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En efecto, si se encontraban con frecuencia restos fósiles de animales era porque habían existido miles de millones de ejemplares en la superficie de la Tierra y muchos de sus despojos se habían hallado en condiciones que favorecían su conservación y fosilización. Pero los seres extraterrestres no podían ser muchos. Pero en algún lugar se conservarían huellas suyas; descubrirlas entre las grandes masas de depósitos sedimentarios, entre miles de kilómetros cúbicos de roca, sólo resultaría posible al precio de excavaciones colosales. Se precisaban miles de hombres para examinar millones de metros cúbicos de roca, centenares de potentes excavadoras para remover los estratos de tierras superficiales. ¡Una quimera! Ningún país del mundo, por rico que fuese, invertiría miles de millones de rublos en excavaciones de semejante magnitud. Una excavación normal, aunque fuera importante, aunque hubiese dejado al desnudo un área de trescientos o cuatrocientos metros cuadrados, sólo sería una gota de agua en el mar, una bagatela comparada con la misión impuesta. ¿Y las probabilidades? ¡Cero!

La verdad desnuda y despiadada le obligó a inclinar la cabeza. Sus tentativas le parecieron ridículas; sus proyectos, desesperados.

Satrov tenía razón, toda la razón al considerar, con su límpida mente, absolutamente inadecuados los medios a su disposición.

— ¡Qué pena! — Se dijo amargamente Davydov—. Será imposible conseguirlo… ¿Pero qué otra cosa se podía hacer? A propósito…, la carta de Korpacenko. Aún no la he leído.

El profesor sacó de su cartera la carta del conocido geólogo de la Academia de Ciencias del Kazachstán. Este informaba al Instituto de que, durante el año en curso, se iniciarían grandiosos trabajos en distintos valles montañosos del Tiang-shang para la construcción de una red de grandes canales y centrales eléctricas. Entre las localidades escogidas, dos presentaban mayor interés: la cantera número dos, situada a lo largo del curso inferior del rio Chu, la número cinco, lugar de reunión de la cuenca del Korkarin. En ambas se descubrirían sedimentos que se remontaban al cretáceo superior, entre los cuales se hallaban grandes acumulaciones de dinosaurios. Era necesario, por lo tanto, organizar un continuo servicio de observación paleontológico durante toda la duración de los trabajos. Con esta finalidad deseaba establecer contactos con la Comisión del plan y luego coordinar las operaciones directamente con los jefes de canteras…

A medida que iba leyendo, Davydov sentía renacer sus esperanzas. Había tenido una suerte inesperada. El interés de la ciencia coincidía con el interés de la industria, e iban a realizarse excavaciones de volumen tal, como nunca se habría permitido imaginar cualquier científico del mundo. Ahora se abrían nuevas perspectivas a las esperanzas de confirmar el increíble descubrimiento de Tao Li y, en caso de éxito, de dar a la Humanidad una prueba evidente de que no está sola en el Universo…

Sobre la ciudad se levantaba un sol nuevo, claro. En el cielo, las nubes parecían lenguas de espuma azul sobre un agua dorada transparente, y desde la ciudad que se estaba despertando llegaban los primeros rumores.

Davydov se levantó, respiró ávidamente el aire fresco, corrió la cortina y empezó a desnudarse.

Satrov rasgó y tiró a la papelera una hoja sobre la que había dibujado un cráneo. Luego, de un montón de libros colocados sobre la mesa, escogió un opúsculo y se sumió nuevamente en sus reflexiones.

¡Difícil camino el de la investigación! Los escasos vuelos del pensamiento son como saltos fabulosamente ligeros sobre abismos de groseros errores. Y te arrastras continuamente a lo largo de la fuerte pendiente de una lenta ascensión bajo el grave peso de los hechos, que te frenan, que te empujan hacia atrás… ¡No importa! El trabajo es grande y útil. ¡Piensa en los que estuvieron aquí hace setenta millones de años! Ni siquiera los pavorosos espacios interestelares asustaron a la indómita voluntad y a la mente del hombre. Aquellos seres desconocidos supieron pasar de una nave a otra mientras se aproximaban a enormes velocidades. No les asustó el hecho de que cada segundo les alejara en centenares de kilómetros de su planeta nativo. Y tras haber llevado a término su misión, supieron volver, o murieron poco después, para que aquellos grandes cambios que el trabajo racional produce sobre la naturaleza no quedasen desconocidos para nosotros, que estudiamos setenta millones de años después nuestro planeta.

El hecho de que hasta hoy no hayamos encontrado traza de estos cambios significa que ellos estuvieron en la Tierra durante un período muy breve. ¡Huéspedes desconocidos de un mundo desconocido!

Seguiría desempeñando su parte en la misión, intentando configurar el posible aspecto de los habitantes de otros mundos. Y hablaría de ello con Davydov… Pero Davydov le escribía regularmente y le hablaba de muchas cosas, a excepción de la más interesante: la marcha de las investigaciones. Había transcurrido un año y medio desde el día en que, en Moscú, sostuvieron su famoso coloquio sobre los restos de los monstruos prehistóricos. Era evidente que su gran amigo no había logrado resolver nada…

En aquel mismo momento, el coche de Davydov corría velozmente a lo largo de una carretera polvorienta y accidentada. El polvo blanquecino bailaba vertiginosamente bajo la luz de los faros y detrás del coche formaba una gran nube que tapaba las estrellas sobre el bajo horizonte.

Delante, a través del parabrisas, se veía en la noche un gran resplandor rosado. A lo lejos se oía un sordo rumor, claramente audible a pesar del ruido del motor.

Media hora después, acompañado por el jefe de la obra y por su colaborador, enviado anteriormente al lugar, Davydov se dirigía hacia la extremidad septentrional del sector, ensordecido por la gigantesca masa de trabajos.

Sobre altos postes, mil lamparitas parecían rodeadas por una ligera niebla, mientras una gran nube de polvo se levantaba por el lado izquierdo. El estrépito de las potentes excavadoras superaba el fragor de centenares de carretillas en movimiento sobre la colina revuelta.

El espesor de los sedimentos había sido profundamente atacado por el hecho del futuro canal. A los lados se levantaban taludes de veinte metros; en el espesor de la tierra, que parecía seccionada limpiamente por un gigantesco cuchicheo, se apreciaban estratos de cascajo, montones de piedras, con los que se alternaban estratos de arena amarilla esparcida con millones de brillantes cristales de mica y yeso.

La noche que antes ocultaba la desierta estepa, ya no existía, como tampoco no existía la estepa misma, la cantera era un mundo en sí, un mundo de trabajo gigantesco y febril que cambiaba a su gusto el aspecto del viejo desierto cosaco.

Davydov pasó junto a los hombres quemados por el sol, cubiertos de sudor y de polvo, que ni siquiera le dirigieron una mirada. Los martillos neumáticos temblaban en las manos expertas, mordiendo las vetas de dura roca. Pesadas, semejantes a enormes esqueletos de hierro, las máquinas se movían lentamente entre el polvo. Filas de automotores se amontonaban junto a las cintas transportadoras, que incesantemente los llenaban de tierra removida.

— ¡Esto sí que son excavaciones, Ilja Andreevic! — exclamó el colaborador de Davydov.

El profesor sonrió. Estuvo a punto de decir algo, pero en aquel instante, en el cielo, cubierto por el polvo, brilló un relámpago que se difundió por el aire en un amplio arco. Un fuerte trueno sacudió la tierra.

— Las minas — explicó el jefe de cantera—. Hemos hecho saltar de una sola vez trescientos mil metros cúbicos. Allí, en el octavo sector. Están preparando una trinchera para las excavadoras.

Davydov observó la «trinchera» donde se encontraba. Se extendía hasta perderse de vista, punteada por una fila de luces, cortando la estepa en línea recta. Al norte se abría un depósito de casi medio kilómetro de diámetro. Allí se había descubierto el cementerio de los dinosaurios, un colosal yacimiento de enormes huesos fósiles. La masa de huesos ocupaba toda la cuenca y, desde: lejos, parecía rebosar. Los restos fósiles estaban amontonados en desorden, mezclados con una gran cantidad de gruesas piedras; la masa tenía un espesor de ocho metros. Allí no había esqueletos de valor; sólo fragmentos de huesos de varias dimensiones y de diferentes especies de monstruos. Las excavadoras hundían sus cucharas en la masa, rastrillando el fondo de la cuenca. Negros montones de huesos mezclados se perfilaban a lo largo de los bordes de la cuenca con la pálida luz del alba… El sol se alzaba poco a poco. Los fósiles negros enrojecían como brasas en una estufa.