– ¿La caja de los fusibles?
– No importa, se lo preguntaré a Chaz.
Sus pasos se alejaron por el pasillo.
Georgie miró con fijeza el umbral vacío de la puerta. Su padre se comportaba de una forma realmente extraña desde el incidente de la piscina. Tenía que hablar con él. Hablar en serio, pero ¿acaso no llevaba años intentándolo?
Se volvió hacia el monitor. Su padre tenía buen ojo y Georgie deseó poder enseñarle sus filmaciones, pero ella necesitaba su apoyo, no sus críticas. Si al menos pudieran estar juntos y relajados…
Un recuerdo acudió a su memoria.
Una habitación pequeña y sencilla, una alfombra fea de color dorado, libros desparramados por todas partes… Sus padres estaban bailando… Entonces empezaron a hacerse cosquillas. Y a perseguirse por la habitación. Su padre saltó por encima de una silla. Su madre la cogió en brazos. «¿Qué vas a hacer ahora, tiarrón? Yo tengo a la niña.» Y los tres cayeron al suelo muertos de risa.
Su padre salió a cenar fuera, así que Georgie no pudo preguntarle si su recuerdo era real o no, aunque probablemente no habría conseguido nada, porque él tenía la costumbre de esquivar sus preguntas acerca del pasado. Al menos, le agradecía que no hablara mal de su madre, aunque era evidente que su matrimonio había sido un error.
A la mañana siguiente, Georgie despertó hecha un manojo de nervios. Sólo faltaba una semana para la fiesta. Su padre se había instalado en su casa. Ella tenía la audición más importante de su carrera para un papel que nadie creía que pudiera interpretar. Y ahora que su falso marido había conseguido el contrato para hacer la película, era posible que decidiera que ya no necesitaba sus cincuenta mil dólares mensuales y pasara de ella. El grano que le salió en la frente casi constituyó un alivio: un problema pequeño que no tardaría mucho en desaparecer.
Pasó el resto de la mañana en la peluquería, dándose reflejos en el pelo y depilándose las cejas. Cuando regresó a la casa, los nervios la embargaban. Estaba demasiado inquieta para concentrarse y prepararse para la audición, así que decidió coger la cámara y dirigirse fuera de la zona dominada por la prensa, quizás a Santee Alley. Allí entrevistaría a algunas de las mujeres que vendían imitaciones de los grandes diseñadores.
No había visto a su padre en toda la mañana, pero él apareció justo cuando ella bajaba las escaleras con la bolsa que contenía el equipo de filmación. Paul introdujo una mano en el bolsillo de sus pantalones caqui e hizo tintinear sus llaves.
– ¿Quieres ir a ver una película esta tarde?
– ¿Te refieres a ir al cine?
– Será divertido.
Aquella palabra sonaba rara en su boca.
– Creo que no -contestó Georgie.
– ¿Y qué tal si salimos a comer?
Ella tenía que acabar con aquello. Subió el asa de la bolsa más arriba en su hombro.
– No tienes por qué ser tan amable conmigo. Me pone nerviosa. Vamos, di lo que tengas que decir, que soy desagradecida y una mala hija, que no entiendo este negocio, que…
– Tú no eres desagradecida ni una mala hija, y no tengo nada más que decirte sobre eso. Sólo pensaba que te gustaría salir un rato. -Paul sacó las llaves de su bolsillo-. No importa. Tengo recados que hacer.
Y salió por la puerta principal.
Su extraña respuesta hizo que Georgie frunciera el ceño y lo siguiera.
A ella siempre le había encantado el porche delantero de la casa de Bram, con su suelo de baldosas azules y blancas y la arcada con columnas estucadas y en espiral. Una buganvilla violeta formaba una pared en un extremo y, recientemente, Chaz había añadido unas macetas más, un banco mexicano profusamente tallado y una silla de madera a juego.
– Espera, papá.
Sin pensárselo dos veces, Georgie hurgó en la bolsa.
La expresión de Paul pasó de inquisitiva a recelosa cuando su hija sacó la cámara y dejó la bolsa en el suelo.
– He tenido un sueño -dijo ella-. Bueno, más que un sueño, es un recuerdo… -La cámara era su escudo, su protección. La puso en marcha-. Un recuerdo de ti y mamá bailando y bromeando. Tú saltaste por encima de una silla. Los tres reíamos y… éramos felices. -Se acercó a su padre-. A veces tengo recuerdos como ése. Son producto de mi imaginación, ¿no?
– Apaga esa cámara.
Georgie tropezó con la esquina del banco e hizo una mueca de dolor, pero no dejó de grabar.
– Me los he inventado para esconder la verdad que no quiero ver.
– Georgie, por favor…
– Sé contar. -Rodeó el banco y enfocó a su padre con el objetivo-. Sé que te casaste con ella porque estaba embarazada de mí. Hiciste lo correcto, pero odiaste cada instante de vuestro matrimonio.
– Estás dramatizando.
– Cuéntame la verdad. -Georgie empezó a sudar-. Sólo por una vez, y no volveré a sacar el tema. No te culparé, podrías haberte desentendido pero no lo hiciste. Podrías haberme abandonado pero tampoco lo hiciste.
Él suspiró y volvió a subir las escaleras del porche, como si aquella fuera una fastidiosa reunión a la que no tuviera más remedio que asistir.
Georgie lo rodeó y retrocedió colocándose entre él y los escalones para que no pudiera escaparse.
– He visto las fotos de mamá. Era muy guapa y sé que le gustaba pasárselo bien.
– Apaga esa cámara, Georgie. Ya te he dicho que tu madre te quería, no sé qué más…
– También me dijiste que era muy atolondrada, pero sólo intentabas ser diplomático. -Su voz se volvió seria-. No me importa si ella sólo fue una aventura para ti, un ligue de una noche que salió mal. Yo sólo…
– ¡Ya está bien! -Paul apuntó el índice hacia la cámara. La vena de su cuello latía visiblemente-. ¡Apaga esa cámara ahora mismo!
– Ella era mi madre. Tengo que saberlo. Si no fue más que una aventura, al menos dímelo.
– ¡No, no lo fue! Y no vuelvas a decirlo nunca más. -Le arrancó la cámara de las manos y la lanzó contra el suelo, donde se hizo añicos-. ¡Tú no lo entiendes!
– ¡Entonces explícamelo!
– ¡Ella fue el amor de mi vida! -Sus palabras quedaron flotando en el aire.
Un escalofrío recorrió a Georgie. Miró fijamente a su padre. La angustia crispaba sus facciones. Ella se sintió mareada y temblorosa.
– No te creo.
Paul se quitó las gafas y se dejó caer en el labrado banco.
– Tu madre me tenía hechizado -dijo con voz áspera y ronca-. Era encantadora… La risa era algo tan natural en ella como la respiración. Era inteligente, más inteligente de lo que yo lo he sido nunca, y también divertida. Se negaba a ver la maldad en los demás. -Dejó las gafas a su lado con mano temblorosa-. Ella no murió en un accidente de tráfico, Georgie. Vio a un chico golpeando a su novia embarazada e intentó ayudarla. Él le pegó un tiro a tu madre en la cabeza.
– ¡No! -gimió Georgie.
Paul apoyó los codos en las rodillas y dejó caer la cabeza entre las manos.
– El dolor que sentí cuando la perdí fue superior a mis fuerzas. Tú no entendías adónde había ido ella y llorabas todo el tiempo. Y yo no podía consolarte. Apenas tenía fuerzas para alimentarte. Ella te quería tanto que no habría soportado que no me ocupara de ti. -Se frotó la cara con las manos-. Dejé de presentarme a las audiciones. No podía. Actuar requiere de una transparencia que yo ya no tenía. -Se pasó los dedos por el pelo-. No podía volver a pasar por algo así nunca más, así que me prometí que nunca amaría a nadie más como amé a tu madre.
A Georgie se le encogió el pecho con un profundo dolor.
– Y cumpliste tu promesa -susurró.
Él la miró y ella vio que las lágrimas pugnaban por rebosar de sus párpados.
– No, no la cumplí. Y no cumplirla mira adónde nos ha llevado.
Georgie tardó unos instantes en comprender lo que su padre le decía.
– ¿A mí? ¿A mí me quieres de esa manera?