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Síguese de esto que los unos usurpan el trabajo de los otros; pero que, si lo usurpan por mucho más tiempo y en proporciones más considerables, cesará esa injusta distribución de riquezas, o lo que es lo mismo, la usurpación del trabajo ajeno.

Figurémonos ver a unos hombres colocados junto a un manantial cuya fluidez acrece sin cesar, dedicados a impedir que se acerquen a él los que padecen sed, diciéndoles que son ellos los que producen aquella agua y que pronto quedará estancada en cantidad suficiente para que todo el mundo beba, y figurémonos que el agua corre y corre incesantemente sin detenerse ni estancarse saciando la sed de todo el género humano. Lo que ocurre es que el agua no se produce por la actividad de los hombres que rodean el manantial, como ellos aseguran, sino que corre y se esparce a lo lejos, a pesar del esfuerzo de aquellos hombres por detener su curso.

Siempre existieron una ciencia y un arte verdaderos, y fueron verdaderos no porque así se titularan. A los que pretenden ser representantes de la ciencia y del arte en una época determinada, les parece que han realizado, 118

realizan y, sobre todo, que realizarán pronto, en el acto mismo, cosas admirables, milagrosas, y que antes que ellos no existían ni la ciencia ni el arte. Así ha ocurrido con los sofistas, con los escolásticos, con los alquimistas, con los cabalistas, con los talmudistas, y así ocurre hoy con los partidarios de la ciencia para la ciencia y del arte para el arte.

XI

—Pero ¡la ciencia! ¡El arte!... ¿Negáis la ciencia y el arte? ¿Es decir que negáis aquello por lo cual vive el género humano?

Tal es siempre, no la réplica, sino el subterfugio de que se valen para rechazar mis argumentos sin examinarlos.

—¡Niega la ciencia! ¡Niega el arte! ¡Quiere retrotraer a los hombres al estado salvaje! ¿A qué, pues, discutir con él?

Eso es injusto. No tan sólo no niego la ciencia ni niego el arte, sino que en nombre de la verdadera ciencia y del verdadero arte digo lo que digo. Y lo que digo, lo digo únicamente para hacer posible al género humano su salida de ese estado salvaje en que le precipita la falsa ciencia de nuestros tiempos.

La ciencia y el arte son tan necesarios a los hombres, y quizá más necesarios aún, que el comer, el beber y el vestir; y tan necesarios son, no porque hayamos decidido que lo sean, sino porque lo son realmente.

Si a los hombres les presentaran heno para" saciar su apetito animal, lo rechazarían, por más que se les dijera que aquel era el alimento que necesitaban, e inútil fuera que se les dijese: —¿Por qué no comes heno, siendo así que éste es el alimento que te hace falta?

El alimento es necesario, pero puede ocurrir que lo que al hombre se le ofrezca no sea tal alimento.

Y eso es precisamente lo que ocurre con nuestra ciencia y con nuestro arte. Nos parece que si a una palabra griega le añadimos las terminaciones logia o grafía, y a eso le llamamos ciencia, será ciencia, en efecto, y que si a cualquier cosa obscena, como a una danza de mujeres desnudas, le damos por denominación una palabra griega coreografía, y decimos que eso es el arte, arte ha de ser precisamente; pero, por más que digamos que el contar los insectos, el analizar la composición química de las estrellas de la vía láctea, el pintar las ninfas de las aguas y los cuadros de historia y el escribir novelas y sinfonías constituye la ciencia y el arte, no lo será en tanto que como tal ciencia y tal arte no lo juzguen y acojan aquellos para quienes lo hemos hecho, y hasta hoy no lo han acogido en manera alguna, 119

Si solamente a unos les estuviera permitido producir los alimentos y prohibido a todos los demás, o éstos se vieran en la absoluta imposibilidad de producirlos, imagino que se rebajaría la clase y condición de los alimentos, y que si el monopolio de ellos residiera en los aldeanos rusos, no habría para el consumo del género humano más que el pan negro, la sopa de coles y el kvas, que es lo que más frecuentemente comen y lo que más les gusta.

Y lo mismo sucedería con la actividad superior humana de las ciencias y de las artes, si el monopolio le estuviese reservado a una sola clase; pero con una diferencia: el alimento corporal no puede ser muy desnaturalizado: el pan y la sopa, aunque no son alimento delicado, se comen sin dificultad; en tanto que el alimento espiritual puede ser desnaturalizado en grande escala. Hay quienes pueden digerir durante mucho tiempo alimentos espirituales inútiles, indigestos y hasta ponzoñosos; hay hasta quienes pueden intoxicarse con el opio y con el alcohol intelectuales, y ése es el alimento que le ofrecen a las masas.

Sí, eso es lo que ha sucedido entre nosotros; y ha sucedido porque la situación de los partidarios de la ciencia y del arte en nuestro tiempo y en nuestro mundo es privilegiada, y porque la ciencia y el arte representan, no la total actividad intelectual de todo el género humano consagrando sus mejores fuerzas a la ciencia y al arte, sino la actividad de un pequeño grupo de personas que han hecho de ello un monopolio y que se llaman los iniciados en la ciencia y en el arte, cuya noción desnaturalizan y que, habiendo perdido el sentimiento de su misión, se ocupan únicamente en arrancar de su penoso fastidio al pequeño círculo de ociosos en cuyo centro viven.

XII

Los hombres habían comprendido siempre la ciencia en su sentido más sencillo y más amplio. La ciencia, es decir, el conjunto de todos los conocimientos adquiridos por el género humano, ha existido y existe siempre, y sin ella es imposible la vida. A esa ciencia no es ya posible atacarla ni defenderla. Pero es tan variado el dominio de la ciencia general del linaje humano, desde el arte de explotar una mina de hierro hasta el conocimiento de cómo se mueven los astros, que el hombre se pierde, como en un laberinto, en esa multiplicidad de conocimientos actuales y en su infinidad, si no tiene un hilo conductor que le permita coordinarlos y clasificarlos, según el grado de su importancia y significación. Antes de empezar a estudiar cualquier cosa, debe decidir si el objeto de su estudio es de importancia para él, más importante y más necesario que los otros objetos de estudio innumerables de que está rodeado. Antes de estudiar un objeto, debe, pues, decidir el hombre por qué estudiará aquél y no otros; 120

pero estudiarlos todos, como los partidarios de la filosofía científica proclaman en nuestro tiempo, sin considerar lo que resultará de aquel estudio, es cosa absolutamente imposible, porque el número de - objetos para estudiar es infinito, y algunos de los objetos que estudiásemos no tendrían ninguna importancia ni significación alguna.

Por eso en los antiguos tiempos, y aun en los modernos hasta la aparición de la filosofía científica, la sabiduría superior de la humanidad consistía en encontrar el hilo conductor que permitiese coordinar las ciencias y determinar las que eran de primera importancia y las que no© tenían sino una importancia secundaria. Y esta ciencia, reguladora de todas las otras, fue llamada por todos la ciencia por excelencia, Tal ciencia existió siempre, antes de nuestra época, en las sociedades humanas desprendidas de la barbarie primitiva. Desde que el mundo existe han aparecido sabios en todos los pueblos que elaboraban la ciencia por excelencia, la ciencia de saber lo que más le importa al hombre conocer. Esta ciencia tenía siempre por objeto determinar el destino, y por lo tanto, el verdadero bien de cada uno en particular y de todos en general. Esta era la ciencia que servía de hilo conductor para establecer la importancia respectiva de todas las demás; era la ciencia de Confucio, de Budha, de Sócrates, de Mahoma y de otros; la ciencia como la comprendía y la comprende todo el mundo, excepto nuestro circulo de los llamados sabios. No sólo había ocupado siempre esta ciencia el primer lugar, sino que era la única que determinaba la importancia de todas las otras, y lo ocupaba, no porque los sacrificadores falaces, maestros en dicha ciencia, le atribuyesen tal significación, como creen los pretendidos sabios de nuestro tiempo, sino porque efectivamente, como pueden todos reconocerlo por la experiencia interior y por el razonamiento, sin la ciencia del destino y del verdadero bien del hombre, no puede existir ninguna otra, por ser infinitoel número de los objetos susceptibles de estudio (Subrayo la palabra infinitotomándola en su sentido propio). Sin esta ciencia es imposible hacer una elección acertada, y todas las demás ciencias y todas las artes se convierten, como se han convertido entre nosotros, en una diversión perjudicial y ociosa.