Y ese sentido común la condena a cada paso. Desde que los papas comprendieron que nada de santos quedaba ya en ellos, empezaron a llamarse Padres santos.
Desde que la filosofía comprendió que nada de sensato quedaba ya en ella, empezó a llamarse lo que juzga que hay de más sensato, esto es, filosofía científica.
VI
La división del trabajo es la ley de todo lo existente, y así, debe regir a las sociedades humanas.
Posible es que así sea; pero surge esta pregunta: ¿Esa distribución del trabajo que ahora veo en la sociedad humana, es verdaderamente la que debe ser? Y si encuentro fuera de razón e injusta cualquiera distribución del trabajo, no habrá ciencia alguna en el mundo que pueda demostrarme y convencerme de que debe existir lo que yo considero injusto y falto de razón. La distribución del trabajo es una condición de la vida de los organismos y de las sociedades humanas; pero ¿qué es lo que en éstas se 105
debe considerar como distribución orgánica del trabajo? Por más que la ciencia estudie la distribución del trabajo en las células de los gusanos, sus observaciones no obligarán al hombre a reconocer como legítima una distribución del trabajo que rechacen su razón y su conciencia.
Por convenientes que sean los argumentos que suministra la división del trabajo en las células de los organismos observados, el que aún no haya perdido la razón dirá que un hombre no ha nacido para tejer indiana toda su vida, y que eso no es la división del trabajo, sino la opresión del hombre.
Spéncer y otros aseguran que existen pueblos de tejedores y que, por consiguiente, el tejido resulta de una distribución orgánica del trabajo: los tejedores son, pues, un efecto de esa distribución. Pudiera decirse eso, si los pueblos de tejedores se hicieran por sí mismos; pero todos sabemos que no se hacen ellos, sino que los hacemos.
Trátase ahora de saber si hemos hecho a los tejedores siguiendo la ley orgánica o cómo.
He aquí un grupo de gentes que viven y se sostienen como es costumbre en el campo. Un hombre instala una fragua y compone su carreta: llega un vecino suyo y le ruega que componga también la suya, ofreciéndole en cambio su trabajo o dinero. Llegan luego un tercero, y un cuarto, y en aquella sociedad se establece una distribución del trabajo con motivo de la fragua. Otro hombre ha instruido bien a sus hijos: su vecino le lleva los suyos y le ruega que se los eduque lo mismo, y ahí tenéis un maestro.
Pero el herrero y el maestro han llegado a serlo y continúan siéndolo, únicamente porque les han rogado que lo sean, y continuarán en su oficio en tanto que se les ruegue que lo ejerzan. Si sucede que hay muchos herreros y muchos maestros o que resultan innecesarios sus servicios, dejan al punto su oficio, como dicta el buen sentido, y como Ocurre siempre allí donde nada turba la regular distribución del trabajo, al dejar el oficio vuelven a la agricultura. Al hacer esto, obedecen a su razón y a su conciencia, y por eso nosotros, dotados de conciencia y de razón, convenimos en que es justa esa distribución del trabajo.
Pero si ocurre que los herreros tienen poder para obligar a otros a que trabajen para ellos y continúan forjando herraduras cuando no hay necesidad de ellas, y que los maestros siguen enseñando cuando no tienen discípulos a quienes enseñar, es evidente para todo ser dotado de razón y de conciencia como lo es el hombre, que aquello no es ya la división del trabajo, sino la usurpación del trabajo de otro. Y a eso es a lo que llama particularmente la filosofía la división del trabajo.
La causa de la miseria económica de nuestro tiempo está en lo que los ingleses llaman overproduction, o sea exceso de producción, cuando 106
fabrican en cantidad excesiva objetos que no se sabe dónde colocar o que nadie necesita.
Sería insólito que un zapatero, por ejemplo, creyese que las gentes estaban en el deber de alimentarlo porque él siguiera fabricando, sin darse punto de reposo, zapatos que aquéllas no necesitaran en mucho tiempo; pero ¿qué decir de esas gentes que no cosen, que no producen nada que sea útil para nadie, cuya mercancía no encuentra comprador, y que no piden con menos afán ni menos resueltamente, arguyendo sobre la división del trabajo, que se las mantenga bien y que se las vista mejor? Puede haber y hay hechiceros cuyos oficios son solicitados y de quienes se adquieren polvos y frascos; pero es difícil imaginar lo que sería de los brujos cuyos sortilegios a nadie aprovechasen y que pidieran atrevídamente que los mantuviesen. Esto es lo que pasa en el mundo y todo ello ocurre en virtud de esa falsa noción de la división del trabajo, que se apoya, no en la razón y en la conciencia, sino en la observación, división que los llamados sabios proclaman con tanta unanimidad. La división del trabajo ha existido siempre, y existe en efecto; pero no es justa más que cuando está basada en la razón y en la conciencia, y no en la observación. Y la conciencia y la razón de todos los hombres resuelven esa cuestión de una manera sencilla, segura y unánime de este modo: La división del trabajo es justa únicamente, cuando la actividad especial de un hombre es de tal modo necesaria a las gentes, que estas mismas, al reclamar sus servicios, le ofrecen espontáneamente alimentarlo en pago del servicio que les presta; pero cuando un hombre puede vivir, desde su infancia hasta los treinta años de edad, a expensas de los demás, prometiendo hacer algo útil, que nadie necesita, cuando haya aprendido a hacerlo, y cuando, desde los treinta años hasta que muere, puede vivir del mismo modo, prometiendo siempre hacer algo de lo que nadie necesita, eso no será la división del trabajo, sino la usurpación del trabajo de otro por el más fuerte, usurpación que tuvo en otro tiempo diferentes nombres; que los filósofos llamaron «las formas necesarias de la vida», y que hoy la filosofía científica llama «la división orgánica del trabajo».
La filosofía científica no tiene otra significación. Esa filosofía ha llegado a ser hoy la dispensadora de las patentes de ociosidad, por ser la que analiza y determina en sus templos lo que son la actividad parásita y la actividad orgánica del hombre en el organismo social. ¡Como si cada hombre no estuviera en estado de conocerlo por sí mismo de un modo más justo y más natural con sólo consultar a su razón y a su conciencia! Se les figura a los partidarios de la filosofía científica que no debieran existir dudas en este punto, puesto que la única actividad orgánica es la suya: ellos son los agentes de la ciencia y del arte, las células más preciosas del organismo: las del cerebro.
VII
Los seres racionales han distinguido siempre el bien del mal, desde que el mundo existe; aprovechándose de los esfuerzos de sus predecesores; luchando contra el mal; buscando el camino más recto y mejor, y avanzando por dicho camino. Y siempre encontraron ante sí, cerrándoles el paso, a los factores de la mentira con la pretensión de demostrarles que es preciso tomar la vida tal como ella es. Los seres racionales, a costa de esfuerzos y de luchas, se han ido emancipando de la mentira poco a poco, cuando he aquí que un nuevo personaje, el peor de todos, les intercepta el camino: ese personaje es la mentira científica.