– Así que, como ves, no tengo más remedio que buscar otra cosa en Manhattan. Mi curriculum no es muy extenso, pero mi serie de artículos casi está terminada y creo que me ayudarán bastante.
– Por un momento he pensado que te marchabas por tus problemas con Colin…
– No, no es por eso. Ya no me queda nada aquí, así que he decidido volver a Nueva York.
– ¿Y qué hay de tu relación con él?
– ¿A qué te refieres?
– No juegues conmigo. Lo sabes de sobra.
Rina se sintió frustrada.
– No lo sé, maldita sea…
Frankie puso una mano en la espalda de su amiga y los ojos de Rina se llenaron de lágrimas.
– No ha dudado en mentirme en algo tan importante como eso. ¿Cómo voy a volver a confiar en él?
– No lo sé, Rina, pero puedes confiar en mí y en los amigos que has hecho en el periódico. Y estoy segura de que Colin también estará a tu lado si le das una oportunidad.
Rina pensó que aquél era el verdadero problema. Sabía que, si se acercaba a él, se sentiría aún más vulnerable. Y por mucho que lo amara, no quería que la hiriera de nuevo.
Había perdido a su marido y ahora había perdido a Colin. Pero al menos se había encontrado a sí misma y no podía arriesgarse a perder eso. Sobre todo, ahora que su marcha era inminente.
Colin estaba sentado ante su escritorio, golpeándolo con un bolígrafo. Había intentado hablar varias veces con Rina, pero no lo conseguía nunca. El lunes había estado enferma. El martes había pasado por redacción, pero le había rehuido y después no había querido contestar a sus llamadas ni abrirle la puerta cuando decidió ir a su casa. Y el miércoles, él ya estaba de tan mal humor que no soportaba ni a su sombra.
Entonces, alguien lo tocó en el hombro y él se volvió, disgustado.
– ¿Qué diablos quieres?
– Un minuto de tu tiempo, si no es mucho pedir.
Era Rina en persona.
– ¿Qué puedo hacer por ti? -preguntó, con frialdad.
– He intentado hablar con Corinne, pero dice que ahora eres el responsable de la sección de personal, así que no tengo más remedio que hablar contigo…
– ¿Sobre qué? -preguntó, extrañado.
– Sobre referencias. He seguido tu consejo y he enviado varios currículums a revistas de Nueva York. Así que, si alguien llama, te agradecería que le dieras buenas referencias de mí a pesar de todo lo que ha pasado entre nosotros.
La idea de perderla le pareció insoportable.
– No pienso hacer nada parecido -espetó.
– Colin, puede que no te guste lo que escribo, pero no puedes negar que he hecho un buen trabajo por el periódico. No puedes negarme algo tan sencillo como facilitarme la obtención de un nuevo empleo…
– Claro que puedo.
Entonces, y tal y como había hecho en otra ocasión, la tomó de la mano y se llevó a la escalera para hablar a solas con ella.
– Estás siendo poco razonable -dijo Rina, retrocediendo hasta la pared.
– ¿Poco razonable? ¿No te parece que hacer las maletas y enviar currículums es aún menos razonable?
– Tú veras. ¿Es cierto o no que pretendías librarte de las columnistas de Corinne? -preguntó, enojada.
– Sí, en efecto, ése era mi plan -confesó.
– Y entonces, ¿por qué te parece poco razonable que intente encontrar otro empleo?
– Porque entre Corinne, Joe y yo vamos a conseguir reflotar el diario. Volveremos a dar noticias generales, pero espero que salvemos vuestras columnas en el proceso.
Ella se encogió de hombros.
– Eso no es ninguna garantía. Así que, si no te importa, te agradecería que me dieras una recomendación.
– Rina, lo siento de verdad… Eres la última persona en el mundo a la que querría hacer daño. Y haré lo que esté en mi mano por salvar tu empleo.
– ¿Es que aún no te has dado cuenta? No estoy enfadada contigo por eso. Por muy difícil que me resulte de creer, puedo entender que quisieras salvar el periódico aunque fuera a mi costa -explicó, temblando-. Pero no entiendo por qué me mentiste. Después de acostarte conmigo, de compartir mis sueños y esperanzas, mis miedos y mis errores, ¿cómo pudiste callar algo tan importante?
– Intenté contártelo varias veces, pero nunca encontré el momento.
– Sí, recuerdo que quisiste contarme algo en la fiesta de Emma.
– En efecto, pero justo entonces nos echó encima el champán. Y después comprendí que la columna era muy importante para ti y que la noticia te hundiría… Si comprendes por qué lo hice, ¿no podrías perdonarme?
Colin quería tocarla, pero no se atrevió y se metió las manos en los bolsillos.
– Puedo perdonarte, pero no creo que podamos volver a lo que teníamos. Por una parte, creo que te marcharás de todas formas. Y por otra, confíe en mis instintos contigo y me equivoqué… Acepto tus disculpas, pero me vuelvo a Nueva York.
– Rina…
Rina hizo ademán de marcharse, pero se quedó allí.
– ¿Qué?
– Si salvo tu empleo, ¿te quedarás? Sé que te gusta.
Ella no dijo nada.
– Corinne y yo tomaremos esa respuesta por un sí -dijo él-. Y si te quedas aquí, estaré a tu lado. Porque mis días de viajar por el mundo han terminado para siempre.
– No, no es cierto. Te aburrirás o te sentirás agobiado en alguna situación y querrás huir.
Colin la miró y sonrió.
– La única manera de averiguarlo es que te quedes y lo compruebes tú misma…
– Dame una buena recomendación, Colin, eso es todo. Por favor…
Colin negó con la cabeza y se apoyó en la pared. Era consciente de haberlo complicado todo. En cierto momento había llegado a creer que podía estar con Rina y marcharse después, probablemente porque era lo que había estado haciendo toda su vida.
Desde que perdió a sus padres, no había hecho otra cosa que poner distancias con respecto a los demás, esperando no tener que volverse a enfrentar, otra vez, con el sentimiento de pérdida. Y ahora, la amenaza de la marcha de Rina volvía a colocarlo en la misma situación.
Pero esta vez no iba a huir. Iba a luchar por lo que quería.
Capítulo 12
Primero llegó un ramo de flores a la casa de Rina. Un ramo de rosas rojas con una tarjeta que sólo tenía tres palabras: Por favor, quédate.
Después, fue a comprobar su correo electrónico y vio que Colin le había enviado una tarjeta desde el servidor del periódico, que decía: Las disputas de los amantes están hechas para ser olvidadas.
Y por último, encontró una cajita en el cajón de su escritorio. Era una cajita vacía, tapizada en terciopelo, con una nota en la que se podía leer: Los mejores regalos se dan en persona. Perdóname.
Los regalos eran encantadores, muy románticos y destinados a llegarle al corazón. Pero el último, que obviamente implicaba la promesa de un anillo, la emocionó especialmente. Sin embargo, enseguida pensó que aquél no era el estilo de Colin. Él era más directo. Era evidente que alguien lo estaba ayudando. Entonces, sonó el teléfono.
– ¿Dígame?
– Hola, Rina, soy Cat.
– Hola, Cat…
– ¿Has sobrevivido a las Navidades? Cuando organizo una fiesta en mi casa, luego sólo quiero pasar varios días en la cama. Puede llegar a ser muy pesado.
– Comprendo lo que quieres decir, pero estar con todos vosotros fue divertido…
– Pues parecía que hubieras perdido a tu mejor amigo…
– Emma siempre ha dicho que eres muy intuitiva.
– Y cotilla también -dijo, estallando en carcajadas-. ¿Van mejor las cosas entre Colin y tú?
– Sí.
– Perdóname que lo dude, pero no te creo. Colin me llamó a noche y no se encontraba nada bien.
– Puedo asegurarte que lo que sucede no es culpa mía, Cat.