidad es perfecta, y abre, incluso, otros horizontes absolutamente inéditos. Cualquiera que lo haya leído una vez verá, desde entonces, el universo con un aspecto nuevo.
La nebulosa de Andrómeda es una obra larga e infinitamente más ambiciosa que Naves de estrellas. Ha sido violentamente atacada por una parte de la Prensa soviética y, de modo particular, por el influyente Periódico Industrial y Económico. El motivo es que se trata de una novela desarrollada en un futuro tan lejano, que nuestros actuales conceptos políticos y los nombres de los grandes hombres de nuestra época ya han sido olvidados. Nadie se acuerda ya de Kruschev, ni de Marx, ni de Lenin. Pero los nombres de los dioses griegos están siempre presentes en los labios y en la memoria de los hombres, porque la belleza y el ideal son inmortales. En este mundo futuro, el hombre ya no está solo. La televisión interestelar le pone en contacto con otros planetas, habitados por seres que son superiores a él. Poco después de la publicación de La nebulosa de Andrómeda, los americanos pusieron en práctica un proyecto destinado precisamente a realizar un enlace radiofónico interestelar. He aquí cómo, una vez más, la ciencia-ficción ha triunfado sobre sus detractores.
Efremov describe minuciosamente este mundo futuro. Las ciencias: unas matemáticas sin paradojas; una física dialéctica, una biología que ya ha resuelto los secretos de la vida. Las técnicas: aeronaves que se alimentan de una propulsión proporcionada por una materia en la que las relaciones mesónicas han sido eliminadas, y que permiten viajes a las estrellas; máquinas casi inteligentes; la síntesis de los alimentos. La vida cotidiana de estos hombres y de estas mujeres libres está descargada de las preocupaciones que pesan sobre nosotros, pero no siempre son felices. La nebulosa de Andrómeda, la galaxia más próxima a la nuestra, domina el libro, conjunto de meta y símbolo. Los personajes intentan abolir las barreras del espacio y del tiempo, a fin de abrir en el cosmos una puerta que conduzca directamente a la nebulosa de Andrómeda. Al fin lo conseguirán, pero al precio de una catástrofe.
El corazón de una serpiente es la continuación de La nebulosa de Andrómeda. Los hombres han aprendido a abrir las puertas en el espacio y en el tiempo y sus astronaves penetran en el espacio a millones de años- luz de nuestro Sol. En el corazón de la constelación de la Serpiente, una de estas astronaves encuentra un navío de los grandes galácticos, seres cuya existencia había sido revelada por comunicaciones de radio y que son superiores al hombre, de la misma forma que el hombre es superior al animal. En una bellísima página del libro, los terrestres deciden, finalmente, ponerse en contacto con los grandes galácticos:
«En nuestros viajes a través del espacio nunca hemos matado, ni saqueado, ni colonizado. Nos presentamos ante las otras inteligencias con las manos limpias.»
El contacto se produce, y los hombres ven finalmente, cara a cara, a los grandes galácticos. Pero es necesario que el encuentro tenga lugar a través de una barrera de plástico transparente, pues aunque los grandes galácticos tienen forma humana, su carne está formada de moléculas a base de flúor, y al contacto de su aliento todos los objetos de nuestro mundo correrían el peligro de incendiarse. A pesar de todo, aun a través de esta barrera, se logra establecer contacto espiritual. Los grandes galácticos entregan a los hombres un plano tridimensional, en el que están indicados todos los planetas dotados de oxígeno, habitables para el hombre, con el símbolo universal de este elemento: un núcleo, ocho electrones. En lo sucesivo, la expansión de los hombres en el universo ya no se hará desordenadamente.
Estos tres relatos se hallan muy por encima del nivel internacional de la ciencia-ficción. Están escritos por un adulto para lectores adultos. Son obras nobles en toda la acepción del término.
Efremov es el mejor, pero no el único escritor de ciencia-ficción que presenta a la vez una producción copiosa y de calidad. Si tuviese que indicar al número dos de la clasificación, pensaría inmediatamente en mi amigo Alexandr Kazancev.
Kazancev es, en realidad, más conocido en el mundo del ajedrez que en el de la ciencia-ficción. Los variados problemas ajedrecísticos que ha compuesto le han valido una fama mundial. Y su obra literaria revela que ha sido ideada por un jugador de ajedrez. Las intrigas de las novelas de Kazancev — La isla en llamas, Un sueño ártico, El puente, etc. — son siempre extremadamente complicadas. A mi entender, les perjudica el exceso de complicación. Kazancev da lo mejor de sí mismo con tramas más sencillas. Por ejemplo, su reciente novela, Una carretera en la Luna. Pero en sus obras aparecen también dos características típicas de su autor: el valor y la generosidad. El héroe de El puente crea una asociación para la amistad ruso-americana en un momento político desfavorable, y esto le procura los peores males, Recordaré siempre una frase que Kazancev me dijo durante una discusión que tuvimos en París no hace mucho tiempo. Le rogaba que se convenciera de que entre nosotros había ya hombres del mañana, cuando me contestó: