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El dinero es un valor siempre igual a él mismo, considerado como una cosa justa y legal y cuyo uso no está considerado como inmoral, según lo estaba por el derecho de esclavitud.

Recuerdo que, siendo yo muy joven, se estableció y generalizó en los círculos un juego nuevo que llamaban lotería. Todos jugaban y se dijo entonces que muchos se arruinaban y que algunos, que perdieron el dinero del fisco, se habían suicidado. Aquel juego fue prohibido y aún subsiste la prohibición.

Recuerdo haber oído a antiguos jugadores a quienes no se les podía acusar de sentimentalismo, que lo que la lotería tenía de más agradable era que no se sabía lo que se ganaba, como en los demás juegos: el mozo del círculo no entregaba dinero, sino fichas: todos perdían poco y no se apesadumbraban por la pérdida.

Se juega también a la ruleta, que está justamente prohibida, y... también con dinero.

Yo poseo el rublo fantástico; corto mis cupones de renta y me retiro del torbellino de los negocios.

¿A quién perjudico con eso?

Soy el hombre mejor y más inofensivo.

Pero mi manera de vivir es, en el fondo, el juego de la lotería o el de la ruleta: no veo al que se mata después de haber perdido, y que me procura esos pequeños cupones que corto con tanto cuidado.

No he hecho, no hago, ni haré nada más que cortar mis títulos de renta, y tengo la convicción de que el dinero representa el trabajo.

¡Es para admirarse! ¡Y aún hay quien hable de locos!

¿Existe una idea fija más terrible que ésta?

Un hombre inteligente, sabio si se quiere, y razonable en todo lo demás, vive como un insensato y se tranquiliza porque no acaba de pronunciar una palabra que es sin embargo necesaria, si quiere que su razonamiento tenga sentido; ¡y él cree tener razón!

¡Cupones representando un trabajo!

Pero ¿qué trabajo? Evidentemente no es el del que corta los cupones, sino el del trabajador.

La esclavitud fue abolida desde hace mucho tiempo en Roma, en América y entre nosotros; pero lo que fue suprimido fueron las leyes y las palabras, no los actos.

La esclavitud es la emancipación de los unos al descargarse del trabajo necesario a la satisfacción de sus necesidades y cargarlo sobre otros.

He aquí un hombre que no trabaja y para quien los demás gastan su actividad, no por afecto, sino porque posee el mediode hacerles trabajar: esa es la esclavitud. Existe en proporciones enormes en todos los países civilizados de Europa, en donde la explotación de los hombres se hace en grande y es considerada como legal.

El dinero tiene el mismo objeto y produce las mismas consecuencias que la esclavitud.

Su objeto es el de librar al hombre de la ley natural del trabajo personal, necesario a la satisfacción de sus necesidades.

Las consecuencias son: la creación e invención de nuevos deseos cada vez más complicados y más insaciables. Un empobrecimiento intelectual y moral y una depravación. Para los esclavos es la opresión y el rebajamiento al nivel de las bestias.

El dinero es una forma nueva y horrible de la esclavitud y, como ésta, corrompe al esclavo y al dueño; pero esta forma moderna es más innoble que la antigua, porque desliga a uno y a otro de toda relación personal.

XVIII

Me admiro siempre que oigo decir que una cosa es buena en teoría, pero no en la práctica, como si la teoría no fuese más que una colección de palabras bonita* necesarias en una conversación y no constituyera la base de toda acción práctica.

Es posible que existan muchas ideas tontas y eso explica el empleo de tal razonamiento de índole periodística. La teoría es lo que el hombre sabe, y la práctica lo que hace. ¿Cómo puede ocurrir que el hombre piense de una manera y obre de otra?

Si teóricamente, en la cocción del pan, se debe amasar la pasta y ponerla luego en el horno, nadie, a no estar loco, hará lo contrario.

Sin embargo, entre nosotros se encuentra una fórmula para repetir esa inconsecuencia.

En el asunto en que me ocupo, lo que había pensado siempre se ha confirmado, a saber: que la práctica se ciñe inevitablemente a la teoría y, habiendo comprendido lo que era objeto de mis reflexiones, no puedo proceder sino en conformidad con mis ideas.

Yo quería ayudar a los pobres porque tenía dinero y porque participaba de la superstición general de que el numerario representaba el trabajo y era legal y útil.

Pero habiendo empezado a dar, advertí que mi dinero provenía del dinero de los pobres.

Yo procedía como los antiguos señores que hacían trabajar a sus siervos los unos para los otros.

Todo empleo del dinero, cualquiera que él sea, bien compra de alguna cosa o simple don de una persona a otra, no es más que la presentación de una letra de cambio girada contra los pobres, o la transmisión a un tercero de aquella letra de cambio, para que la paguen los desgraciados.

Por eso comprendí cuan absurdo era querer ayudar a los pobres persiguiéndoles.

El dinero no era ya un bien, sino un mal evidente, por cuanto que privaba a los hombres del bien principal, o sea del trabajo yde sus naturales frutos.

Veía que yo era incapaz de otorgar a otros ese bien, porque no lo tenía: yo no trabajaba y no tenía la dicha de vivir del producto de mi actividad.

No parecía tener importancia este razonamiento abstracto sobre la significación del dinero, pero lo hacía, no por acostumbrarme a razonar, sino para resolver el problema de mi vida y de mis sufrimientos. Era para mí la respuesta a esta pregunta: —¿Qué hacer?

Habiendo comprendido lo que es la riqueza y lo que es el carácter del dinero, vi de una manera clara y cierta, no tan sólo lo que yo debía hacer, sino lo que debían hacer los demás, y lo que harán inevitablemente.

Hacía ya mucho tiempo que conocía en el fondo aquella teoría transmitida a los hombres desde los tiempos más remotos por Budha, Isaías, Laodtsi y Sócrates y que nos fue expuesta, sobre todo, en forma clara y positiva por Jesucristo y por su predecesor San Juan Bautista.

Éste, contestando a los hombres cuando le preguntaban lo que debían hacer, les dijo: «Que el que tuviese dos vestidos diese uno al que careciese de él yque partiese su comida con el que se muriese de hambre» (Lucas, Evang. x, xi).

Jesucristo lo expuso con más claridad aún, diciendo: «¡Dichosos los mendigos y desgraciados los ricos! No se puede servir a dos señores, a Dios y a su vientre».