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– Bueno, ten un poco de paciencia.

– Secuestradas: estamos secues-tradas. He tenido que enviar a la asistenta a hacer mis compras personales. Pero te aseguro que esta tarde pienso salir, diga lo que diga. Y si no me habla, mejor: total, últimamente no se le ocurren más que despropósitos…

– No te preocupes…

– … despro-pósitos: ¿te puedes creer que esta mañana lo he sorprendido en la biblioteca trasteando con la escopeta? El muy ingenuo ha tratado de escondérsela detrás de la espalda como un niño sorprendido en falta. Imagínatelo: en pijama, haciendo equilibrios con una muleta y tratando de esconder un escopetón de metro y medio que se le veía por los lados… Pa-tético. He tenido tal disgusto que he llamado al doctor Caudet. Dice que es normal (figúrate: normal), pero que si se ponía muy nervioso le diera un Valium y me tomara yo otro.

– Muy bien, pues que se tome uno y…

– Ah, no: no ha consentido: se me ha ocurrido llevarle una pastilla a la biblioteca con un vasito de agua y no te puedes imaginar lo grosero que se ha puesto: que «qué es eso», ¿sabes?, con esa cara de bull-dog que se le pone, «Pues qué va a ser, Valentín: un Valium es con agüita mineral», «Pues no pienso tomármelo, así que ya te lo puedes llevar de vuelta a la cocina». Imagínate: a la cocina…

– Bueno, no te apures: ya te ha dicho el doctor Caudet que es normal. Lo que tienes que hacer es procurar no llevarle la contraria. Y si no quiere que salgas de casa sé un poco comprensiva y no salgas. Ya sé que es muy pesado, pero serán sólo un par de días, ¿de acuerdo?

– Pablo José: ¿se puede saber qué es lo que te pasa a ti también? ¿No irás a decirme que has tomado en serio sus paranoias?

– No,…

– Ah, ¿no? ¿Y desde cuándo te parece oportuno seguir los deseos de tu padre?

– Mamá, escucha…

– … además estaría bueno que a estas alturas tuviéramos que seguir todos los caprichos del señor sólo porque se ha torcido un tobillo y no puede reconocer haberse despistado mientras andaba por la calle…

– Mamaaaaaá…

– … porque estoy segura de que es eso: no vio al coche que hacía maniobras y él solito se le echó encima, como si lo viera. ¿Sabes que últimamente lo he sorprendido mirando de reojo a las muchachas que pasan?; como lo oyes: el domingo pasado volviendo de misa a poco se come una farola… Me duele decirlo, Pablo José, pero tu padre se está volviendo un viejo verde: un viejo-verde. Pero ah, no: don Valentín Miralles no puede reconocer que se ha despistado siguiendo un escote, ¡cómo se va a despistar don Valentín Miralles!: si alguien lo atropella es que lo ha hecho a posta…

– Mamá, espera, espera un momento: es que hay algo que tú no sabes.

Eso sí que la paró en seco. Mi Señora Madre quiere enterarse siempre de todo.

– Ah sí: ¿y se puede saber qué es eso que yo no sé?

Vacilé un poco, como el que no sabe qué contestar:

– No te lo puedo decir.

– ¡Pablo José: te ordeno que me digas inmediatamente qué es lo que está pasando o me va a dar algo!»Eusebia, tráeme un Valium y un poco de agua; deprisa que me desmayo.»Pablo José: haz el favor de explicarte ahora mismo.

– No es nada, mamá, no te pongas nerviosa…

– Ah ¿no?, y si no es nada por qué no me lo explicas, ¿eh?, contesta.

– Porque no puedo. No quiero que se entere papá de que te lo he contado.

– ¿Cuándo le he contado yo algo a tu padre?

– Muy bien, de acuerdo… ¿Está por ahí?

– No. Está en la biblioteca, puedes hablar tranquilo.

Aquí empecé a improvisar sobre la base prevista:

– Verás: es un asunto que viene de lejos. ¿Te acuerdas de Fincas Ibarra?

– No.

No era extraño. El apellido procedía del bote de mayonesa que me había dejado el día anterior sobre la nevera y que alcanzaba a ver desde la sala. Suerte que no había comprado Kraft.

– Sí, tienes que acordarte, Fincas Ibarra, una pequeña inmobiliaria, ¿te acuerdas de cuando papá empezó a invertir en pisos?

– Hijo, no sé: tu padre acaba invirtiendo en casi todo, no me marees con detalles.

– Bueno, el caso es que se enfrentó a Fincas Ibarra en una serie de juicios, ¿no recuerdas siquiera los juicios?

– ¿Que si me acuerdo?: durante diez años todo el mundo nos puso demandas, no sé qué diantres pasaba pero todo eran abogados llamando a cualquier hora.

– Bueno, pues los de Ibarra fueron unos de tantos contra los que litigó papá. Y en el rifirrafe salieron perdiendo ellos. Por lo visto papá alquiló pisos a través de terceros en los edificios de Fincas Ibarra que le parecieron más destartalados, después contrató a un equipo técnico que los revisó con lupa y, cuando tuvo material suficiente, demandó a los propietarios por incumplimiento de todas las normas que una vivienda puede incumplir. Total, Ibarra no pudo hacer frente a la sentencia condenatoria, subastó la mayor parte de los edificios a precio de solar y disolvió la sociedad dejando un montón de impagados. Por supuesto papá procuró quedarse con la mayor parte del lote y acabó ganando dinero: no me preguntes cómo, pero re cuperó lo que había invertido en la investigación y aún se llevó un buen pico revendiendo más caro.

– No me hables… No sé cómo se apaña tu padre para acabar siempre ganando dinero. Juan Sebastián ha salido a él en eso. En cambio tú te le pareces más físicamente. Y en lo cabezota…, aunque en eso sois los tres iguales. En fin… pero ¿se puede saber qué tiene que ver todo eso con que Eusebia y yo no podamos salir de casa?

La introducción había tenido al menos el efecto de tranquilizarla perdiéndola en detalles. Hay que decir que no todos eran estrictamente inventados, había oído a SP relatar tantas hazañas parecidas que no era difícil componer una nueva a base de retales de verdad. Sólo quedaba rematarla de forma adecuada, y ya había cogido el ritmo:

– Verás, el tal Ibarra acabó en la cárcel. A raíz de que papá le removiera los trapos sucios salieron a la luz otros chanchullos: estafas, fraudes a la Seguridad Social y no sé cuántas cosas. Le cayeron diez años de los que cumplió apenas un par en régimen abierto, pero el tipo se lo tomó fatal y atribuyó todos sus males a lo que le hizo papá. Juró vengarse en cuanto se hubiera rehecho, y el caso es que salió de la cárcel no hace ni cinco años y ya vuelve a tener varias sociedades a nombre de su mujer. ¿Me sigues?

– Te sigo, pero no acaban de interesarme las andanzas de ese señor tan maleducado.

Si mi Señora Madre consideraba a Ibarra un maleducado es que se había creído al personaje. Para SM, estafar a la Seguridad Social es sobre todo una falta de educación, como poner los codos sobre la mesa.

– Bueno, ¿te acuerdas que te dijeron que papá había llamado a Sebastián desde el hospital después del atropello?

– Sí.

– Pues no. Cuando Sebastián llegó al hospital a papá todavía le estaban haciendo radiografías y no había tenido oportunidad de llamar a ningún sitio. A Sebastián le enteró por teléfono del accidente precisamente Ibarra.

Esperé un momento su reacción, a ver si lo había entendido.

– ¿El señor maleducado?

– El mismo.

– ¿Y cómo sabía él lo que había ocurrido?

– Bueno, eso es precisamente lo que le preocupa a papá.

– No lo entiendo. Si ese señor le tiene tanta manía a tu padre, ¿por qué se molesta en avisar a Juan Sebastián de que ha tenido un accidente?

Mi Señora Madre ha sido siempre aún más torpe que yo para seguir los argumentos de las películas. A veces pienso que una incapacidad tan específica tiene que ser hereditaria. En cambio a los dos se nos da bien inventar historias, no hay más que considerar las excusas que le he oído darle a SP para justificar vaciados de VISA que darían para construir un buen tramo de autopista.

– No llamó por cortesía, mamá: llamó para dejarle bien claro a papá que el accidente no había sido tal y que él andaba detrás del asunto.

– ¡Je-sús!: ¿quieres decir que el coche lo conducía él?

– Noooo: quiero decir que debió contratar a un par de matones para darle un susto a papá.

Oí el ruidito que hizo al aspirar aire bruscamente. Estaba francamente asustada y no era para menos. Pero desde luego hubiera sido mucho peor contarle la verdad… «Pues mira, mamá: no sólo han atropellado a papá sino que alguien ha secuestrado a Sebastián y a su amante, pero como no podemos llamar a la policía porque se iban a cachondear de lo lindo, tendré que ser yo, tu hijo tarambana, con la ayuda de tu nuera -que por cierto es sexualmente inapetente, probablemente alcohólica y le mete a tu impecable hijo mayor las amantes en la cama- el que intente averiguar qué demonios está pasando…» No: decididamente era mucho mejor mentir. Convenía que estuviera lo suficientemente asustada como para quedarse en casa durante un par de días, pero no podía dejarla en la cuerda floja y sin red o no habría Valiums en el mundo capaces de tranquilizarla.

Cuando hubo reaccionado a la noticia volvió a hablar, ahora en tono dolido:

– ¿Y por qué no me habíais dicho nada?, ¿es que no creéis que tengo derecho a enterarme de una cosa así?