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Los hombres veían, desde que existen, en la expresión de las diferentes ciencias la principal expresión del destino y del verdadero bien del hombre, y la expresión de esta ciencia era el arte en el sentido estricto de la palabra.

Desde que el mundo existe, hubo siempre naturalezas vibrantes, apasionadas por el problema de la dicha y del destino del hombre, que expresaron en el salterio o en la lira, por la palabra o por la imagen, su lucha y la lucha humana contra las mentiras que los desviaban de su verdadera misión, y expresaron sus sufrimientos en esa lucha y sus esperanzas en el triunfo del bien, y sus desesperaciones cuando el mal triunfaba, y sus éxtasis al sentir inminente la victoria definitiva del bien.

Desde que los hombres existen, el verdadero arte, altamente apreciado por ellos, no era otra cosa que la expresión de la ciencia del destino y del verdadero bien del hombre.

Siempre, hasta estos últimos tiempos, el arte se consagraba al estudio de la vida y entonces era apreciado por los hombres, sobre todo lo demás.

Pero al mismo tiempo que a la ciencia verdadera del destino y del verdadero bien substituía la ciencia de todo lo que uno quiere, el arte desaparecía con aquélla, por cuanto es una parte de la actividad humana.

El arte ha existido en todos los pueblos y existirá mientras que lo que llamamos religión sea mirado como la ciencia única. En nuestro mundo europeo, el arte se refugió en la iglesia, y fue el arte verdadero en tanto que ésta representó la ciencia del destino y del verdadero bien y que su doctrina fue considerada como la ciencia verdadera; pero, desde que el arte salió de la Iglesia para dedicarse a la ciencia y que la ciencia se dedicó a cualquier cosa, el arte perdió toda su importancia, y a pesar de sus derechos testimoniados por su antigua gloria y de la absurda afirmación del arte para el arte, que únicamente prueba que hemos perdido el sentimiento de su misión, el arte se ha convertido en un oficio que proporciona a las personas sensaciones agradables, y que se confunde fatalmente con las artes coreográfica, culinaria, capilar y otras, cuyos adeptos se llaman artistas, con el mismo título que los poetas, los pintores y los músicos de nuestro tiempo.

Si miras detrás de ti, verás en un periodo de millares de años y en la masa de millares de millones de personas que han vivido, emergir algunas decenas escasas de Confucios, de Budhas, de Solones, de Sócrates, de Salomones, de Sénecas y de Horneros. Verdad es que hubo pocos de ellos entre los hombres, siquiera entonces el género humano entero, y no una sola casta, contribuyese a formar a aquellos verdaderos sabios y verdaderos artistas, productores del pasto espiritual. No en vano los estimó tanto la humanidad, y los sigue estimando todavía.

Pero hoy se dice, por los que lo dicen, que todos aquellos grandes maestros antiguos de la ciencia y del arte no son ya necesarios. Hoy, los maestros de la ciencia y del arte cabe fabricarlos en virtud de la ley de la división del trabajo, y hemos fabricado en diez años más que los que han nacido entre los hombres desde el principio del mundo. Hoy tenemos la 124

corporación de los sabios y de los artistas, que nos prepara, siguiendo un procedimiento perfeccionado, todo el pasto espiritual que el género humano necesita, y esa corporación lo prepara en tan gran cantidad, que ya no tenemos precisión de invocar a los predecesores antiguos ni modernos. Hay que barrer de nuestra inteligencia y de nuestra memoria la actividad del periodo teológico y metafísico: la verdadera y razonable actividad vio la luz hará unos cincuenta años, y durante esos cincuenta años hemos fabricado tantos hombres grandes, que se cuentan lo menos diez por cada ciencia, y hemos creado tantas ciencias (verdad es que se las ha creado, como dijimos, con gran facilidad, añadiendo a una palabra griega las terminaciones logia o grafíay dando a la palabra compuesta el título de ciencia), hemos creado tantas ciencias, que no bolo le es imposible a un hombre conocerlas ya, sino que hasta le es imposible retener en la memoria la nomenclatura de las existentes, pues bastaría a formar, por sí sola, un gran diccionario, no obstante lo cual, siguen creándose todos los días ciencias nuevas.

Han hecho nuestros llamados sabios lo que aquel profesor finlandés que enseñaba a los niños la lengua de Finlandia en vez de la francesa. La enseñaba perfectamente; pero, por desgracia, excepto yo, nadie la comprendía y tocios dijeron que aquello eran inútiles bagatelas.

Eso, por otra parte, puede explicarse también de este modo: Si los hombres no comprenden toda la utilidad de la filosofía científica, es porque aún se hallan bajo la influencia del periodo teológico, de aquel periodo pretérito en que el pueblo entero, y lo mismo entre los judíos que entre los chinos, lo mismo entre los indios que entre los griegos, comprendían todo cuanto les decían sus grandes maestros.

Pero, cualesquiera que fuesen las causas, el hecho es que las ciencias y las artes existieron siempre, y que mientras verdaderamente existieron, fueron necesarias y accesibles a todos los hombres. Nosotros producimos algo a que damos el nombre de ciencias y de artes, pero resulta que ese algo que producimos no es necesario ni accesible a los hombres, y de ahí que, por lindas que sean las cosas que producimos, no tenemos el derecho de darles el nombre de ciencias y de artes.

XIV

—Pero eso que hacéis—me dirán—no es más que dar otra definición más restringida de la ciencia y del arte, definición en desacuerdo con la ciencia: la actividad científica y artística fue siempre la misma y sigue siendo la misma que tuvieron los Galileo, los Homero, los Bruno, los Miguel Ángel, los Beethoven y todos los sabios y artistas de igual o de menor cultura que sacrificaron su vida a la ciencia y al arte y que fueron y siguen siendo los bienhechores del género humano.

He ahí lo que se dice y se redice, tratando de olvidar el nuevo principio en que se apoyan la ciencia y el arte para reivindicar hoy una situación privilegiada, y lo que nos permite decidir, con pruebas y en escala cierta, si la actividad que toma el nombre de ciencia y de arte tiene o no el derecho de enorgullecerse así.

Cuando los sacrificadores de Egipto o de Grecia elaboraban sus misterios, ignorados de la multitud, y decían que aquellos misterios contenían en sí toda la ciencia y todo el arte, yo no hubiera podido comprobar, por sus servicios prestados al pueblo, la verdad de su ciencia, de aquella ciencia que se apoyaba, según ellos decían, en lo sobrenatural; pero hoy tenemos una definición muy precisa y muy clara de la actividad de la ciencia y del arte, definición que excluye todo lo sobrenaturaclass="underline" la ciencia y el arte se enderezan a consagrar la actividad del cerebro del género humano al servicio de la sociedad o del género humano en su totalidad.

Esta definición de la ciencia y del arte por la doctrina nueva, es absolutamente justa; pero, desgraciadamente, la actividad de las ciencias y de las artes actuales no se compagina con ella. Los unos producen cosas nocivos; los otros, cosas inútiles, y los demás cosas indiferentes que no convienen más que a los ricos. No abrigan los propósitos consignados en su definición, y tienen, por lo tanto, tan poco derecho a considerarse los representantes de la ciencia y del arte, como un clérigo pervertido, que no llenase los deberes por él contraídos, tendría en considerarse como el depositario de la verdad divina.