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– ¿Y qué piensas ahora?

– Que probablemente me estaba engañando a mí mismo porque era incapaz de asumirlo.

– ¿A qué te refieres?

– A que Corinne no es la extraña. El extraño soy yo.

Rina tenía una familia y nunca se había sentido fuera de lugar. Pero el caso de Colin era diferente, e intentó comprenderlo. Sin embargo, sospechaba que su análisis de la realidad estaba algo distorsionado por los traumas del niño que se había quedado repentinamente huérfano.

– No conozco a Joe, pero tengo la impresión de que no estaría de acuerdo contigo. Ese hombre te llevó a su casa, te adoptó y te quiere. ¿Has hablado hoy con él?

– No quería estar en un lugar al que no pertenezco, así que me marché.

– ¿Y por qué has regresado conmigo?

Él la miró.

– Porque eres la única persona en la que confío. Has llegado muy hondo, aquí… -dijo, tocándose el corazón-. ¿Podrás perdonarme?

– Nunca ha habido nada que perdonar.

Colin suspiró.

– ¿De qué más te has dado cuenta hoy? -preguntó ella de repente.

El hombre la miró y rió.

– ¿Es que eres adivina?

– No, pero empiezo a conocerte.

– Pues verás… Joe me crió como si fuera su hijo. Me trató todo el tiempo como si lo fuera de verdad.

– Eso dice mucho sobre su carácter. Es obvio que es un gran hombre.

– Lo sé, y por eso me está resultando todo esto tan difícil. Cuando cayó enfermo, ¿a quién dejó el periódico? ¿A quién confió lo que más amaba? No a su hijo, sino a su esposa, con la que sólo llevaba dos años.

Rina supo que Colin se sentía traicionado por su padre adoptivo y sintió su intenso dolor.

Se volvió hacia él y lo abrazó, con fuerza.

– Vamos a la cama -rogó Colin.

– Me parece una gran idea -dijo ella, con ojos brillantes por el deseo.

– Debes saber que no he vuelto sólo por hacer el amor contigo…

– Mentiroso -rió ella.

– Bueno, digamos que te necesito y dejémoslo ahí.

– Veo que vuelves a ser el de siempre…

Colin rió. Ahora que había hablado con ella se sentía mucho mejor que antes. Pensó que el inmenso vacío que había dejado en él la muerte de sus padres no se podría cerrar nunca, pero cuando estaba junto a Rina, no le importaba tanto. Ella hacía que las cosas fueran mucho más fáciles.

Se dirigieron al dormitorio, entre caricias. Y entonces, justo entonces, comprendió que Rina no sólo conseguía que se sintiera mejor. También había llenado aquel vacío.

El descubrimiento lo sorprendió. Sin embargo, antes de que pudiera pensarlo con más detenimiento, llegaron a la cama y tuvo que enfrentarse a necesidades más perentorias.

Se tumbó sobre ella y entonces notó que bajo la bata no llevaba nada en absoluto.

– ¿No crees que deberías desnudarte? -preguntó Rina.

Colin quería tomárselo con calma, pero la maliciosa pregunta de su amante destruyó todas sus buenas intenciones.

Se levantó y se quitó la ropa, perfectamente consciente de la cercanía de Rina, que lo observaba mientras se desnudaba poco a poco, siguiendo sus movimientos. Mientras lo contemplaba, también ella había adoptado una pose especialmente erótica. Su bata estaba abierta y podía ver su piel, parte de sus senos, y el vello de su pubis.

Colin volvió con ella y se tumbó a su lado, cuerpo contra cuerpo.

– Tengo una sorpresa para ti -dijo ella.

– Me gustan las sorpresas.

– Entonces, cierra los ojos.

En la oscuridad, Colin notó que abría un cajón y sacaba algo.

– ¿Ya puedo abrirlos?

– Por supuesto que no -respondió, mientras lo acariciaba con algo suave-. Tienes que adivinar qué es.

– ¿Una pluma?

– No. Inténtalo otra vez.

Rina comenzó a acariciarlo en el pene, y fue algo tan intenso que se arqueó y a punto estuvo de alcanzar el orgasmo.

Incapaz de resistirlo por más tiempo, abrió los ojos.

Rina estaba sobre él, acariciándolo con una coleta. O más bien, con un postizo.

– Sé que te gusta mucho el pelo largo, así que pensé satisfacer una de tus fantasías eróticas.

– ¿Qué fantasía erótica?

– La de sentir una melena por todo tu cuerpo. No me digas que no es algo en lo que has soñado siempre…

– Si lo confieso, ¿crees que podremos hacer algo con esto? -preguntó, mirando su pene erecto.

– Creo que podemos arreglarlo, sí -dijo ella, con una sonrisa.

Ella arrojó el postizo lejos y comenzó a acariciarlo entre las piernas.

– Pero, antes, necesito que me digas lo que quieres -continuó la mujer.

– Quiero que introduzcas mi pene en tu boca. Que lo agarres con una mano y me lamas y chupes hasta alcanzar el orgasmo.

Ella se inclinó sobre él y lo hizo. De inmediato se sintió dominado por un intenso calor, rodeado por la calidez de su boca. Al sentir el primer contacto de su lengua, estuvo a punto de saltar de la cama.

– Es maravilloso…

Colin se dejó llevar por las increíbles sensaciones, pero no se olvidó de ella en ningún momento. Bien al contrario, decidió que podían jugar los dos al mismo juego, al mismo tiempo. Y después de algunas maniobras y de hacer un gran esfuerzo por no alcanzar el orgasmo, comenzó a lamer el sexo de Rina mientras ella hacía lo propio con él.

Las cosas que Rina le estaba haciendo desafiaban cualquier descripción posible. En cuanto a Colin, se concentró en lamerla y en jugar con sus manos, hasta que al cabo de un buen rato, llegó al orgasmo más fuerte e intenso que había experimentado nunca. Y al oír el gemido de su amante, supo que habían llegado al clímax al mismo tiempo.

Más tarde, tras una larga ducha en la que hicieron algo más que ducharse, estaban tomando palomitas de maíz en la cama cuando ella dijo:

– He estado pensando.

– Lo sé. Podía oír los ruidos que hace tu cabeza.

Ella rió.

– Estoy hablando en serio. Hace un rato decías que te habías sentido herido porque Joe no te había dejado el periódico a ti.

La mención de Joe bastó para que la alegría de Colin desapareciera.

– ¿Y bien? ¿Qué has pensado?

– Que no has hablado con él y que, por tanto, no sabes por qué lo hizo.

– Yo diría que está claro.

– Hasta que no hables con él, no te sentirás mejor. Pero también podrías intentar hablar con Corinne sin enfadarte con ella. He notado que no eres precisamente encantador cuando está cerca.

A pesar de que la situación le resultaba desagradable, Colin rió.

– Eso es verdad. Pero lo he intentado y nunca lo consigo.

– Bueno, estoy segura de que lo conseguirás. Y en cuando a Joe, también estoy segura de que escuchará lo que tengas que decirle.

– Sí, pero el médico ha dicho que no podrá volver a trabajar en una temporada…

– Pero podrá retomar parcialmente las riendas del periódico. Y, por lo menos, te sentirás mejor cuando habléis y le digas lo que piensas. Sé sincero contigo mismo, Colin. Ya te he dicho que es lo único que aprendí durante mi matrimonio.

– Pero no me has contado casi nada. Y yo quiero saber mucho más.

Rina lo miró durante unos segundos.

– Ahora me doy cuenta de que creí que estaba enamorada de Robert, pero…

– ¿Pero?

– Lo amaba, pero era un amor relajado, estable, nada parecido a…

Rina no terminó la frase y él no quiso presionarla. Probablemente, porque sabía que había estado a punto de comparar su matrimonio con la relación que mantenían. Y él no se sentía ni con fuerzas ni en la situación más adecuada para hacer que se sintiera más segura.

Rina decidió dar una especie de fiesta de última hora el día de Navidad. En lugar de celebrarlo con su familia, decidió invitar a sus amigos y a sus propios familiares.

Por suerte, Logan y Catherine se mostraron de acuerdo en asistir a la celebración en casa de Rina; y Catherine le pidió a su hermana Kayla y a su marido, Kane, que se unieran a ellos. Frankie también había aceptado, al igual que Emma, que declaró que se presentaría con Stan.