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Bram se la arrebató y la lanzó al otro extremo del patio, donde aterrizó sobre una mesita.

– No te molestes en vestirte.

– Tranquilo.

Georgie se dirigió a la mesita contando despacio y en voz baja para no acelerarse, y dejando que sus caderas se contonearan bajo las diminutas braguitas moradas del bikini. ¿Quizás un último intento para conseguir que él se enamorara de ella? Pero él no lo hizo. Bram no se enamoraba, no porque fuera tan egoísta como creía, sino porque no sabía cómo hacerlo.

Se puso la parte de arriba del bikini y se sacudió el pelo.

– Tu viaje ha sido una pérdida de tiempo. Pronto regresaré a Los Ángeles.

– Eso me ha contado Trev. -Bram apretó los puños a sus costados-. Hablé con él, que está en Australia, hace un par de días, pero la historia completa la obtuve gracias a la prensa. Según Flash, los dos nos vamos a trasladar a la casa de Trev mientras él está rodando para así disfrutar de unas vacaciones en la playa.

– Mi asistente personal, que antes era tímido, se ha convertido en un portavoz fantástico ante los medios.

– Al menos alguien cuida de ti. ¿Qué ocurre, Georgie?

Ella intentó recobrar el dominio de sí misma.

– Yo voy a trasladarme a la casa de Trevor, pero tú no. Es una buena solución.

– ¿Una solución a qué? -Él se quitó las gafas de sol con ímpetu-. No lo entiendo. No entiendo qué ha sucedido, así, de repente, de modo que será mejor que me lo expliques.

Bram estaba distante y enfadado.

– Se trata de nuestro futuro -explicó Georgie-, de la siguiente fase. ¿No crees que ha llegado la hora de que sigamos con nuestras vidas? Todo el mundo sabe que estás trabajando, así que no resultará extraño que yo pase el verano en Malibú. Si quieres, Aaron puede seguir divulgando comunicados. Incluso puedes ir a Malibú un par de veces para dar un paseo muy público conmigo por la playa. Eso estaría bien.

Eso no estaría nada bien. Cualquier contacto que tuviera con él a partir de aquel momento, no haría más que prolongar su agonía.

– No es así como habíamos decidido manejar esto. -Introdujo la patilla de sus gafas en el cuello de su camiseta-. Tenemos un acuerdo. Un año. Y espero que lo cumplas hasta el último segundo.

Él había insistido en que su acuerdo sólo durara seis meses, no un año, pero Georgie dejó correr ese detalle.

– No me estás escuchando. -De algún modo, Georgie consiguió sacar a la luz la inocencia y espontaneidad de Scooter-. Tú estás trabajando. Yo estoy en la playa. Un par de apariciones públicas. Nadie sospechará nada.

– Tienes que estar en la casa. En mi casa. Y, por lo visto, no he oído tu explicación acerca de por qué no estás allí.

– Porque hace tiempo que debería haber empezado a fijar un nuevo rumbo a mi vida. La playa será un lugar estupendo para dar los primeros pasos.

La sombra de un tulipán africano ensombreció momentáneamente la cara de Bram cuando se acercó a Georgie.

– Tu vida actual ya está bien.

Aunque tenía el corazón roto, ella interpretó el papel de una mujer exasperada.

– ¡Sabía que no lo entenderías! Todos los hombres sois iguales. -Cogió su toalla y la apretó contra su pecho como si fuera el amuleto de un niño-. Voy a ducharme mientras tú te calmas.

Pero mientras se volvía para entrar en la casa, Bram logró que se detuviera de golpe.

– Vi la grabación de tu prueba.

Bram vio cómo la expresión de Georgie pasaba de la confusión a la comprensión y la curiosidad. Deseó cogerla por los hombros, zarandearla, obligarle a contarle la verdad.

Los dedos con que Georgie sujetaba la toalla flaquearon.

– ¿Te refieres a la cinta que me grabó Chaz?

– Es increíble -declaró él con lentitud-. Estás increíble.

Ella lo contempló con sus grandes ojos verdes.

– Clavaste el papel, como tú misma habías dicho -dijo Bram-. La gente me subestima como actor y nunca se me ocurrió que yo estuviera haciendo lo mismo contigo. Todos te hemos subestimado.

– Lo sé.

Su sencilla respuesta sacó de quicio a Bram. Él no sabía de lo que Georgie era capaz y, después de ver la cinta, se sintió como si le hubieran asestado un puñetazo en el estómago.

La noche anterior había contemplado la cinta en la oscuridad de su dormitorio. Cuando pulsó el botón de inicio, la pared vacía del despacho de Georgie apareció en la pantalla y oyó la voz de Chaz fuera de imagen.

– Estoy muy ocupada. No tengo tiempo para esta porquería.

Georgie apareció en pantalla. Iba peinada austeramente, con la raya en medio, y con un mínimo maquillaje: una base clara, nada de máscara, apenas un toque de raya en los párpados y un pintalabios rojo intenso que no podía haber sido menos adecuado para Helene. La cámara la grabó de cintura para arriba: una discreta chaqueta de traje negra, una camisa blanca y un intrincado collar de cuentas negras.

– Lo digo en serio -protestó Chaz-. Tengo que ir a hacer la cena.

Georgie se enfrentó al desaire de Chaz con el tono distante e imperioso de Helene, en lugar de responder con su forma de ser habitual, amistosa y vulnerable.

– Harás lo que yo te diga.

La chica murmuró algo que el micrófono no registró y se quedó quieta. Georgie hinchó el pecho levemente por debajo de la chaqueta y entonces una sonrisa fría y sarcástica curvó su mandíbula consiguiendo que sus rojos labios encajaran a la perfección con el papel.

– «¿Crees que puedes avergonzarme, Danny? Yo no me avergüenzo de nada. Avergonzarse es de perdedores, y aquí el perdedor eres tú, no yo. Tú eres un cero a la izquierda. No eres nada. Todos lo sabemos desde siempre, incluso desde que eras un niño.»

Su voz era grave, de una frialdad letal y totalmente serena. A diferencia de las otras actrices que se habían presentado a la audición, Georgie no mostró ninguna emoción. Nada de dientes rechinantes ni dramatismo en la voz. Todo, en su interpretación, reflejaba contención.

– «No te queda ningún amigo en esta ciudad y, aun así, crees que puedes vencerme…»

Georgie interpretó las palabras con soltura. La frialdad y la fiereza flotaron detrás de su roja sonrisa, captando a la perfección el egocentrismo de Helene, su astucia, su inteligencia, y la absoluta convicción de que se merecía todo lo que estuviera a su alcance. Bram permaneció inmóvil, hechizado, hasta que ella, con aquella helada y oscura sonrisa en los labios, llegó al final de su texto.

– «¿Te acuerdas de cómo te burlabas de mí cuando íbamos al colegio? ¿De cómo te reías? Pues bien, ¿quién ríe ahora, payaso? ¿Quién es el que ríe ahora?»

La cámara seguía grabándola, pero Georgie no se movió, simplemente esperó, con todas las células de su cuerpo despidiendo rabia contenida, orgullo desbordante y determinación inquebrantable. La cámara tembló y se oyó la voz de Chaz:

– ¡Mierda, Georgie, ha sido…!

La pantalla se volvió negra.

Bram miró a Georgie, que estaba de pie frente a él, en el patio encalado, con el pelo recogido en un nudo sudoroso y despeinado, con la cara sin maquillar y la toalla de playa colgando de su mano, y durante un instante creyó que eran los ojos fríos y calculadores de Helene los que le devolvían la mirada: decididos, cínicos, astutos. Él se encargaría de solucionarlo.

– Esta mañana he despertado a Hank y le he hecho ver la prueba incluso antes de que tomara el café.

– ¿Ah, sí?

– Se ha quedado alucinado. Igual que yo. Ninguna de las actrices a las que hemos visto ha conseguido lo que tú, la complejidad, el talante sombrío…

– Soy una actriz. Eso es lo que hago.

– Tu actuación ha sido electrizante.

– Gracias.

La reserva de Georgie estaba empezando a sacarlo de sus casillas. Bram esperaba que se jactara y le dijera que ya se lo había dicho, pero como Georgie no reaccionó de esa manera, él volvió a intentarlo.