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– Bueno, no recuerdo haber tenido ningún problema importante con Logan cuando nos conocimos, pero para aceptar a otra persona es necesario antes aceptarse a sí mismo.

Rina suspiró.

– Entiendo lo que quieres decir.

Rina sabía que Colin la aceptaba como era. Y comprendía que él se había encontrado en una situación muy complicada. No podía decirle tranquilamente que para salvar el periódico debía despedirla. Pero ahora deseaba que lo hubiera hecho.

Al igual que Robert, Colin sólo quería darle lo que deseaba. Pero a diferencia de su difunto marido, la escuchaba, aceptaba sus necesidades y no quería ser el hombre que destrozara sus sueños.

Al pensar en ello, suspiró otra vez.

– ¿Te ocurre algo? Oigo tu respiración, pero no te escucho.

Rina sonrió.

– ¿Te parece que Colin es el típico hombre que envía flores y notas anónimas? -preguntó.

Cat rió.

– No. ¿Es que te las está enviando?

– Sí.

– Emma… -dijeron las dos a mismo tiempo.

– Sí, parece cosa de Emma -dijo Rina-. Parece que sus propias relaciones personales no la mantienen tan ocupada como creía.

– Nunca estará tan ocupada. Pero bueno, yo te llamaba para saber si me dejé el otro día mi bandeja preferida en tu casa…

– Sí. Si quieres, podemos quedar a comer la semana que viene y te la devolveré.

– Me parece bien.

Tras quedar para la semana siguiente, Rina colgó el teléfono y miró a su alrededor. Cuando cerraba los ojos, podía ver a Colin por todas partes.

Lo echaba mucho de menos. Pero lo echaría aún más de menos si permitía que las cosas empeoraran. Ya había perdido a Robert en una inesperada tragedia y no quería que le rompieran el corazón de nuevo. Pero sabía que el control era una ilusión y que se había enamorado a pesar de todo de un hombre que tal vez se marchara a la primera oportunidad, aunque no fuera consciente de ello.

Se frotó las sienes. Ni siquiera sabía qué pretendía Colin de aquella relación. Pero la pregunta, en aquel momento, era otra: ¿Estaba dispuesta a aceptarlo a él?

Colin pasó toda la semana recopilando información. Los contables del diario le dijeron que la situación económica estaba mejorando, y los anunciantes le dieron el visto bueno para las nuevas secciones siempre y cuando no afectaran a las noticias generales. Al final, la mezcla del viejo formato y del nuevo iba ser la solución más adecuada.

Al final, incluso el director de Fortune’s había decidido darles más tiempo, gracias a su afecto por Joe. Aunque era un hombre chapado a la antigua, se contentaría con aceptar las nuevas columnas si no sustituían a las noticias importantes en portada.

Por otra parte, el banco había decidido extenderles el crédito, que era justo lo que necesitaba para mantener la columna de Rina y devolverle su confianza en sí misma. Si después de todo lo que había hecho seguía empeñada en marcharse, ya no se le ocurría qué podía hacer.

Cuando llamaron al timbre de su casa, a última hora de la tarde de Nochevieja, se sorprendió. No tenía planes y no esperaba a nadie.

Abrió la puerta y se encontró con Rina.

– Qué sorpresa…

– Quería hablar contigo, pero no podía hacerlo en el trabajo. ¿Puedo pasar un rato?

– Por supuesto.

Él la ayudó a quitarse el abrigo y lo colgó en la percha de la entrada. Después, la acompañó al salón. Llevaba un sobre que apretaba contra su pecho.

– ¿Qué llevas ahí?

– Algo que creo que simplificará tu vida. Sé que nuestra relación complicó las aspiraciones que tú tenías para el periódico y que, con Joe enfermo, no tenías más remedio que intentar salvarlo. Así que toma.

– ¿Qué es? ¿Tu renuncia? -preguntó, entristecido.

– Sí.

– Rina, esto no es lógico ni necesario. ¿Por qué dejas un trabajo que obviamente te encanta?

– Todas las cosas buenas terminan en algún momento. Además, y como dijiste, el periódico tiene problemas económicos y mi marcha es una de las soluciones posibles.

– Si no recuerdo mal, te dije que salvaría tu empleo y el de Emma.

– Pero tienes que concentrarte en lo que es mejor para el diario, no en lo que es mejor para mí.

– Al menos, ¿crees que quiero salvar tu puesto?

– Sí, lo creo.

– Y si te dijera que ya lo he salvado, ¿te quedarías?

– ¿Es una pregunta hipotética? Lo pregunto porque no tengo ganas de seguir jugando.

Por primera vez, Colin notó sus ojeras. Al parecer, estaba durmiendo tan poco como él.

– Yo tampoco quiero jugar. Es una pregunta clara y directa.

– Me quedaré aquí aunque el Ashford Times no tenga un empleo para mí.

Colin se sorprendió mucho. No esperaba escuchar algo así.

– Me haces muy feliz, Rina.

– ¿Por qué? ¿Es que piensas quedarte tú también?

– Por supuesto. Ya te dije el otro día que no voy a marcharme a ninguna parte. Mi familia está aquí, mi nuevo trabajo está aquí, y lo más importante de todo: tú estás aquí.

– Tú familia siempre ha estado aquí.

Él rió.

– Eso es obvio. Pero mi corazón no lo estaba.

– ¿Y ahora lo está?

– Sí. Necesitaba enfrentarme a mi pasado para tener un futuro. Y ya lo he hecho, gracias a ti -dijo, tomándola de las manos-. El día que te conocí, supe que eras especial. Que tenías la habilidad de cambiarme.

– ¿Cambiarte? ¿Cómo?

Rina se sintió inmensamente feliz. Había estado a punto de perderlo todo, pero ahora tenían otra oportunidad.

– Cambiarme para mejor… Antes, siempre huía. Pero ya no voy a seguir huyendo. Tengo demasiadas cosas aquí.

– ¿Y yo estoy incluida entre ellas?

– Si tú también dejas de huir, sí.

– ¿Me estás llamando cobarde? -preguntó Rina en tono de broma.

Colin le pasó un brazo por encima de los hombros, la invitó a sentarse con él en el sofá y la miró.

El corazón de ella comenzó a latir más deprisa. Pero esta vez no era el deseo, sino una descarga de adrenalina provocada por la incertidumbre. Había llegado el momento de la verdad. Ahora tenía que enfrentarse a su propio pasado o arrepentirse el resto de su vida.

– No te puedo prometer que no me entre el pánico un día de estos -dijo ella.

– Puedo asumir cierta dosis de pánico. De hecho, yo también estoy acostumbrado a sentir esas cosas. Pero he pedido un crédito y Corinne ha pedido otro poniendo su casa como aval. Con ello devolveremos el dinero que nos habían prestado y creo que salvaremos el periódico. Ahora, Corinne y yo trabajamos juntos -dijo Colin, entre risas-. ¿Quién lo habría pensado?

– ¿Habéis puesto en peligro la casa de Joe y de Corinne y tus propios ahorros por el periódico?

– No. Por ti. No tenía por qué devolverle el dinero a Ron ahora mismo. Pero quería hacerlo porque él no confía en el trabajo que Emma y tú estabais haciendo. Y no me gusta que pongan en duda tu capacidad.

Rina se estremeció, emocionada.

– Colin, lo siento mucho. Te culpé de todo y ahora sé que has arriesgado mucho por mí… No sé qué decir.

– Yo sí lo sé -dijo él con una sonrisa maliciosa.

Ella se inclinó hacia él, esperando.

Colin le acarició una mejilla y la mujer sintió un intenso deseo.

– Puedes decir que tú también me amas -declaró él.

– ¿Me amas?

– Es lo que acabo de decir.

– De un modo más bien retorcido…

– Está bien, lo haré a tu modo entonces: Te amo.

– Yo también te amo, Colin.

Colin sonrió de nuevo y la besó apasionadamente. Llevaba mucho tiempo deseando hacerlo. Y cuando se apartaron, abrió un cajón de la mesa que estaba junto al sofá y dijo:

– Durante la fiesta de Navidad, tuve que marcharme llevándome esto en el bolsillo. No tuve ocasión de dártelo.

Entonces, abrió la mano y le dio un brazalete de diamantes.