En la teoría de Moisés, quedó establecida por la voluntad de Dios y por su poder infinito la variedad de las especies vivas; pero, en la teoría de la evolución, aquella variedad de seres vivientes es el resultado de la casualidad y de las diversas influencias de la sucesión y del medio en un periodo de tiempo infinitamente largo. La teoría de la evolución, hablando en términos muy claros, no afirma más que esto: que, en un periodo de tiempo infinitamente largo, de lo que queráis puede salir todo lo que queráis. El problema no ha sido, pues, resuelto: subsiste lo mismo aunque planteado de diferente modo: la voluntad ha sido sustituida por la casualidad, y el coeficiente de lo infinito ha sido llevado de la potencia al tiempo.
Pero esta nueva afirmación corrobora la de Augusto Comte, y, por otra parte, teniendo en cuenta la ingenua confesión del propio autor de la teoría darvinista, éste inspiró la idea de su sistema en la ley de Malthus y edificó sobre ella su teoría de la lucha de los hombres y de los demás seres vivientes por la existencia, como ley fundamental de todo ser animado. Pero no necesitaba más la turba de ociosos para su justificación.
Dos teorías instables, incapaces de tenerse en pie, se apuntalaban la una a la otra y adquirían las apariencias de la estabilidad. Ambas entrañaban esta conclusión, preciosa para la multitud: Los hombres no tienen la culpa del mal que existe en las sociedades humanas: el orden existente es precisamente el que debe existir. Y la nueva teoría fue aclamada por la multitud con una confianza y un transporte nunca vistos ni conocidos.
Y sobre estas dos tesis arbitrarias y falsas, aceptadas como dogmas, se elevó la nueva doctrina científica.
Spéncer, en una de sus primeras obras, la formulaba así: «Las sociedades y los organismos se parecen: En que, formados por pequeñas agrupaciones, acrecen insensiblemente su masa hasta alcanzar a veces un desarrollo seis mil veces mayor que el de su masa primitiva. »2.o Que en tanto que, en su origen, es tal su estructura,-que se les puede considerar como desprovistos de ella, al desarrollarse toman una estructura que cada vez va siendo más complicada.
»3.º Que aun cuando en su periodo rudimentario primitivo apenas existe entre las partes dependencia alguna, ésta va estableciéndose gradualmente y de un modo recíproco, y acaba por ser tan sólida, que la actividad y la vida de cada parte no pueden existir sin la actividad y la vida de las demás.
«4.o Que la vida y el desarrollo de la sociedad son independientes de la vida y del desarrollo de cada una de las unidades que la forman, y duran mucho más tiempo: estas unidades nacen, se desarrollan, obran, se reproducen y mueren, en tanto que el cuerpo político, compuesto por esas unidades, continua viviendo una generación tras otra, desenvolviendo su masa, su actividad funcional y sus progresos».
Más adelante indica las diferencias de los organismos y de las sociedades; demuestra que esas diferencias son tan sólo aparentes, y añade que los organismos y las sociedades son semejantes en absoluto.
V
Todo hombre de buen sentido no puede menos de preguntarse: —Pero ¿de qué habláis? ¿Cómo puede ser el género humano un organismo o semejante a un organismo? Decís que las sociedades se asemejan a los organismos por esos cuatro caracteres; pero no es así. Os limitáis a tomar algunos caracteres del organismo, y en ellos embutís a las sociedades humanas.
Citáis cuatro caracteres de similitud, y luego tomáis los puntos diferenciales, los reducís a meras apariencias y deducís, en conclusión, que las sociedades humanas pueden ser consideradas como organismos.
Pero eso no es más que un juego de dialéctica perfectamente ocioso. Con igual razón puede introducirse lo que se quiera en los caracteres del organismo. Yo tomo lo primero que se me ocurre: una selva, por ejemplo, que se la siembra en la planicie y crece cada día más.
«1. º Formada en su origen por pequeñas agregaciones, acrece imperceptiblemente su masa, etcétera». Lo mismo sucede con los campos cuando se hacen en ellos plantaciones, que poco a poco se convierten en alto bosque.
«2. º Su estructura, sencilla en un principio, se complica cada vez más, etc.» Lo mismo le sucede a la selva: en un principio los abedules; después los sauces y los nogales que crecen derechos y que entrelazan luego sus ramas.
»3. º La dependencia de las partes se hace tan sólida, que la vida de cada una de ellas depende de la vida activa de las demás, etc.» Lo mismo le ocurre a la selva: el peral da abrigo a los troncos de los arbustos: si lo cortáis, se helarán éstos. Las mojoneras abrigan del viento; los semilleros continúan las especies; los grandes árboles copudos prestan sombra, y la vida de un árbol depende de la de otro.
«4. º Los individuos pueden morir, pero el todo sobrevive». Igual le ocurre a la selva: ésta no llora por la pérdida de ningún árbol.
Al demostrar que podéis, con idéntica razón, y en virtud de esa teoría, considerar la selva como un organismo, os figuráis haber demostrado a los partidarios de la doctrina orgánica la falsedad de su definición; pero no hay nada de eso. La definición que dan del organismo es de tal modo inexacta, de tal manera amplia, que pueden hacer entrar en ella lo que quieran.
—Sí, —dirán, —hasta la selva puede ser considerada como un organismo.
La selva es la acción recíproca de individuos que se conservan el uno por el otro; un agregado cuyas partes pueden confundirse en una dependencia cada vez más estrecha, y que, como el enjambre de abejas, puede llegar a ser un organismo.
—Pero entonces —diréis —los pájaros, los insectos, las hierbas de esa selva que obran los unos en los otros y que se conservan los unos por los otros, ¿podrán ser considerados también como partes componentes, con los árboles, de un organismo único?
Y también lo admitirán. Todas las colecciones de seres animados obran las unas sobre las otras y se conservan las unas por las otras; luego pueden, según sus teorías, ser consideradas como organismos. Podéis afirmar la dependencia y la acción recíproca entre todo cuanto queráis, y afirmar, en virtud de la evolución, que, en un periodo de tiempo infinitamente largo, de aquello que queráis puede salir cuanto queráis.
Y lo más sorprendente es que esa misma filosofía positiva preconiza, como el único medio de llegar a la verdadera ciencia, el método científico determinado por ella, entendiendo por tal el sentido común.