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Chaz frunció el ceño.

– ¡Vamos, deja de poner esa cara! Aaron ya lo sabe.

¿Ah, sí? Eso Georgie no se lo esperaba.

– Si Chaz no estudia -intervino Aaron-, no tiene que preocuparse por si catea. Tiene miedo.

– Eso es una chorrada.

Georgie se rindió.

– Estoy demasiado cansada para hablar de esto. Vete.

Naturalmente, Chaz no se movió, sino que la miró con desaprobación.

– Tienes pinta de estar perdiendo peso otra vez.

– Ahora mismo, nada me sabe bien.

– Eso ya lo veremos.

Chaz se dirigió a la cocina hecha una furia. Una vez allí, anduvo de un lado a otro con paso decidido, dando portazos con los armarios y abriendo y cerrando la nevera. Al poco rato, volvió con una ensalada y unos suculentos macarrones con queso. La comida casera era reconfortante, pero no tanto como tener a Chaz ocupándose de ella.

Georgie insistió mucho en que Chaz tomara prestado uno de sus bañadores y fuera a la playa.

«A menos que tengas miedo del agua.» Georgie se lo dijo con sorna, como retándola a ponerse el bañador. Sabía que Chaz odiaba enseñar su cuerpo y decidió que aquello sería una especie de terapia. Sintiéndose desafiada, Chaz se puso el bañador y después hurgó entre los trapos de Georgie hasta que encontró un albornoz corto de toalla con el que taparse.

Aaron estaba tumbado en una toalla de playa, leyendo una patética revista de videojuegos. Cuando lo conoció, él ni siquiera se acercaba al agua, pero ahora llevaba puesto un bañador blanco ribeteado de azul marino. Todavía necesitaba perder unos cuantos kilos, así que no estaba semibueno, pero había empezado a hacer ejercicios con pesas y se le notaba. También gastaba dinero en cortes de pelo decentes y en las lentes de contacto.

Chaz se sentó al final de la toalla, de espaldas a Aaron. El albornoz ni siquiera le llegaba a la mitad de los muslos y ella metió las piernas debajo de la tela de algodón lo mejor que pudo.

Aaron dejó a un lado la revista.

– Hace calor. Vamos a bañarnos.

– No me apetece.

– ¿Por qué no? Una vez me dijiste que antes nadabas mucho.

– Sí, pero ahora mismo no me apetece. Eso es todo.

Él se sentó a su lado.

– ¡Eh, que no voy a abalanzarme sobre ti sólo porque vayas en traje de baño!

– Ya lo sé.

– Tienes que superar lo que pasó, Chaz.

Ella jugueteó con la arena con un palo.

– Quizá no quiera superarlo. Quizá quiera asegurarme de que no lo olvido nunca para no volver a caer en lo mismo.

– Nunca volverás a caer en algo así.

– ¿Cómo lo sabes?

– Por pura lógica. Supongamos que vuelves a romperte un brazo, o incluso una pierna. ¿De verdad crees que Bram te echaría? ¿O que Georgie no se ocuparía de ti, o que yo no te dejaría quedarte en mi apartamento? Ahora tienes amigos, aunque, por tu forma de tratarlos, uno nunca lo diría.

– He conseguido que Georgie coma, ¿no? Y no deberías haberle dicho lo de que tengo miedo de suspender.

– Tú eres inteligente, Chaz. Lo sabe todo el mundo menos tú.

Ella cogió una concha rota y deslizó la yema del pulgar por el borde.

– Podría haber sido inteligente, pero me perdí la mayor parte de la escuela.

– ¿Y qué? Para eso está el examen libre de graduado de secundaria. Y ya te dije que te ayudaría a estudiar.

– Yo no necesito ayuda.

Si Aaron le ayudaba, se enteraría de lo poco que ella sabía y dejaría de respetarla.

Pero él pareció comprender lo que ella estaba pensando.

– Si tú no me hubieras ayudado, yo todavía estaría gordo. Las personas son buenas en distintas cosas. Yo siempre fui bueno estudiando y ahora me toca a mí hacerte un favor. Confía en mí. No te trataré ni la mitad de mal de lo que tú me has tratado a mí.

Ella lo había tratado mal. Y a Georgie también. Chaz estiró las piernas. Su piel era pálida como la de un vampiro y, además, vio que se había saltado un trocito de piel al depilarse.

– Lo siento.

No debió de parecer que lo decía de corazón, porque él no se rindió.

– Tienes que dejar de tratar tan mal a las personas. Crees que así pareces dura, pero sólo das lástima.

Chaz se levantó de golpe.

– ¡No vuelvas a decirme eso!

Aaron levantó la vista hacia ella, que lo miró con furia, con los brazos colgando rígidos a los lados y los puños apretados.

– ¡Deja de decir chorradas, Chaz! -La voz de Aaron sonó cansada, como si se estuviera hartando de ella-. Ya va siendo hora de que empieces a actuar como un ser humano decente. -Se levantó con calma-. Tú y yo somos muy buenos amigos, pero la mitad del tiempo me avergüenzo de ti. Como cuando he oído las gilipolleces que le has soltado antes a Georgie. Cualquiera que tenga ojos puede ver lo mal que se siente. No tenías por qué hacerle sentirse peor.

– Bram se siente tan mal como ella.

– Eso no justifica tu forma de hablarle.

Parecía que Aaron estuviera a punto de considerarla un caso perdido. Chaz sintió deseos de llorar, pero antes se suicidaría, así que se quitó el albornoz y lo dejó sobre la arena. Se sintió desnuda, pero Aaron sólo la miraba a la cara. Cuando vivía en las calles, los hombres apenas la miraban a la cara.

– ¿Estás satisfecho? -le espetó.

– ¿Lo estás tú? -replicó él.

Chaz no estaba satisfecha con casi nada de ella misma, y estaba harta de sentir miedo. Salir de la casa de Bram la ponía nerviosa. Tenía miedo de obtener el título de graduado escolar. ¡Tenía miedo de tantas cosas!

– Si soy amable con los demás, se aprovecharán de mí -dijo.

– Si se aprovechan de ti -contestó Aaron con suavidad-, deja de ser amable con ellos.

A Chaz se le puso carne de gallina. ¿De verdad tenía que ser todo o nada? Pensó en todo lo que Aaron le había dicho, en lo de que ahora tenía amigos que cuidarían de ella. Ella odiaba depender de los demás, pero eso quizá se debía a que nunca había podido hacerlo. Aaron tenía razón. Ahora tenía amigos, pero ella seguía actuando como si estuviera sola en su lucha contra el mundo. No le gustaba que Aaron pensara que trataba mal a los demás. Tratar mal a los demás no la salvaría de nada. Chaz examinó sus pies.

– No me consideres un caso perdido, ¿de acuerdo?

– No puedo hacerlo -contestó él-, siento demasiada curiosidad por saber en qué te vas a convertir cuando madures.

Chaz lo miró y vio que tenía una extraña expresión en la cara. No miraba su cuerpo, ni siquiera la miraba fijamente, pero ella fue consciente de él de una forma que le hizo sentir… picor, sed… o algo.

– ¿Quieres ir a nadar o piensas quedarte aquí todo el día psicoanalizándome? -le preguntó.

– Voy a nadar.

– Ya me lo parecía a mí.

Chaz corrió hacia el agua sintiéndose casi libre. Quizás aquella sensación no le durara mucho, pero, de momento, resultaba agradable.

Georgie editaba película durante el día y merodeaba por las calles más pobres de Hollywood y West Hollywood durante la noche, con sólo su cámara y su famosa cara como protección. La mayoría de las muchachas a las que abordaba la reconocían y se mostraban muy dispuestas a hablar para la cámara.

Encontró un centro de asistencia sanitaria móvil que ayudaba a los chicos de las calles. Una vez más, ser famosa le resultó útil y los sanitarios le permitieron ir con ellos noche tras noche ofreciendo pruebas del sida y de enfermedades de transmisión sexual, asesoramiento ante las crisis, condones y educación sanitaria preventiva. Lo que Georgie oyó y vio durante aquellas noches le afectó mucho. Se imaginaba a Chaz entre aquellas muchachas y se preguntaba dónde estaría en aquellos momentos si Bram no hubiera intervenido para ayudarla.

Transcurrieron dos semanas y Bram no realizó ningún intento de ponerse en contacto con ella. Georgie estaba agotada hasta el punto de sentirse aturdida, pero no podía dormir más que unas pocas horas antes de despertar sobresaltada, con el camisón empapado de sudor y las sábanas enrolladas en su cuerpo. Añoraba vivamente al hombre que creía que era Bram, el hombre que albergaba un corazón tierno detrás de su cínico exterior. Sólo su trabajo y saber que había hecho lo correcto al no vender su alma por una venganza, evitaban que cayera en la desesperación.