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Sabía que en todo aquello había mucho más que sexo. Pero también sabía que al final le haría daño y que ella le haría daño a él.

Era mejor que mantuviera las distancias; al menos, de momento.

Rina aceptó otra copa de champán y se volvió hacia un hombre atractivo que la estaba mirando y que se pasó quince minutos hablando sobre su trabajo. La aburrió terriblemente, pero al menos le estaba prestando atención.

Colin, en cambio, la había abandonado. En lugar de pedirle que lo acompañara al hospital, la había dejado sola en la fiesta. Sin embargo, intentó no sentirse herida. A fin de cuentas, solo quería una relación superficial y Colin le acababa de demostrar que él tampoco deseaba otra cosa.

Enojada, intentó coquetear un poco con el desconocido y se interesó por su trabajo. En determinado momento, el hombre dijo:

– ¿Por qué no vienes a mi casa y te lo enseño?

Por suerte, Emma apareció de repente e intervino.

– Me temo que Rina ya tiene quien la lleve a casa -dijo la anciana mientras se la llevaba del brazo-. ¿Se puede saber qué estabas haciendo, Rina?

– Siguiendo con mi investigación.

– Pues no me parece muy justo que coquetees con alguien cuando realmente no estás interesada en absoluto. Así que déjalo en paz -declaró la mujer-. Te has enfadado porque Colin se ha marchado sin ti, y tampoco tienes razón en eso.

Rina sabía que había tenido que marcharse, pero no dijo nada sobre lo sucedido en el cuarto de baño ni sobre la sensación de quedarse sola después de aquello.

– Mi chófer te llevará a casa -dijo Emma-. Hablaremos mañana, cuando puedas pensar con más claridad.

– Tonterías. Yo la llevaré -dijo Stan, que se había acercado-. He oído cómo le dabas su dirección a tu chófer, y me viene de paso.

– Oír las conversaciones ajenas es de mal gusto…

– Y tu actitud también, pero yo no me quejo -espetó el hombre.

Era la primera vez que Rina veía que alguien ponía a Emma en su sitio, y a punto estuvo de estallar en carcajadas.

– Muchas gracias, Stan. Acepto la oferta si no te molesta llevarme -dijo la joven.

– No me molesta en absoluto. Hace siglos que ninguna jovencita se sienta en mi coche.

– Ya te he dicho que es un viejo verde -intervino Emma, molesta.

– Es todo un caballero, Emma.

– Está bien, que te lleve a casa. Total, yo me alegraría si no volviera a verlo -declaró la anciana-. Pero recuerda que Colin es un buen hombre y que tiene un gran corazón. Deberías darle la oportunidad de explicarse.

Cuando la anciana se alejó, Stan dijo:

– Emma miente. Yo le intereso y, antes de una semana, estará entre mis brazos.

– Eso espero…

De camino a casa, Stan le habló sobre el fallecimiento de su esposa y sobre lo mucho que tenía en común con Emma. Al parecer se conocían desde hacía años y tampoco él estaba de acuerdo con lo que su hijo, el juez, había intentado hacer con ella.

Veinte minutos después de llegar a casa, Rina entró en la ducha para quitarse los restos del champán. Pero no pudo quitarse el recuerdo de las caricias de Colin.

Estaba pensando que cada vez entendía menos a los hombres cuando alguien llamó a la puerta.

Acababa de secarse, así que se dirigió a la entrada.

– Ya voy…

Era un poco tarde, alrededor de la una de la madrugada. Sin embargo, Frankie tenía la costumbre de pasar por allí a esas horas para charlar un poco o compartir un helado de chocolate.

Convencida de que sería su amiga, abrió la puerta de par de par y dijo:

– Me alegro de verte.

– Bueno, al menos alguien se alegra.

– ¿Que te ha pasado? -preguntó a su amiga.

– Lo peor -respondió la mujer mientras entraba y se sentaba en el sofá-. ¿Pero qué tal te ha ido en tu primera cita en Nueva Inglaterra?

Rina cerró los ojos y recordó el contacto y el aroma de Colin.

– ¿Tan maravilloso ha sido? -preguntó Frankie-. ¿Puedes contarme cuál es el secreto para que las cosas salgan bien?

– No hay secreto alguno. No puedo decir que se aprovechara de mí porque yo lo deseaba tanto como él. Además, yo quedé satisfecha y él no. Pero cuando se marchó de la fiesta dejándome sola…

– Detente, no sigas. Será mejor que me lo cuentes todo desde el principio.

Rina se ruborizó al comprender que acababa de revelar que había pasado algo entre ellos.

– Emma nos tiró una copa de champán encima y subimos para cambiarnos de ropa. Y digamos que después tuvimos un… momento. Pero cuando bajé de nuevo a la fiesta, él se había marchado. Surgió una emergencia y tuvo que irse al hospital -explicó mientras se sentaba a su lado.

– ¿Estás muy interesada en él?

– Hace que me sienta bien…

– Bueno, es justo lo que querías. Algo superficial pero intenso.

– Es verdad, pero desafortunadamente me ha llegado aquí -dijo, llevándose una mano al corazón-. Sus padres murieron cuando era muy joven y tiene heridas que aún no se han curado.

– No estarás considerando la posibilidad de mantener una relación seria, ¿verdad?

– No sé, es que…

– Explícate.

– Digamos que me siento como si estuviera traicionando el recuerdo de Robert -confesó-. Colin despierta emociones en mí que él nunca despertó. Y eso me asusta.

– ¿Por qué? Si un hombre me hiciera lo que ese hombre te ha hecho a ti, yo no saldría nunca de su cama. Nada podría conseguir que me alejara de él.

Rina sabía que su amiga tenía razón.

– ¿Sabes lo que me asusta de verdad? Que le gusta ir y venir, y sé que se marchará al final.

– Entonces, tendrás que jugar fuerte para impedirlo.

– Si fuera tan fácil, no estaría a punto de devorar un helado de chocolate. Estaría con él.

– Pensaba que nunca ibas a ofrecerme ese helado -bromeó Frankie-. Pero por lo que me dices, no hay problema alguno. Hacía mucho tiempo que no estabas con un hombre, así que diviértete. Mantén las cosas a un nivel puramente físico y no pasará nada.

Rina se había repetido eso mismo muchas veces, pero las cosas con Colin eran tan complicadas, que ya no se lo creía.

Entonces, sonó el teléfono y corrió a contestar.

– ¿Dígame?

– Hola, Rina.

– Colin…

– Vaya, la noche comienza a ponerse interesante -murmuró Frankie.

– Sss -protestó Rina.

– Tengo que hablar contigo -dijo Colin-. ¿Te he despertado?

– No, estaba charlando con alguien.

– Sólo te he llamado para asegurarme de que te encuentras bien.

– Sí, estoy perfectamente. ¿Y Joe?

– Ha sufrido un amago de infarto. No parece que sea nada importante, pero naturalmente retrasará su recuperación. Los médicos le han dado una medicación para que no vuelva a suceder. Pero gracias por interesarte.

– ¿Se pondrá bien entonces?

– Sí -respondió-. Escucha, Rina… Siento haberte dejado sola en la fiesta.

La ronca y suave voz de Colin la estremeció.

– Lo comprendo.

– Entonces, no te molesto más. Te veré en el trabajo. Buenas noches, Rina.

– Buenas noches, Colin.

Cuando colgó, su amiga preguntó:

– ¿Aún estás insegura? Es obvio que ese hombre te interesa y que él está interesado en ti. Le importas tanto como para llamarte sólo para saber si estabas bien. En cambio, mi cita me dejó plantada.

– Supongo que tienes razón. Supongo que debería tener un poco de fe…

– Sí, desde luego.

– Es verdad -dijo Rina, más animada-. Además, ¿qué ejemplo voy a dar a mis lectores si reacciono de forma histérica en cuanto surge un inconveniente?

– Exacto. Y esa nueva actitud me gusta.

– A mí también. Soy la nueva mujer del nuevo milenio. Sé lo que quiero y cómo conseguirlo.