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Por fin, la segunda canción terminó y Logan se apartó de ella.

– Antes de volver a la mesa, quiero decirte algo.

– ¿De qué se trata?

– Es algo sobre Colin, que tal vez no sepas. Compartimos habitación en la universidad y lo conozco muy bien. Nunca presenta sus novias a los amigos y nunca las lleva a su casa. Incluso con Julie tardó mucho en hacerlo.

– ¿Quién es Julie?

– Eso tendrá que contártelo él. Sólo intentaba decirte que es obvio que eres alguien especial para Colin.

– Gracias, pero será mejor que volvamos o tu esposa se pondrá celosa…

Rina miró hacia la mesa. Cat acababa de pedir otra copa y estaba charlando con la camarera, completamente al margen de lo que sucedía en la pista. Su desinterés era tan evidente, que resultó obvio que lo había dicho porque deseaba estar con Colin.

– No me digas… Sospecho que lo que pasa es que prefieres estar con Colin que conmigo.

En aquel momento se acercó Colin y Logan volvió con su esposa.

Rina lo miró y se estremeció.

– ¿Tienes frío?

– No, pero caliéntame…

Colin la tomó entre sus brazos y los pezones de ella se endurecieron mientras el deseo humedecía su sexo. Necesitaba hacer el amor con él.

La pista de baile estaba llena, pero a pesar de todo consiguieron una cierta intimidad.

– ¿Ya has entrado en calor?

– Mmm… -respondió, con los ojos cerrados.

– ¿Rina?

Rina abrió los ojos de nuevo.

– ¿Sí?

Colin acarició entonces sus labios con un pulgar.

– ¿Quieres sentir aún más calor? -preguntó él con voz profunda y sensual.

– Quiero quemarme -respondió ella.

– Entonces, ¿a qué estamos esperando?

Colin la tomó de la mano y se marcharon del local.

Ya en el coche de Colin, Rina tuvo ocasión de pensar en todo lo que había cambiado desde que lo había conocido. Nunca había sentido una pasión tan intensa en toda su vida, pero por otra parte jamás se había sentido tan libre con ningún hombre.

Se mordió el labio y miró a Colin. La blanca nieve, en contraste con la oscuridad de la noche, le recordó por alguna razón a la mujer que era y a la que había sido. Colin respetaba a aquella mujer. Colin, el hombre que se había estremecido al verla con aquel vestido rojo.

Rina contempló su perfil mientras conducía. La simple visión de su rostro bastaba para que su pulso se acelerara.

– ¿Te importa si pongo algo de música? -preguntó ella.

– No, por supuesto que no.

– ¿Vamos a tu casa o a la mía?

– La mía está más cerca.

Ya habían acordado estar juntos. No necesitaron hablar de ello. Rina recordó el comentario de Logan; había dicho que Colin nunca llevaba a las mujeres a su casa. Definitivamente, aquello significaba algo.

– ¿Eso es una invitación, o una simple constatación de un hecho? -preguntó ella.

Colin rió.

– No juegues conmigo. Aunque me gusta que lo hagas… Y, por supuesto, es una invitación. Una que no suelo hacer, por cierto.

Colin la miró durante un instante, dominado por el deseo.

– Si es una invitación, acepto. Y debo añadir que no suelo aceptar invitaciones de ese tipo.

Dos o tres calles más adelante, Colin entró en un complejo de viviendas. El camino sólo estaba iluminado por alguna farola ocasional o por la luz de alguna casa, así que avanzaron en oscuridad y Rina se preguntó dónde estarían. Pero en aquel momento no le importó en absoluto. Ya lo descubriría por la mañana.

Cuando salieron del coche, se sorprendió. Había empezado a nevar de nuevo, pero estaba tan concentrada en sus pensamientos, que ni siquiera se había dado cuenta.

Colin se inclinó y la besó con suavidad, pero el beso se hizo enseguida más apasionado. Estaban allí por una razón y era evidente que Colin pretendía darle todo lo que deseara.

Cuando la tomó de la mano y la llevó a la casa, el sentimiento de anticipación y el deseo la habían superado por completo. Pero no tenía reservas ni dudas. Estaba preparada.

A pesar del frío que hacía en el exterior de la casa, Colin estaba ardiendo por dentro. Observó a Rina mientras se quitaba el abrigo, dejando al descubierto el rojo vestido que había elegido aquella noche.

– De no haber sido por la nevada que está cayendo, jamás habríamos llegado a entrar en la casa.

– ¿Por qué? -preguntó, maliciosa.

– Como si no lo supieras. Te deseo tanto, que viajar en el coche contigo, sin hacer nada, ha sido una tortura.

Ella echó los hombros hacia atrás, para que sus senos se levantaran un poco. Quería provocarlo, excitarlo.

– En ese caso, ¿por qué estamos perdiendo el tiempo con tantas palabras?

– No tengo la menor idea.

Rina sabía deliciosamente bien, pero él quería más. La tomó de los hombros y ella gimió al sentir el contacto de sus labios en la boca. Pero no se detuvo ahí. Después de besarla, descendió por su cuello y se detuvo un momento para morderla. Se llenó de su aroma, un olor muy femenino, totalmente suyo.

– Quiero sentir tu cuerpo desnudo -murmuró ella-. Quiero sentir tu piel, necesito saber lo que se siente…

Él sonrió. Le gustaba que aquella mujer lo sorprendiera.

La atrajo hacia sí y la abrazó, apretándose contra el cuerpo de Rina. Colin cerró los ojos y saboreó la intensa sensación.

– Yo diría que encajamos perfectamente.

– Entonces, desnudémonos y veamos si es cierto…

Colin no necesitaba una segunda invitación. Llevó una mano a la cremallera del vestido y se lo quitó rápidamente. Pero no era lo único que llevaba de color rojo. Sus braguitas y su sostén también lo eran.

– Creo que he muerto y que estoy en el cielo -dijo él.

– ¿Te importa llevarme contigo?

– Por supuesto que no.

Colin estaba muy excitado. Intentó quitarse la camisa, pero antes de que pudiera terminar, ella se adelantó y terminó el trabajo.

– No vayas tan despacio, Colin. La lentitud tiene su momento y su lugar, pero ahora quiero ir deprisa.

Colin asintió y le quitó el sujetador. La visión de sus generosos senos lo volvió loco, y un segundo después descendió hacia sus braguitas para quitárselas.

– Siempre me he preguntado si llevarías calzoncillos o slips…

Colin se quitó los pantalones y enseguida ella supo la respuesta. Llevaba calzoncillos, y estaba tan excitado que su pene amenazaba con romper la prenda.

Incapaz de contenerse por más tiempo, la llevó al sofá de cuero y dejó la ropa en el suelo. Después, se tumbó sobre ella. Su cuerpo era suave, cálido y húmedo.

La besó con hambre, dejando libre, por fin, toda la tensión sexual que habían estado acumulando a lo largo de toda la semana. No podía cansarse de ella. No tenía nunca suficiente. Quería entrar en su cuerpo, pero prefirió tomárselo con calma, disfrutar de cada segundo. Colin había cerrado los ojos durante un momento, y al abrirlos de nuevo, vio que ella lo estaba mirando, con un brillo de deseo.

Habían estado jugando mucho tiempo, alimentando la atracción que sentían con contactos eróticos y promesas silenciosas. Pero había llegado el momento de hacer realidad aquellas promesas.

Rana lo sorprendió entonces cerrando las piernas alrededor de su cintura y arqueándose y frotándose contra él una y otra vez. Era una situación muy peligrosa. Si seguía haciendo eso, podía alcanzar el orgasmo sin siquiera haber entrado en su cuerpo.

Debía actuar con rapidez.

– Los preservativos están en mi dormitorio -acertó a decir.

– También hay en mi bolso. Está en el suelo, a tu lado. Pero ahora estoy tomando la píldora y no es preciso que tomemos más precauciones porque no he estado con ninguna otra persona desde que murió mi marido.