Miro siempre a este hombre como quien mira un espejo: en él me veo yo mismo y veo a toda nuestra clase. Pasar por todos los grados para vivir callejeando y recibir letra abierta en un Banco, mientras que los aldeanos, a quienes la invención de las máquinas allana todas las dificultades, arreglan 139
todos los negocios: tal es la fórmula de la religión insensata de las gentes de nuestro mundo.
Cuando preguntamos lo que debemos hacer, no preguntamos nada: afirmamos únicamente (sin tener los escrúpulos del serenísimo príncipe Blochine, que ha pasado por todos los grados y ha perdido por completo la razón) que no queremos hacer nada. El que tenga sentido común no puede decir eso, porque, por una parte, todo cuanto consume ha sido producido por la mano de los hombres, y por otra parte, todo hombre sensato, tan luego como se ha levantado de la cama y ha tomado el desayuno, siente la necesidad de trabajar con las piernas, con los brazos y con el cerebro. Para encontrar trabajo basta quererlo: el que considera vergonzosa toda ocupación, como la bariniaque ruega a su huésped que no se moleste en abrir la puerta y que espere a que ella llame a un criado para que lo haga, ése es el único que puede preguntarse: «¿Qué hacer en particular?» No es lo esencial inventar un trabajo, porque los hay de sobra para uno mismo y para los demás, sino desprenderse de esta opinión criminal, referente a la vida, de «que uno come y duerme por propio placer» y asimilarse esta otra con la cual ha crecido y vive el trabajador: «Que el hombre es, ante todo, una máquina que se conserva por medio del alimento; que es imposible y vergonzoso comer sin trabajar en el estado más impío y más contrario a la naturaleza, y por lo tanto, el más peligroso, el más análogo a la sodomía».
Téngase conciencia de esto, y el trabajo no faltará, y será siempre regocijado y responderá a las necesidades del cuerpo y del espíritu.
XXI
Mi nueva vida me ofreció el siguiente aspecto: El día está dividido por las comidas en cuatro partes, para cada hombre, o en cuatro tirones, como dicen los mujiks: El primero, hasta el desayuno: el segundo, desde el desayuno hasta la comida; el tercero, desde ésta hasta merienda, y el cuarto, desde la merienda hasta la cena.
La actividad del hombre, que es para él una necesidad, por impulso de la naturaleza, se divide en cuatro géneros: Primero, la actividad de la fuerza muscular, o sea el trabajo de las manos, las piernas y las espaldas, trabajo penoso que hace sudar; segundo, la actividad de los dedos y de los puños, que constituye la habilidad del oficio; tercera, la actividad del espíritu y de la imaginación; y cuarta, la tendencia a asociarse con los demás hombres, o sea la sociabilidad.
También se dividen en cuatro partes los bienes de que el hombre hace uso: En primer lugar, los productos de un trabajo penoso, como son el pan, 140
el ganado, las casas, los pozos, los estanques, etc.; en segundo lugar, los productos de los diferentes oficios, como son los vestidos, las botas, los utensilios, etc.; en tercer lugar, los productos de la actividad intelectual, como son las ciencias, las artes, etc.; y en cuarto lugar, las relaciones establecidas entre los hombres.
Deduje que lo mejor sería desarrollar diariamente las cuatro formas de la actividad y disfrutar de las cuatro clases de bienes de que el hombre hace uso, de modo que una parte del día, el primer tirón, estuviese dedicado al trabajo penoso; el segundo, al trabajo intelectual; el tercero, al de un oficio, y el cuarto, a las relaciones sociales.
Creí que sólo de esa manera se aboliría la falsa división del trabajo que reina en nuestra sociedad y que en su lugar se establecería una justa distribución, que no turbara la felicidad del hombre.
Yo, por ejemplo, me he ocupado toda la vida en el trabajo intelectual. Yo me decía que dividía mi trabajo de tal suerte que los originales, es decir, mi trabajo del espíritu era mi ocupación esencial, y que las demás ocupaciones necesarias las encargaba (u obligaba a hacer) a otros. Pero este arreglo, que parecía muy cómodo para el trabajo intelectual, era, por el contrario, perfectamente incómodo, aun prescindiendo de mi injusticia.
Toda mi vida había subordinado mis comidas, el sueño y mis distracciones a las horas que dedicaba a aquella tarea esencial, y fuera de ella nada hacía.
De esto resultaba, en primer término, que restringía mi campo de observación: con frecuencia carecía de medios de estudio; a menudo me proponía describir la vida de las gentes (objetivo acostumbrado de toda la actividad intelectual) y reconocía la insuficiencia de mi saber, viéndome obligado a instruirme y a interrogar, sobre cosas familiares, a cualquiera menos absorto que yo en una tarea especial.
En segundo término, que me sentaba a escribir sin sentir interiormente la menor necesidad de hacerlo, y nadie me pedía originales por el mérito que pudieran tener mis pensamientos, sino por mi firma, para el reclamo: trataba de exprimir la imaginación, y a veces producía algo malo, y otras nada, y esto me desconsolaba y entristecía.
Pero desde que reconocí la necesidad del trabajo físico y grosero y el trabajo de un oficio, variaron las cosas. Mis ocupaciones eran, sin duda, modestas, pero ciertamente útiles, regocijadas é instructivas para mí, y no las dejaba para coger la pluma, sino cuando sentía la necesidad de hacerlo o cuando me pedían verdaderamente originales.
De tales demandas dependía entonces la índole de mi obra especial, y por lo tanto, su utilidad. Así, resultaba que aquellos trabajos físicos, necesarios 141
para mí como para todo hombre, no solamente no impedían mi actividad especial, sino que eran la condición necesaria de la utilidad, bondad y regocijo de aquella actividad.
La organización del pájaro obedece a la necesidad que tiene de volar, de andar, de picotear, de mirar, y cuando hace todo eso, se le ve satisfecho y alegre, y entonces es un pájaro. Lo mismo ocurre con el hombre: cuando anda, vuelve, se levanta, se sienta y trabaja con los ojos, los dedos, los oídos, la lengua y el cerebro, se siente satisfecho, y únicamente entonces es un hombre.
El que haya reconocido la misión que tiene de trabajar, se sentirá impulsado naturalmente hacia esa alternativa del trabajo que conduce a la satisfacción de sus necesidades exteriores e interiores, y no cambiará ese orden alternado más que cuando sienta en sí un impulso irresistible hacia una tarea exclusiva, exigida por sus demás ocupaciones.
Es tal la esencia natural del trabajo, que la satisfacción de todas las necesidades del hombre reclama esa misma alternativa de las diversas formas del trabajo que hace de éste, no una carga, sino un placer. La falsa creencia de que el trabajo es una maldición, es la única que ha podido persuadir a los hombres a eximirse de él en sus diferentes formas, es decir, a usurpar el trabajo de otros, porque el trabajo especial de los unos impone a los otros una ocupación forzada, y esto es lo que han dado en llamar la división del trabajo.