La clase de sabios y de artistas que, apoyándose en una falsa distribución del trabajo, reclama el derecho de usurpar el trabajo de otro, no puede asegurar la expansión de la verdadera ciencia ni del arte verdadero, porque la mentira no puede producir la verdad.
Tal es la idea que tenemos formada de nuestros representantes favoritos, debilitados en el trabajo intelectual, que nos admira y extraña la idea de ver a un sabio o a un artista labrando las tierras o acarreando estiércol. Nos parece que todo se habría perdido; que toda su ciencia quedaría sepultada en el terruño; que las grandes imágenes artísticas que en el cerebro lleva concebidas, olerían a estercolero, y tan acostumbrados estamos a eso, que no nos parece extraño ver al servidor de la ciencia, es decir, al servidor y maestro de la verdad, obligar a que los demás hagan para él lo que él pudiera hacer por sí mismo y pasarse él la mitad de su tiempo en comer bien, en fumar, en hablar, en murmurar del liberalismo, en leer periódicos y novelas, y en frecuentar los teatros: no nos parece extraño ver a nuestro filósofo en el café, en la comedia, en el baile, ni encontrarlo en compañía de esos artistas que dulcifican y ennoblecen nuestras almas, y que pasan su vida en beber, en jugar a las cartas, en frecuentar las casas de trato, o en otras cosas peores.
Las ciencias y las artes son cosas muy bellas; pero, justamente porque son bellas, es preciso no afearlas aliándolas de un modo forzado a la depravación, es decir, emancipándolas del deber que tiene todo hombre de subvenir con el trabajo de su vida a la vida de otro.
—La ciencia y las artes hacen progresar al género humano.
Sí; pero no porque los adeptos a la ciencia y a las artes se libren, al amparo de la división del trabajo, del deber humano más necesario y más indubitable: el de trabajar con sus propias manos en la lucha común del género humano con la naturaleza.
—Pues precisamente esa división del trabajo que libra a los sabios y a los artistas del cuidado de preparar sus alimentos, es lo que ha hecho posible ese maravilloso progreso de las ciencias, que vemos en nuestro tiempo,—objetarán algunos.—Si todos hubiéramos de arar la tierra, no hubiéramos obtenido esos grandiososresultados que obtiene nuestra época; esos progresos milagrososque han aumentado de tal modo el poder del hombre sobre la naturaleza; esos descubrimientos que cautivan de tal modo el espíritu humanoy aseguran la navegación: no habría ni vapores, ni caminos de hierro, ni puentes admirables, ni túneles, ni motores de vapor, ni telégrafo, ni fotografía, ni teléfono, ni máquinas de coser, ni fonógrafos, ni electricidad, ni teléfonos, ni telescopios, ni espectroscopios, ni microscopios, ni cloroformo, ni cura de Lissner ni ácido fénico.
No enumero todo aquello de que se enorgullece nuestro siglo. Esa enumeración y esos transportes de entusiasmo ante sí mismo y ante las propias proezas se los encuentra en casi todos los periódicos y en todos los libros populares. Esos transportes se reproducen con tanta frecuencia, que estamos todos convencidos de que la ciencia y las artes no han florecido 111
nunca tanto como hoy; y todas esas maravillas se las debemos a la división del trabajo; ¿a qué negarlo?
Supongamos que el progreso de nuestro siglo sea en verdad grandioso, admirable, milagroso: supongamos que somos unos mortales tan felices, que vivimos en época extraordinaria; pero tratemos de evaluar esos progresos, no según el entusiasmo que nos producen, sino según el principio que busca su justificación en dichos progresos: el de la división del trabajo.
Confesamos que todos esos progresos son admirables; pero, por una casualidad desgraciada, que los mismos sabios hacen constar, esos progresos no han mejorado hasta hoy, antes bien han empeorado, la situación del mayor número, esto es, la del pueblo trabajador.
Si el trabajador puede ir en camino de hierro en vez de ir a pie, ese camino de hierro le incendió su monte, le quitó su trigo en sus barbas y lo sumió en un estado parecido a la esclavitud, supeditándolo al capitalista.
Si, gracias a los motores de vapor y a las máquinas, puede adquirir el trabajador por módico precio una indiana algo fuerte, esos motores y esas máquinas le han quitado el dinero ganado con su trabajo, y lo han reducido a la esclavitud absoluta, supeditándolo al fabricante.
Si tiene teléfonos, telescopios, versos, novelas, teatros, bailes, sinfonías, óperas, galerías de cuadros, etc., no ha mejorado por eso la vida del trabajador, porque todo lo enunciado resulta inasequible para él, por efecto de esa misma desgraciada casualidad.
Así es que, hasta el presente, y los hombres de ciencia convienen en ello, todos esos progresos extraordinarios, todas esas maravillas de la ciencia y del arte, en nada han mejorado la vida del trabajador y tal vez la hayan empeorado., Ahora bien: si medimos la realidad de los progresos obtenidos por las ciencias y las artes, no por el entusiasmo que nos inspiran, sino por el principio en que se apoya la división del trabajo, o sea el interés del pueblo trabajador, veremos que carece de fundamento sólido ese entusiasmo que sentimos y a que voluntariamente nos entregamos.
El mujik tomará el camino de hierro; la mujer comprará la indiana; se tendrá en la isba una lámpara en vez de una tea y el mujik encenderá la pipa con una cerilla, todo lo cual es más cómodo, pero ¿con qué derecho he de decir que el ferrocarril y las fábricas han prestado un servicio al pueblo?
Si el mujik toma la vía férrea, compra la lámpara, la indiana y los fósforos, es únicamente porque nadie se lo impide; pero todos sabemos que la construcción de los caminos de hierro y de las fábricas no ha tenido nunca por objeto el interés del pueblo. ¿Por qué, pues, aducir como pruebas de 112
servicios hechos al pueblo por esos establecimientos las comodidades accidentales de que puede hacer uso el trabajador?
No hay mal que no produzca algún bien. Tras un incendio, puede uno calentarse y encender la pipa con un tizón; pero ¿se deberá decir por eso que el incendio es útil?
IX
Los amigos de la ciencia y del arte podrían decir que su actividad es útil al pueblo, si se propusieran servir a éste en vez de servir, como lo hacen, al gobierno y a los capitalistas. También podríamos decirlo nosotros, si tuviesen por objetivo el interés del pueblo; pero no sucede así. Todos los sabios están abstraídos ejerciendo de sacrificadores: descubren los protoplasmas, las análisis espectrales de los astros, etc.; pero ¿qué hacha es la mejor hacha? ¿Qué hoz es la más cómoda? ¿Cómo se amasa mejor el pan? ¿Con qué clase de harina? ¿Dónde encontrarla? ¿Cómo calentar el horno? ¿Cómo construir las cocinas? ¿Qué alimentos, qué bebidas tomar?