Capítulo 1
– Recuerda lo que te digo, Joe. El sexo acabará con el mundo.
Colin Lyons miró hacia la cama del hospital, donde dormía su mentor y padre adoptivo.
Por fortuna sólo dormía, no estaba muerto. Cuando le dijeron que Joe había sufrido un infarto, Colin regresó inmediatamente al país. Estaba en Sudamérica, pero corrió a tomar un avión y, ahora, una semana más tarde, se encontraba en la habitación de un hospital observando los monitores de los aparatos que demostraban que Joe seguía vivo. En el exterior, la nieve caía lentamente y le recordaba que era Navidad.
Había dejado su trabajo para hacerse cargo del Ashford Times hasta que Joe se recuperara, pero había descubierto que le habían usurpado el puesto. Al parecer, hacía tiempo que Joe no se encontraba bien, pero en lugar de pedirle ayuda había dejado el diario en manos de su segunda esposa, Corinne, una abogada que prácticamente había conseguido arruinar el legado de Joe.
Se sintió culpable por no haber estado a su lado cuando lo necesitaba. Y para empeorar las cosas, Joe había pensado que su salud no era tan importante como para dirigirse a él.
Volvió a mirar hacia la cama. Los médicos le habían dicho que se recobraría totalmente, y de hecho ya se estaba recuperando. Pero ni al Ashford Times ni al propio Colin les sobraba el tiempo.
– Corinne está hundiendo el diario -dijo a Joe, que por supuesto no podía oírlo-. Lo ha convertido en un periódico sensacionalista donde se publican ecos de sociedad y columnas de sexo para ancianos.
En realidad, Colin no sólo estaba molesto con Corinne por haber destrozado un periódico serio, sino también por su nefasta gestión económica. Había llevado el proyecto al borde de la bancarrota, y acto seguido, había pensado estúpidamente que podía solucionar el problema ella sola. Incluso le había dado una columna a Emma Montgomery, una mujer de avanzada edad, la abuela de su mejor amigo, que hasta entonces trabajaba en las oficinas.
– Las intenciones de Emma son buenas, pero ese asunto de escribir columnas sobre vida amorosa está yendo demasiado lejos. Parece que lo ha contaminado todo con su espíritu navideño. Cuando entré en la redacción, Marty Meyers me saludó con un beso en los labios.
Marty era el secretario de Joe. Era homosexual, y en aquel momento no le había hecho demasiada gracia. Pero ahora, recordando lo sucedido con más objetividad, debía admitir que la escena había resultado muy divertida.
Sin embargo, la situación general distaba de ser graciosa. Colin sospechaba que Joe no era consciente de la situación financiera del Ashford Times, y no quería contárselo para no perjudicar su recuperación. Además, ya había conseguido que las cosas estuvieran temporalmente bajo control.
Colin había pedido un préstamo a Ron Gold, un viejo amigo de Joe que también creía que el periódico debía volver a ser un periódico serio. Colin estaba totalmente de acuerdo, de modo que le prometió que haría todo lo que estuviera en su mano.
Sabía que podía influir en Corinne, pero necesitaba tiempo, y Ron lo había entendido. Por desgracia, el principal anunciante del Ashford Times, Fortune's Inc., no estaba dispuesto a esperar. Exigía que el periódico volviera a concentrarse en las noticias y dejara a un lado las columnas frívolas que ahora incluso aparecían en portada.
La empresa estaba decidida a retirar su publicidad el día uno de enero si no se actuaba de inmediato. Y en tal caso, el préstamo de Ron Gold no serviría de nada.
No tenía mucho tiempo, pero no sabía cómo conseguir su objetivo con una mujer que no escuchaba nunca.
En aquel preciso instante, Corinne entró en la habitación del hospital.
– Hola, Colin. ¿Cómo está Joe?
Corinne se acercó a su ex marido y lo tocó en la frente, pero el delicado gesto no engañó a Colin. Siempre le había parecido una mujer fría y egoísta. Sin embargo, había estado fuera la mayor parte de los dos últimos años y se dijo que tal vez no la conociera bien.
– Está durmiendo.
La mujer asintió y se quitó el abrigo. Debajo, llevaba un vestido escotado, de diseño, muy acorde con la deriva frívola que había impuesto en el periódico.
Colin miró su reloj. Eran casi las tres.
– ¿Un largo día en redacción? -preguntó él.
– No, ha sido un día fabuloso -respondió, con ojos brillantes-. Espera a leer la primera columna de Rina.
Colin ya había oído hablar de Rina Lowell. Acababa de empezar a trabajar en el periódico y sentía una gran curiosidad por ella, en muchos aspectos.
Rina tenía la piel muy clara y no se maquillaba nunca, detalle que fascinaba a Colin porque no era en modo alguno tan común. Siempre llevaba el pelo recogido, y estaba deseando soltárselo y ver hasta dónde llegaba. Tenía una voz ligeramente ronca, con acento neoyorquino, y ocultaba su cuerpo tras prendas anchas.
Hasta el momento, no había conseguido hacerse una idea de su cuerpo, pero estaba deseando descubrirlo. En realidad, sus dedos anhelaban la posibilidad de explorarla centímetro a centímetro.
Además, resultaba evidente que era una buena periodista, una gran profesional que le había llamado la atención por su entusiasmo y energía, lo que aumentaba la atracción que sentía por ella. Quería descubrir los secretos que se ocultaban bajo sus inteligentes ojos marrones.
– ¿Quieres que te adelante el contenido de su artículo?
– ¿Por qué no? Seguro que me animará la tarde -dijo con ironía.
– Simplemente sexy.
Corinne estaba obviamente entusiasmada con su nueva empleada, y Colin se recordó que tendría que vigilar a Rina Lowell. La mujer estaba del lado de la editora, y contribuía consciente o inconscientemente a que Corinne siguiera creyendo que se podía hacer un periódico con tonterías y ecos de sociedad.
– ¿A qué te refieres? ¿A su forma de escribir?
– No exactamente. «Simplemente sexy» es el nombre de la serie de artículos que va a realizar. Pero yo diría que son simplemente fabulosos. Estoy convencida de que atraerá a muchos lectores.
Colin movió la cabeza en gesto negativo. No podía creer que, después de su desastrosa gestión, se mantuviera en sus trece.
– Corinne, la gente compra periódicos por una sola razón: quieren leer las noticias, saber lo que ha pasado en el mundo.
– Las noticias están en todas partes. En televisión, en la radio y hasta en Internet. Si quieren noticias, pueden comprar el Boston Globe. Yo les ofrezco algo diferente.
Corinne movió las dos manos para dar más énfasis a lo que estaba diciendo, y al hacerlo, sus anillos y pulseras de oro chocaron entre sí y tintinearon. Sorprendentemente, Joe no despertó.
– Sé que he comenzado con el pie izquierdo -continuó ella-, pero ahora que tengo a Rina y a Emma, todo irá bien. Que la gente se resista a los cambios no quiere decir que no se les pueda convencer.
Colin gimió, resignado. Era obvio que Corinne seguía sin entrar en razón. Por estúpido que fuera, no parecía comprender que no se podía realizar un periódico con artículos de sexo.
Por supuesto, no tenía nada contra el sexo, aunque últimamente no lo practicaba demasiado. Por una parte, no le gustaba la idea de mantener relaciones cortas y superficiales. Y por otra, no podía mantener relaciones más estables porque viajaba con excesiva frecuencia.
Sin embargo, en aquel momento no le preocupaba. Había estado casado y su matrimonio se había hundido porque su esposa lo había engañado dos veces con dos hombres distintos, aunque desconocía cuánto tiempo había estado con cada uno de ellos. Tras descubrirlo, Colin la había abandonado y se había marchado a Europa, donde trabajó en una cadena de televisión.