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Existe una opinión general, y es la de que el dinero representa la riqueza; que ésta es el producto del trabajo, y que están, por lo tanto, en relación la una con el otro.

Eso es tan verdad como el aserto de que cada organismo social es la consecuencia de un contrato social. Todos se complacen en creer que el dinero no es más que un medio que facilita el cambio de los productos del trabajo.

Yo hago unas botas; otro hace el pan; un tercero apacienta las ovejas, y para que las transacciones resulten fáciles, existen monedas que nos sirven de intermediarias y podemos cambiar legumbres por carne de carnero o por libras de harina.

En este caso, el dinero nos facilita, a cada uno de nosotros, el movimiento de sus productos y representa la equivalencia de su trabajo. Esto es perfectamente exacto, si no se ejerce violencia por parte de ninguno sobre los demás, y no me refiero a las guerras 68

ni a la esclavitud, sino a ese otro género de violencias que protege los productos de un trabajo en detrimento de otro.

Esta teoría pudiera ser aún verdad en una sociedad cuyos miembros fueran todos fieles a los preceptos de Cristo y dieran lo que se les pidiese, no exigiendo por ello más de lo que dan.

Pero, desde el momento en que se ejercen presiones bajo una forma cualquiera, el dinero pierde inmediatamente para el que lo retiene, su carácter de resultado del trabajo, y representa el derecho basado en la fuerza.

Si, durante una guerra, arrebata un hombre una cosa a otro; si un soldado recibe dinero por la venta de su parte en el botín, aquellos valores no son, en modo alguno, el producto del trabajo y tienen distinta significación que el salario recibido por la hechura de las botas.

Este caso se presenta también en la trata de esclavos.

Las aldeanas tejen la tela y la venden: los siervos trabajan para su señor: este vende el tejido y recibe su precio.

Las mujeres y el señor tienen el mismo dinero; pero en el primer caso el dinero representa el trabajo, y en el segundo la fuerza.

Si mi padre me ha dejado en herencia una cantidad de dinero, sabe que nadie tiene el derecho de arrebatármelo, y que si me lo defraudaran o no me lo entregasen en la fecha fijada, encontraría protección en las autoridades, que emplearían la fuerza para hacer que me fuese entregado mi dinero.

Es, pues, evidente que esta cantidad no pueda compararse con el salario de Simion, recibido por aserrar leña.

En una sociedad en que existe una fuerza que se apropia el dinero ajeno o que protege su posesión, el dinero no puede ser considerado como el representante del trabajo. Unas veces lo será y otras no.

No puede serlo sino en un medio en que sean enteramente libres las relaciones mutuas. Hoy, des pues de siglos enteros de rapiñas, que han cambiado quizá de forma, pero que no han dejado de cometerse y se siguen cometiendo, el dinero acaparado, según la opinión de todo el mundo, constituye una violencia. El resultado del trabajo no está representado por él sino en parte pequeñísima, siendo lo demás el producto de toda clase de crímenes. Decir hoy que el numerario representa el trabajo del que lo posee, es caer en un error profundo o mentir a sabiendas.

Puede decirse que así debiera ser, y que eso fuera de desear; pero nada más.

En su definición más exacta y más sencilla al propio tiempo, el dinero es un signo convencional que da el derecho, o más bien, la posibilidad de servirse del trabajo de los demás.

Idealmente, no debería dar ese derecho más que cuando fuese la equivalencia de la actividad gastada por su poseedor, y así sucedería en una sociedad en que no existiera la violencia.

El señor carga a sus siervos de préstamos en telas, trigos y bestias, o les exige la cantidad equivalente.

Un aldeano le suministra ganado; pero remplaza la tela por dinero: el señor acepta éste, porque está seguro de obtener por su mediación la cantidad de tela que le es necesaria.

Con frecuencia toma más de lo que le es debido para asegurarse de que podrá pagar el tejido. Esta suma representa, evidentemente, un derecho sobre el trabajo de los mujiks y servirá para pagarles a ellos mismos, que se encargarán de hacer, por aquel precio, la cantidad de tela convenida.

Las personas que se ocupan en ello vense obligadas, porque no han podido criar para el señor un número determinado de carneros y necesitan numerario para indemnizar a aquel mismo dueño de los carneros que le faltan.

El aldeano que vende sus carneros lo hace para poder reembolsar a su señor el déficit causado por una mala cosecha de centeno.

Lo mismo ocurre en todos los países y en todas las sociedades.

El hombre vende, en la mayor parte de los casos, el producto de su trabajo pasado, presente y futuro, no porque el dinero le ofrezca facilidades para el cambio, sino porque se le pide como una obligación.

Cuando los Faraones de Egipto reclamaban de sus esclavos el trabajo, éstos no podían dar más que su actividad pasada o presente; pero con la aparición y propagación de la moneda y del crédito, que es su consecuencia, se ha hecho posible vender el trabajo futuro.

El dinero, gracias a existir la violencia en las relaciones sociales, no representaba más que la posibilidad de una nueva forma de esclavitud, impersonal, que ha reemplazado a la esclavitud personal.

El que posee esclavos tiene derecho al trabajo de Pedro, de Juan y de Isidoro; pero el ricachón tiene derecho al trabajo de todos esos desconocidos que necesitan dinero. El numerario ha descartado el lado penoso de la esclavitud, porque el señor sabía que tenía derecho de vida y muerte sobre la

persona de Juan; pero ha suprimido también entre el dueño y el esclavo todos los lazos de humanidad que en otro tiempo dulcificaban algo el pesado fardo de la esclavitud personal. Yo no digo que esto estado de cosas no fuese necesario al progreso de la humanidad, ni que dejase de serlo: me limito a poner en evidencia la significación del dinero y a indicar el error general en que yo estaba al creer que representaba el trabajo.

Me he convencido de lo contrario por experiencia.

En la mayor parte de los casos, el numerario representa la violencia o las astucias complicadas fundadas en ella.

En nuestra época, el dinero ha perdido por completo su verdadero carácter, la significación que se le ha querido atribuir y que no tiene sino en raros casos. Por lo general, indica la posibilidad y el derecho de usar del trabajo de los demás.

Su propagación, la del crédito y la de otros diferentes valores tienden a justificar, cada vez más, esta nueva significación.

Es una forma de esclavitud que no difiere de la antigua sino por su impersonalidad y por la ausencia de toda relación humana entre el señor y el esclavo.