– ¿Por qué habría de querer drogarse?
– ¡Porque le gusta la sensación que le produce!
Georgie tuvo el presentimiento de que, por primera vez en su vida, Bramwell Shepard estaba diciendo la verdad. Entonces se acordó de que él se había enfrentado a aquella mujer y que parecía muy enfadado. Levantó el trozo de sábana que arrastraba por el suelo y se dirigió a él dando traspiés.
– ¿Sabías que los martinis contenían droga? ¿Lo sabías y no impediste que me lo tomara?
– No lo sabía. No hasta que terminé el mío, te miré y vi que no me repelías del todo.
Alguien llamó a la puerta y una voz anunció «servicio de habitaciones».
– Métete en el dormitorio -siseó ella-. ¡Y dame esa bata! La prensa del corazón tiene informantes por todas partes. ¡Deprisa!
– Si vuelves a darme otra orden…
– ¡Por favor, date prisa, capullo!
– Me gustabas más cuando estabas borracha.
Bram se quitó la bata, la colgó del brazo de Georgie y desapareció. Ella lanzó la sábana detrás del sofá y se anudó el cinturón de la bata camino de la puerta.
El camarero entró el carrito de la comida y dejó los platos en la mesa, que estaba debajo de una lámpara de araña de tonos dorados. Georgie oyó que la ducha se encendía. Se correría la voz de que no había pasado la noche sola. Por suerte, nadie sabía con quién, lo que actuaría a su favor.
El camarero por fin se fue. Georgie se sirvió un café de inmediato, se acercó a los ventanales e intentó recobrar el autodominio. Abajo, los turistas se habían congregado para ver el espectáculo de la fuente del Bellagio. ¿Qué había ocurrido en el dormitorio durante la noche? No se acordaba de nada. Aunque, la primera vez…
El día en que Bram y ella se conocieron, Georgie tenía quince años y él diecisiete. Su atractivo la había dejado muda, pero él la desdeñó con un gruñido de aburrimiento y un único parpadeo de sus engreídos ojos lavanda. Como es lógico, ella se enamoró perdidamente de él.
Las advertencias de su padre en contra de Bram no hicieron más que intensificar su enamoramiento. Bram era arrogante, malhumorado, indisciplinado y guapísimo. Pura miel para una romántica de quince años. Sin embargo, durante las dos primeras temporadas, él la ignoró, salvo cuando estaban rodando. Georgie podía estar en la portada de una docena de revistas para adolescentes, pero no dejaba de ser una niña flacucha de ojos saltones, mejillas coloradas y boca de buzón. Tenía la cara siempre llena de granos por el maquillaje que se veía obligada a ponerse y su pelo naranja y rizado del personaje de Annie la hacía parecer todavía más niña. Salir con unos cuantos actores adolescentes y guapos no aumentó su autoconfianza, pues su padre había amañado las citas por razones publicitarias. El resto del tiempo Paul York la tenía atada y bien atada, a salvo de los vicios de Hollywood.
El atractivo aspecto de Bram, sus modales engreídos y su actitud de chico duro encendían todas sus fantasías. Ella nunca había conocido a nadie tan salvaje, tan poco necesitado de agradar. Georgie se reía escandalosamente para llamar su atención, le compraba regalos: un CD nuevo que tenía que escuchar, bombones que eran los mejores del mundo, camisetas divertidas que él nunca se ponía; memorizaba chistes para contárselos, se mostraba conforme con todas sus opiniones, y hacía todo lo que podía para gustarle, pero, a menos que las cámaras estuvieran rodando, bien podría haber sido invisible.
El contraste entre la dura infancia de Bram y el papel de niño pijo y digno que representaba le fascinaba. Georgie conoció la historia de Bram gracias a sus amigos de la infancia, unos chicos bulliciosos e imbéciles que merodeaban por el plató.
Bram creció en el South Side de Chicago. Desde los siete años, cuando su madre murió de una sobredosis, había tenido que cuidar de sí mismo. Su irresponsable padre, un pintor ocasional de brocha gorda que confiaba en sus amigas para que le pagaran las cervezas, murió cuando Bram tenía quince años. Abandonó los estudios poco después y empezó a buscarse chanchullos. Un día, una adinerada divorciada de cuarenta años que trabajaba como voluntaria social lo vio y decidió acogerlo, quizás incluso en su cama, Georgie nunca estuvo segura de ese extremo. Aquella mujer pulió sus afiladas aristas y lo convenció para que trabajara de modelo. Cuando una afamada tienda de ropa para hombres de Chicago lo contrató para una campaña publicitaria, Bram dejó plantada a su benefactora. Después, asistió a clases de interpretación y, al final, consiguió un par de papeles en una compañía local de teatro, lo que lo llevó a la audición para interpretar el personaje de Skip.
Empezó la cuarta temporada de la serie. Georgie se prometió a sí misma que conseguiría que él dejara de verla como una molestia y reparara en que se había convertido en una atractiva mujer de dieciocho años. En julio empezaron a grabar exteriores en Chicago. Uno de los desastrosos amigos de Bram mencionó que éste había alquilado un yate para celebrar una fiesta el sábado por la noche en el lago Michigan. Como el padre de Georgie se iba a Nueva York aquel fin de semana, ella decidió invitarse a la celebración.
Se vistió con esmero para la ocasión: un vestido con diseño de piel de leopardo y la espalda descubierta y sandalias de plataforma. Cuando subió al yate vio que la mayoría de las mujeres iban vestidas con pantalones cortos y la parte alta del bikini. R. Kelly sonaba a todo volumen por los altavoces de cubierta. Todas las mujeres eran veinteañeras, el cabello resplandeciente, largas piernas y cuerpos sexys, pero Georgie tenía la fama y, mientras la embarcación se alejaba del muelle, ellas se separaron de los colegas de Bram para hablar con ella.
– ¿Puedes darme tu autógrafo para mi sobrina?
– ¿Asistes a clases de interpretación y esas cosas?
– ¡Qué suerte tienes de trabajar con Bram! ¡Es el tío que está más bueno del mundo!
Georgie sonrió y firmó autógrafos sin dejar de buscar a Bram con el rabillo del ojo.
Al final, él salió de la cabina. Vestía unos pantalones cortos arrugados y un polo de tono tostado. Llevaba a una mujer de cada brazo y una copa en la mano, y un cigarrillo colgaba de sus labios. Georgie lo quería tanto que verlo le dolió.
Apareció la luna y la fiesta se desmadró. Era exactamente el tipo de fiesta del que su padre siempre la había mantenido alejada. Una de las mujeres se quitó el sostén del bikini. Los hombres silbaron. Otras dos mujeres empezaron a besarse. A Georgie no le habría importado que se besaran si fueran lesbianas, pero no lo eran, y la idea de que dos mujeres se besuquearan sólo para ofrecer un espectáculo a los hombres le desagradó. Cuando empezaron a acariciarse los pechos la una a la otra, Georgie se dirigió al salón del yate, donde media docena de invitados merodeaban por el bar o estaban repantigados en un sofá semicircular de piel blanca.
El conducto del aire acondicionado envió una ráfaga de aire frío a los tobillos de Georgie. ¡Había puesto tantas esperanzas en aquella noche!, pero Bram ni siquiera le había dirigido la palabra. Los silbidos de la cubierta arreciaban. Ella no pertenecía a aquel ambiente. No pertenecía a ningún lugar que no fuera hacer muecas delante de una cámara.
Se abrió la puerta y Bram bajó los escalones con toda tranquilidad, solo. La esperanza de que la hubiera seguido hasta allí creció cuando él se sentó en una silla de diseño no lejos de ella y la miró de arriba abajo. La combinación de su corte de pelo pijo a lo Skip, su barba castaña de varios días y un tatuaje nuevo que rodeaba su delgado bíceps justo por debajo de la manga de su polo la conmovió. Bram deslizó una pierna por encima del reposabrazos de la silla y bebió de su copa sin dejar de mirarla.
Georgie intentó pensar en algo inteligente que decir.
– Una fiesta estupenda.