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Varias veces se había preguntado qué llevaría Rina debajo de aquella ropa tan ancha. Y aquella noche se había llevado una buena sorpresa. Primero había visto su sostén blanco, de encaje. Y ahora, la veía sin nada, desnuda.

– Un caballero se excusaría y se marcharía de aquí ahora mismo -acertó a decir Rina.

El intento de ella por taparse resultaba ridículo. Se había cubierto los senos cruzándose de brazos, pero no eso no evitaba que pudiera ver todo lo demás.

Colin cerró entonces la puerta y dijo:

– No recuerdo haber dicho que fuera un caballero. Sobre todo, estando a tu lado.

– Mira, necesito entender lo que está pasando… -murmuró ella.

– ¿Qué es tan difícil de entender? Eres una mujer atractiva y me siento muy atraído por ti -dijo, dando un paso hacia ella.

– Ya. Y no te importa qué clase de Rina soy. Si la que se maquilla o la que no se maquilla. Si la que se pone extensiones para aumentar la longitud de su pelo o la que se lo deja tal cual -declaró, ansiosa.

– En efecto. Pero sé que la mujer que está aquí, en este momento, es la verdadera Rina. Tú me conoces igual que yo te conozco a ti, y puedes estar segura de que no te miento.

– ¿Mentirme? No, claro, tú nunca harías algo tan miserable y despreciable -dijo con ironía.

Rina rió y él se alegró de que tuviera tanto sentido del humor. Se acercó a ella. Estaban solos en un cuarto de baño y el resto de los invitados se encontraba muy lejos de allí. Incluso Emma se había marchado, y no le cabía la menor duda de que, de algún modo, la anciana era responsable directa de aquella situación.

Estaba decidido a aprovechar su oportunidad con Rina si ella también lo estaba. E iba a descubrirlo muy pronto.

Capítulo 5

Rina no sabía qué hacer. No quería pensar, no quería dudar. Sin embargo, lo deseaba tanto que finalmente descruzó los brazos.

– Supongo que eso es un sí -dijo él.

– Me alegra saber que entiendes las señales de las mujeres…

Colin suspiró, se inclinó sobre los senos de la joven y comenzó a lamer su piel. Sabía al champán que se había derramado.

Los pezones de Rina se endurecieron. Aquello era una maravillosa tortura. Se estaba tomando su tiempo, divirtiéndose y dándose un pequeño festín con su piel, hasta que estuvo tan excitada que no podía controlarse.

– Dime lo que quieres -dijo él con ojos brillantes.

– ¿Eso es lo que quieren los hombres? ¿Que se lo digan?

– No pienso contestar a esa pregunta. No soy el objeto de un artículo -dijo él, enojado.

Rina se sorprendió un poco, porque no estaba pensando en sus artículos al decir eso.

– No te lo he preguntado por esa razón.

– Entonces, ¿por qué?

– Porque yo… bueno, nunca he vivido una situación similar con ningún otro hombre. Siempre ha sido algo bastante directo y debo reconocer que nunca tuve el valor de pedir lo que me gustaba a mí -declaró, algo avergonzada por su propia ingenuidad-. Sólo quería saber por qué me preguntas por lo que deseo. ¿Es porque te importa, o únicamente porque te excita?

– Lo he preguntado porque quiero darte placer. Pero desde luego no me importaría que dijeras ciertas cosas sólo para excitarme…

Colin volvió de nuevo sobre sus senos y siguió lamiéndolos, explorándolos. El cuerpo de la mujer reaccionó de inmediato.

– Y ahora, dime de una vez lo que quieres.

– Quiero que dejes de jugar conmigo.

Colin dejó de lamer el seno que tenía ante su boca. Pero lejos de detenerse, pasó entonces al otro pecho.

– Confía en mí y dime lo que quieres -dijo él, mirándola con intensidad.

– Ponme en tu boca -dijo ella, entonces-. Agárrame el seno y mete mi pezón en tu boca…

Colin lo hizo.

– ¿Así?

– Mmm. Sí. Pero quiero más…

Él obedeció. La mordisqueaba con suavidad, o la lamía, o succionaba su pezón en un juego que desató la pasión de Rina.

Esta vez, Colin no hizo preguntas. Sencillamente, la alzó para que ella pudiera cerrar las piernas alrededor de su cintura y acto seguido comenzó a acariciarla íntimamente. Ella se apretó contra él y su mundo no tardó en estallar en un clímax sensacional e inesperado. Nunca había sentido nada parecido.

No había hecho el amor con él, pero las contracciones que recorrían su cuerpo eran tan intensas y vigorosas como si lo hubiera hecho.

– Oh, Dios mío…

Colin la dejó en el suelo y se pasó una mano por el pelo.

– Desde luego, sabes cómo volver loco a un hombre.

Entonces, Rina bajó la mirada y recordó que, a diferencia de ella, él no estaba ni mucho menos satisfecho.

– Colin…

– No, no digas nada. No quiero que hagas algo sólo a cambio de lo que te acabo de dar. Nuestra primera vez tiene que ser especial.

Rina se ruborizó y quiso decir algo, pero él se inclinó, tomó la blusa que había caído al suelo y se la dio. Después, se la puso abrochándola poco a poco. La sensación fue tan íntima, que ella sonrió.

– ¿Qué te parece tan divertido?

– Nada, solo estaba pensando.

– ¿En qué?

– En que he elegido al hombre correcto.

– ¿Por qué lo dices?

– Porque te preocupas verdaderamente por mí. Ningún hombre lo había hecho antes y es algo que siempre recordaré.

– Rina…

En aquel momento, alguien llamó a la puerta.

– Salimos enseguida…

Rina comprendió que había cometido un error e intentó corregirlo:

– Salgo enseguida -dijo de nuevo.

– Soy Corinne. Emma me ha dicho que Colin estaba en el piso superior.

– No quiero que nos encuentre aquí, juntos. No sería justo para ti -murmuró Colin a Rina.

– Quiero hablar con él sobre Joe -insistió Corinne.

– Oh, pues no está aquí…

Cuando la mujer se marchó, Colin se despidió de la joven y dijo:

– Te espero abajo.

Entonces, salió del cuarto de baño y la dejó sin más despedida que un guiño de complicidad. Pero ella no se quedó a solas. Su cuerpo aún le recordaba.

Colin pensó que no debía haberla tocado.

Quería cambiar las cosas en el periódico y eso implicaba que Rina perdería su puesto de trabajo, así que se dijo que habría sido mejor que se marchara sin tocarla, sin mirar atrás.

Pero lo había hecho y ahora estaba más sorprendido que nunca. Ya sabía que tenían una intensa complicidad intelectual; ahora, también sabía que esa misma intensidad se daba también en el terreno de lo físico. Cuando ella confesó que ningún hombre se había interesado por lo que le gustaba, decidió pasar a la acción y convertirse en la primera persona de su sexo en la que Rina pudiera confiar.

Corinne no tardó en localizarlo. Se acercó a él y preguntó:

– Quería hablar contigo sobre Joe.

– ¿Qué le ocurre?

– Ha sufrido un amago de infarto.

– ¿Cómo?

– Me acaban de llamar desde el hospital y llevo un buen rato intentando encontrarte en la casa.

– ¿Quieres que te lleve al hospital?

– Sí, por favor, no me siento con fuerzas para conducir.

Colin la tomó del brazo y la llevó hacia la salida. Corinne empezaba a parecerle más enigmática que nunca. Tan pronto parecía que su interés por Joe era verdadero como actuaba sin tener en cuenta los deseos de su marido.

– ¿Qué han dicho los médicos?

– Que está estable.

– Espérame un momento en el vestíbulo. Enseguida vuelvo.

Colin habló con Emma y con Logan para que supieran por qué se tenía que marchar y para que avisaran a Rina. Le habría gustado esperar allí para decírselo personalmente, pero el asunto era de extrema gravedad y no podía esperar ni un segundo.

Además, Corinne y Joe le acababan de dar la ocasión perfecta para conceder a Rina un poco de espacio y concedérselo a sí mismo. No sabía qué hacer con las emociones que lo dominaban. Nunca se había sentido tan conectado con una mujer.