– Sabes que sólo lo soporto porque deseo su bonito cuerpo. ¡Lástima que sea hetero! -le dijo a Georgie.
– Eres demasiado exigente para desearlo -replicó ella.
– Vuelve a mirarlo -contestó Trev con sequedad.
No era justo. Bram debería estar muerto por sus excesos, pero el escuálido cuerpo que ella recordaba de Skip y Scooter se había robustecido y sus formas elegantes pero desperdiciadas se habían convertido en fuertes músculos y largos tendones. Por debajo de la manga de su camiseta blanca asomaba un tatuaje tribal que rodeaba su formidable bíceps y su bañador azul marino dejaba a la vista unas piernas con los tendones tensos y alargados de un corredor de largas distancias. Su pelo rubio y espeso estaba alborotado y su pálida piel, tan característica en él como una resaca, había desaparecido. Salvo por el aire de decadencia que, como una mala reputación, lo impregnaba, Bram Shepard tenía un aspecto sorprendentemente saludable.
– Ahora hace ejercicio -intervino Trev con un susurro exagerado, como si estuviera divulgando un jugoso escándalo.
– Bram no ha hecho ejercicio ni un solo día de su vida -replicó Georgie-. Consiguió sus músculos vendiendo lo que le quedaba de su alma.
Bram sonrió y volvió su cara de ángel malo hacia Georgie.
– Cuéntame algo más sobre ese plan tuyo de recuperar tu orgullo casándote con Trev. No es tan interesante como la conversación del vello púbico, pero…
Georgie apretó las mandíbulas.
– Te juro por Dios que si le cuentas algo de esto a alguien…
– No lo hará -contestó Trevor-. Nuestro Bramwell nunca se ha interesado por nadie que no sea él mismo.
Eso era cierto. Aun así, Georgie no soportaba saber que él había oído algo tan sumamente humillante para ella. Bram y Georgie habían trabajado juntos desde que él tenía diecisiete años hasta que cumplió veinticinco. A los diecisiete, su egocentrismo era inconsciente, pero conforme su fama crecía, Bram se volvió más y más irresponsable de una forma deliberada. No costaba mucho darse cuenta de que, con el tiempo, se había vuelto todavía más cínico y egocéntrico.
Bram flexionó una rodilla.
– ¿No eres un poco joven para haber renunciado al amor verdadero?
Georgie se sentía como si tuviera cien años. Su matrimonio de cuento de hadas había fracasado poniendo punto final a sus sueños de tener una familia propia y un hombre que la quisiera por sí misma y no por lo que pudiera hacer por la carrera de él. Georgie volvió a ponerse las gafas de sol mientras sopesaba el peligro que suponían los chacales que merodeaban en el exterior frente al peligro de la bestia que tenía delante.
– No pienso hablar contigo de este tema.
– Déjalo ya, Bram -intervino Trevor-. Ha tenido un año muy duro.
– Las desventajas de ser adorada -replicó Bram.
Trev resopló.
– Nada de lo que tú tendrás que preocuparte nunca.
Bram cogió el cóctel abandonado de Georgie, bebió un sorbo y se estremeció al notar su sabor.
– Nunca he visto al público tomarse de una forma tan personal el divorcio de una celebridad. Me sorprende que ninguno de tus enloquecidos fans se haya autoinmolado a lo bonzo.
– La gente se siente como si fuera familia de Georgie -comentó Trevor-. Crecieron con Scooter Brown.
Bram dejó el vaso.
– También crecieron conmigo.
– Pero Georgie y Scooter son básicamente la misma persona, mientras que tú y Skip no lo sois.
– ¡Gracias a Dios! -Bram se levantó de la tumbona-. Todavía odio a aquel niño pijo y gilipollas.
Sin embargo, Georgie quería a Skip Scofield. Todo en él le encantaba. Su gran corazón, su lealtad, la forma en que intentaba proteger a Scooter de la familia Scofield. La forma en que, al final, se enamoró de su ridícula cara redonda y su boca de goma elástica. Le gustaba todo salvo el hombre en que Skip se convertía cuando las cámaras dejaban de rodar.
Los tres habían vuelto a caer en sus viejos patrones de conducta: Bram atacándola y Trevor defendiéndola. Pero ella ya no era una niña y tenía que defenderse a sí misma.
– Yo no creo que odies a Skip. Creo que siempre quisiste ser Skip, pero estabas tan lejos de conseguirlo que fingías despreciarlo.
Bram bostezó.
– Quizá tengas razón. Trev, ¿estás seguro de que nadie se ha dejado algo de hierba por aquí? ¿Ni siquiera un cigarrillo?
– Estoy seguro -contestó Trevor al mismo tiempo que sonaba el teléfono-. No os matéis mientras lo cojo.
Trevor entró en la casa.
Georgie quería castigar a Bram precisamente por ser quien era.
– Hoy podría haber muerto arrollada. Gracias por nada.
– Estabas manejando la situación tú solita. Y sin papaíto. ¡Eso sí que ha sido una sorpresa!
Georgie lo miró con desprecio.
– ¿Qué quieres, Bram? Los dos sabemos que no has aparecido por accidente.
Él se levantó, se acercó a la barandilla y miró hacia la playa.
– Si Trev hubiera sido tan estúpido como para aceptar tu estrafalaria oferta, ¿qué habrías hecho con tu vida sexual?
– Como que eso es algo que voy a discutir contigo.
– ¿Quién mejor que yo para contárselo? -contestó él-. Yo estuve allí en el primer momento, ¿te acuerdas?
Georgie no podía soportarlo ni un segundo más, así que se volvió hacia los ventanales.
– Sólo por curiosidad, Scoot… -dijo él a su espalda-. Ahora que Trev te ha rechazado, ¿quién es el siguiente candidato para ser el señor de Georgie York?
Ella estampó en su cara una sonrisa burlona y se volvió hacia Bram.
– ¡Qué amable eres al preocupar a esa demoníaca cabezota tuya por mi futuro cuando tu propia vida es un auténtico desastre!
La mano le temblaba, pero la sacudió esperando que resultara un gesto gracioso y desenfadado, y entró en la casa. Trev acababa de colgar el auricular, pero ella estaba demasiado agotada para hacer otra cosa salvo pedirle que, al menos, considerara su propuesta.
Cuando llegó a Pacific Palisades, estaba tan tensa que le dolía todo. Ignoró al fotógrafo que había aparcado en la entrada de su jardín y tomó el estrecho camino que serpenteaba hasta una sencilla casa de estilo mediterráneo que podía haber cabido en la piscina de su anterior vivienda. No se había sentido capaz de quedarse en la casa que Lance y ella habían compartido. Ésta la alquilaba con muebles demasiado voluminosos para lo pequeñas que eran las habitaciones y techos demasiado bajos para lo gruesas que eran las vigas de madera, pero a ella todo eso no le importaba tanto como para buscar otra casa.
Abrió la ventana del dormitorio y fue a escuchar el contestador del teléfono.
«Georgie, he visto el estúpido artículo y…»
Borrar.
«Georgie, lo siento muchísimo…»
Borrar.
«Él es un gilipollas, cariño, y tú eres…»
Borrar.
Sus amigas tenían buenas intenciones, al menos la mayoría, pero su interminable compasión la asfixiaba. Para variar, desearía ser ella quien ofreciera consuelo en lugar de tener que recibirlo siempre.
«Georgie, llámame enseguida. -La voz seca de su padre llenó la habitación-. En el último ejemplar de Flash sale una fotografía que podría alterarte. No quiero que te coja desprevenida.»
«Demasiado tarde, papá.»
«Es importante que estés a la altura de las circunstancias. Le he enviado a Aaron un comunicado por correo electrónico para que lo publique en tu página Web contándole al mundo lo feliz que te sientes por Lance. Ya sabes que…»
Volvió a pulsar la tecla de borrar. ¿Por qué, aunque sólo fuera por una vez, su padre no podía comportarse como un padre en lugar de un representante? Su padre había empezado a construir su carrera cuando ella tenía cinco años, antes de que hubiera transcurrido un año desde la muerte de su madre. Él la acompañó a todas las pruebas para principiantes, contrató sus primeros anuncios para la televisión y la obligó a asistir a las clases de canto y baile que le permitieron conseguir el papel protagonista en la reposición de Broadway de Annie. A su vez, ese papel le permitió acceder a las pruebas para el personaje de Scooter Brown. A diferencia de tantos otros padres de niños estrella, su padre se había asegurado de invertir debidamente sus ingresos. Gracias a él, Georgie nunca tendría que trabajar y, aunque se sentía agradecida hacia él por haberse ocupado tan bien de su dinero, ella daría hasta el último centavo a cambio de tener un verdadero padre.